Capítulo 22

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Cuando cruzó las puertas correderas, con la maleta a rastras, su padre fue lo primero que vio. Y el modo en que se le iluminó la cara al Sheriff en cuanto vio a su hijo, fue como recibir una bocanada de oxígeno puro.

Stiles sonrió al hombre. Una sonrisa de verdad.

Jamás habría imaginado que llegara a echar tanto de menos estar en casa. Y menos cuando los ánimos con los que se marchó no es que fueran de los más alegres.

Stiles se fundió en un abrazo con su padre, dejando la maleta olvidada. Sólo se separó de él cuando varios carraspeos insistentes les indicaron que estaban en el medio de la fila, obstruyendo el paso.

Con una sonrisa de vergüenza, John se apresuró a coger la maleta y avanzar un par de metros. Pero en cuanto llegaron a una zona menos atestada de gente, procedió a repetir la acción de antes, como si fuera un deja vu.

Salvo que esta vez se percató de la escayola de su hijo, parcialmente tapada por la cazadora. Y apenas la vio, la sonrisa se transformó en una mueca de horror.

- ¿Qué te ha pasado?

- No es nada, papá. Me caí haciendo el tonto.

- ¿Y por qué demonios no me llamaste? – puso su cara patentada de padre barra Sheriff cabreado.

Stiles soltó un breve suspiro. Hubiera deseado que la calma durara un poco más.

- Porque no habría cambiado nada. Sólo te habría preocupado, y no me apetecía, la verdad.

- ¿Y dónde te curaron? ¿En el hospital?

- No – dijo al fin, pero muy tentado de mentirle – Había un médico muy bueno que conocía Derek y...

La frase quedó interrumpida de golpe.

Lo triste es que ni siquiera pensó que podría ocurrir algo así, hasta que no se encontró con el pastel.

Pero apenas dijo el nombre de Derek... En cuanto oyó su nombre saliendo de sus labios... fue como si se quedara sin respiración.

Y pese a que no había dejado de pensar en él durante todo el vuelo, oír su nombre ahora, tan lejos de donde estaba su dueño, le dejó una sensación horrible.

Porque por primera vez, era consciente de que a partir de ahora, su nombre sería lo único que tendría de él. Que su recuerdo sería lo único que nadie podría quitarle. Todo lo demás: su rostro, su olor, su sabor, el tacto de su piel, el sonido de su voz... Todo eso se había perdido para siempre.

Por fortuna (o por desgracia), al Sheriff no le pasó desapercibida la reacción de su hijo.

Y por ello, no le obligó a que se siguiera explicando.

Lo que hizo fue coger la maleta, y caminar en dirección al parking, con Stiles a medio metro de distancia.

- No hacía falta que vinieras a recogerme - Comentó Stiles cuando ya se habían subido al coche patrulla – Podría haber cogido el tren.

- El viaje habría sido muy pesado – explicó el hombre, saliendo ya a la autopista general – Y me apetecía venir a buscarte.

- ¿No tenías que trabajar?

- Me he pedido el día libre – explicó con la vista fija en la carretera. Pero entones llevó una mano hasta la rodilla de su hijo, y la apretó con cariño.

Y aquel gesto sobrecogió de tal manera a Stiles, como no creía que fuera posible.

No era ni mucho menos la primera vez que su padre le apoyaba por medio de acciones que aparentemente no tenían importancia. Eran detalles que la mayoría de las veces, sobre todo con el paso del tiempo, llegó a considerar ñoñas y que ya no tenían sentido. Que eran casi ridículas.

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