Un día de verano

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Una avioneta dibujó una línea blanca a través inmenso cielo azul de la ila de Mykonos. Los turistas, quienes descendieron del ferry al igual que yo, se siguieron de largo por el muelle, dispersándose prontamente entre las estrechas calles y los negocios locales, sin embargo yo esperé allí de pie hasta que la delgada línea de nube se disipó por completo.

Solté un suspiro desde lo más profundo de mi pecho y eché a andar otra vez para terminar de cruzar el muelle con ambas manos sosteniendo los tirantes de la única mochila que llevaba sobre mis hombros.

Aquel había sido el último ferry del día. Eran por entonces las seis de la tarde, no obstante el sol todavía brillaba con intensidad tanto que cada playa por la que pasaba se hallaba repleta de personas de todo tipo en bañador, reposando sobre la arena o refrescando sus cuerpos a la orilla del mar.

Recorrí unas cuantas calles hasta toparme finalmente con el tipo de local que estaba buscando. Entré sin más preámbulos y me retiré la gorra y las gafas de sol para saludar amablemente al encargado del lugar.

-¿En qué le puedo ayudar?-inquirió él. Se trataba de un hombre de no más de sesenta. Era calvo y de cejas muy pobladas. Debajo de éstas, unos brillantes ojos azules resplandecían. Su cigarrillo se movía al compás de sus labios al hablar.

-Quiero rentar un auto por lo menos 24 horas.-respondí sonriendo.

-Pues llegó justo a tiempo, ¿eh? Ya estamos a punto de cerrar.-le echó una mirada fugaz a su reloj de pulsera.-Es más, ya se me ha hecho tarde. Debí cerrar hace unos quince minutos. Pero, haré una excepción esta vez sólo porque habla griego. ¡Eso es bueno, muy bueno! En fin, déjeme ver qué tengo por aquí...

-Gracias.

El hombre dio clic varias veces a un viejo ratón al tiempo que miraba la pantalla de su ordenador. Frunció el ceño al cabo de un minuto.

-Se me han acabado los automóviles por el día de hoy.

-¿No tendrá alguna motoneta?

-Me temo que no manejamos más que automóviles.-el hombre se quitó el pitillo de los labios y con la otra mano apagó el ordenador.-¿Por qué no viene mañana, eh? La mayoría de los autos estarán disponibles a partir de las diez de la mañana.

-Es que me urge llegar a un lugar hoy mismo.-le dije recargándome en el mostrador con los codos.

-¿Y no puede esperar hasta mañana?

-Claro que podría.-le expliqué.-Pero ya he esperado mucho tiempo, ¿sabe? He viajado miles de kilómetros buscando a una persona. Me ha costado mucho trabajo dar con su paradero. Ha cambiado de dirección muchas veces en los últimos meses... Por supuesto que podría buscar una posada y pasar la noche allí, sin dormir, esperando a que amanezca, sin embargo...

-¿Es un hombre al que busca?-me interrumpió él sonriendo un poco y dándole posteriormente una profunda calada al cigarro.

-Así es.

-¿Y ustedes dos tienen una historia de amor?

-Exactamente.

-¿A dónde quiere ir, señorita?

-A una playa llamada Kaló Livadi.

-Puedo llevarla, si usted quiere.-ofreció el hombre dejando la colilla dentro de un cenicero.-No queda precisamente cerca de mi hogar, pero podría llevarla, sí. Usted me ha caído bien. Parece una persona honesta y además habla bien griego. No le cobraré nada. Claro que no. Si usted ha venido hasta aquí por su amor es mi deber ayudarla. Sólo espéreme unos minutos en lo que cierro. Ya regreso.

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