Amargo Domingo

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Paula dormía boca abajo, abrazada a la almohada, la despertó un agradable olor a café expreso y unos labios,  que recorrían su espalda hasta llegar a la cintura. Soltó un gruñido, se volteó, al abrir los ojos vio a Fernando sentado en la cama, sonreído le daba los buenos días, se ponía de pie, se quitaba la bata y quedaba como su madre lo trajo al mundo, retirando el cubrecama colocó la rodilla en el colchón para subir a la cama. Paula al ver lo que intentaba hacer, se giró hacia el otro lado de la cama, se puso de pie, enrollándose la sábana en el cuerpo, caminó hasta el baño. Fernando bajó de la cama se le acercó tirando de la sábana, hacia abajo, dejándola con los senos al descubierto. Paula sujetó la sábana impidiendo se la quitara de un todo.

—¿Por qué te cubres el cuerpo? ¿No irás a tener vergüenza, después de tantos años de matrimonio? —preguntó, terminando de quitarle la sábana y tirándola a un lado—. Aquí, en nuestra habitación, te quiero desnuda. ¿No sé porqué coño te cubres? Me conozco cada centímetro de tu cuerpo, no hay un lugar donde mi boca y mis manos no hayan estado. —Dijo acercándose y deslizando sus manos por la espaldas y bajando a las caderas.

—Por favor, suéltame, quiero darme una ducha, mi madre debe estar por llegar con los niños, no quiero que lleguen y me encuentren con este olor. —señaló, haciendo un esfuerzo por zafarse de sus brazos.

—Tu madre, va a llevar los niños a misa, luego los trae, ya hablé con ella por teléfono. Te he preparado desayuno, ven vamos a desayunar, repetimos lo de anoche y luego nos duchamos. —Le dijo, sujetándola por el codo y  tirando de ella.

—¡Ahora no, Fernando! me duele la cabeza,  quiero  darme  un  baño  para  ver  si  se  me  quita este dolor. Creo que  anoche, bebí mucho vino. —contestó cerrando los ojos y dándose un ligero masaje con los dedos  en las sienes . Fernando se molestó.  No le gustaba se negara a sus deseos.  Tomándola fuertemente del brazo, la hizo caminar hacia la cama, la empujó con fuerza haciéndola caer de espaldas sobre el colchón, se subió a la cama   colocando el cuerpo sobre ella y empezó a besarle  salvajemente.


—Tengo deseos de hacerte el amor, ¿no sientes, como estoy? —presionó sus caderas  a las de ella para que sintiera su dureza. La besó en el cuello y fue bajando hasta su seno, levantó la mirada y la vio con los ojos cerrados y el rostro girado a un lado con gesto de repugnancia. Fernando se acercó a su rostro y apoyando el peso del cuerpo en un brazo llevó la mano a la mandíbula sujetándola y forzándola a que lo mirara.

— ¡Sí digo, quiero hacerte el amor, lo voy hacer, quieras o no! No voy a darme placer yo mismo, ¡esa vaina no la voy hacer, estando tú aquí! ¡Tú, aquí no decides! Quiero sentirte como anoche, bésame y acaríciame y no es una súplica, es una maldita orden, ¡obedece, coño! —dijo en voz alta. Paula le colocó las manos en el pecho tratando de empujarlo y liberarse del peso de su cuerpo. Fernando con una mano, le sujetó ambas manos y las llevó por encima de su cabeza, dominándola. Paula lo miró enfurecida.

—¡No me vas a obligar a que te bese y acaricie! ¡No vas a obtener, lo que conseguiste anoche! Había bebido de más, hoy estoy sobria. Si tantos deseos tienes, puedes darte un baño, con agua fría o mejor aún, vete a buscar una de las mujerzuelas, que siempre están disponibles para complacerte. —Le espetó. Fernando dejó de besarle el seno, se levantó un poco, sosteniéndose el peso del cuerpo en un brazo, la miró a los ojos.

__No, mi amor, no voy a hacer nada, de lo que me estás aconsejando. Tengo   desnuda debajo de mi cuerpo, a la mujer que despierta mis deseos y no voy a  buscar saciarlos con otras mujeres. Las otras mujeres las busco, para que me den lo que me gusta. y tú, con tus malditas mojigaterias  no quieres darme. Si me excito contigo, tú me quitas las ganas, ¿entendido?  ¡Abre más las piernas!  ¡Y  mueve las caderas, coño! —le ordenó con rudeza,  penetrándola salvajemente, soltando un gemido ronco al sentir como rozaba  ese canal que todavía no estaba preparado para recibirle.

Sirena del OcasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora