1 de enero 2017

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Cuando llegué al edificio donde se encontraba el piso de Julian, pregunté por él en la recepción, sin embargo el encargado no me supo dar razón del señor Jordan y no me permitió pasar. Tuve que llamarle a Julian para que bajara por mí.

En menos de un minuto el chico apareció por las puertas del ascensor y me pidió que lo acompañara. Parecía realmente apenado por lo sucedido.

-Es que no me llamo Julian Jordan.-me explicó mientras subíamos.-Ese es el nombre con el que escribo para las revistas. Mi nombre real es Julian Dobbenberg.-bajó la voz como para ser más confidencial.-Pero no le digas a nadie.

Solté una risa y las puertas volvieron a abrirse. Su apartamento era verdaderamente una oda al lujo. Toda la ciudad podía apreciarse claramente desde allí. Era espacioso, decorado con un gusto exquisito y sin el mínimo escatimo en gastos.

Dejé mi única maleta en la habitación para huéspedes y después salimos a comer. Fuimos a un restaurante de hamburguesas y posteriormente pasamos un par de horas en una pista de patinaje. Durante estas horas no conversamos demasiado, quizás sólo un poco acerca de Rusia. Al parecer a Julian había ido sólo un par de veces en los últimos años y no le había agradado demasiado. Cuando se hizo de noche Julian me propuso una invitación a cenar a un restaurante alemán que se hallaba cerca de su edificio, sin embargo decliné aquella oferta con una contrapropuesta:

-Pasamos al supermercado y yo misma te preparo una cena deliciosa en agradecimiento por recibirme en tu casa.

Aceptó animado, desde luego, girando sobre una calle con rumbo al supermercado.

Cerca de las nueve de la noche ya estábamos de vuelta en su piso. El muchacho conectó su móvil a unas pequeñas bocinas y puso a correr una lista de reproducción de Louis Armstrong. Después abrió un vino francés cosecha 1993, ofreciéndome en seguida una copa para refrescarme la garganta mientras me daba prisa con la cena.

Al cabo de unos veinte minutos, nos sentamos uno frente al otro en su comedor. Julian sirvió más vino en nuestras copas y después probó el Uitsmijter con queso. Pasados un par de segundos me miró de soslayo, curveando sólo la comisura derecha de sus labios.

-Así que también cocinas, ¿eh?-inquirió sin borrar su sonrisa.-Este es el mejor Uitsmijter que he probado.

-Claro...-respondí con ironía.

-¡Te lo juro!-insistió él felizmente.-Es como el de mi abuela, sólo que con más queso. Perfecto.

Le di las gracias por el halago llevándome una mano al corazón.

El resto de la cena la pasamos en silencio, limitándonos a escuchar la música a lo lejos. Cuando terminamos, él llevó los platos sucios a la cocina y me preguntó si deseaba abrir otra botella de vino. Le pregunté si tenía whisky. Él entornó los ojos y después soltó una risa.

-A ti te daré tu whisky, señorita; pero yo me quedaré con mi vino. El bourbon me tumba como una canción de cuna a una bebé.

Acepté y en seguida estuvo de vuelta con nuestros tragos. Bebimos el primer sorbo. En ese instante la lista de reproducción se terminó. Julian acarició el dorso de mi mano con delicadeza.

-En serio me alegra que estés aquí.-dijo sonriendo como un niño pequeño y mirándome a los ojos.-Ha sido una sorpresa muy grata.

-A mí también me alegra verte.-repliqué.-La última vez que nos vimos en persona salí pitando del aeropuerto sin darte ninguna explicación. Fui muy descortés. Me disculpo sinceramente por ello.

-Descuida. Supuse que se trataba de una emergencia.

-Asesinaron a mi mejor amigo esa noche.-le expliqué.-Fue muy duro enterarme de eso estando tan lejos de Los Ángeles.

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