Reclamando lo que le pertenece

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Gian Franco le preguntaba a Rafaello, «¿Hasta cuando iba a parecer una alma en pena? Ya era hora de comenzar a reorganizar su vida. Debía comenzar por cambiar su imagen, renovar la ropa y empezar a vivir, a disfrutar de la vida, conocer la isla, salir e intentar conocer mujeres. Tal vez, en una de esas mujeres consiguiera a una de la que se enamorara y así podía darle una madre a Alma».


Rafaello estaba sentado en el diván, miraba a su hermano caminar de un lado al otro en la sala y cuando le oyó por donde iba su conversación; soltó un largo suspiro, resignándose a oír una vez más los reclamos y consejos de su hermano. Y una vez más se decía a si mismo en silencio: «Hace mucho tiempo que dejé de disfrutar de la vida, de preocuparme por la moda, por mi imagen, ya no soy una figura pública, ahora soy un hombre atormentado, amargado, enojado con la vida. No es fácil, acostumbrarse al hecho de que te traicionaron, a que conviviste cinco años con una mujer a la que creías conocer y resultó ser una desconocida. No es fácil, olvidar que rechazó a mi hija, desde el momento en que supo, estaba creciendo en su vientre. Tampoco es fácil, no sentirme culpable de su muerte, si hubiese hecho caso a sus amenazas, ¿Pero, cómo iba a imaginar que las cumpliría, si siempre me amenazaba con lo mismo? Me siento culpable...por no haberlo evitado...Pero, aunque me siento culpable, no la perdono...Teníamos todo para ser feliz...Yo la amaba con toda mi alma...Teníamos una preciosa hija, de apenas unos meses...».


—Vamos al pueblo, a que te cortes ese cabello, pareces un viejo. ¿Cómo quieres conseguir que una mujer se fije en ti y quiera ser tu esposa, con esas pintas? Te has convertido en un viejo amargado, que pasa los días rumiando de dolor, por la ausencia de Pierina. ¿Cuándo va a ser el día, que te olvides de esa maledetta volpe degli infernide (maldita zorra de los infiernos). —preguntó en voz alta—. Deja de darle una importancia que no tiene, ni se merece. Olvídate de que existió y que una vez la amaste, hay muchas mujeres que serían felices, siendo tu esposa. Me tienes decepcionado, siempre habías sido un hombre vanidoso, cuidabas tu imagen, ahora mírate, con esa barba descuidada, ese cabello largo pareces un indigente, capaz te sientas en un banco y la gente te da dinero. Doy gracias a Dios que nuestra madre está muerta, si viera en lo que has convertido tu vida en los últimos cinco años, se moría de pena, de ver que fracasó como madre —dijo mirando la fotografía de su madre que estaba sobre la consola, dejó escapar un profundo suspiro de añoranza por la mujer que les había dado la vida y se había dedicado en cuerpo y alma a hacerlos unos hombres de bien.


Rafaello  estaba acostado en el diván, al oír que nombraba a su madre se levantó olvidando que tenía el pie con la férula dio unas zancadas hasta llegar a su hermano que en ese momento se giraba para mirarlo. Rafaello tomándolo desprevenido, le daba el fuerte puñetazo, haciéndolo caer al suelo.


—¡Deja de meterte en mi vida! ¡Sino te gusta como vivo, puedes irte, la puerta está abierta! Y no metas en medio de tus discusiones absurdas, a nuestra madre. ¡Déjame vivir en paz! No tienes moral para criticarme, cuando cambias de mujer, como cambiar de traje.  ¡Esta es mi casa y vivo como me da la gana! Por última vez te lo digo,  ¡¡Déjame vivir en paz!!  —Le dio la espalda para dirigirse al diván, el esfuerzo al ponerse de pie, le había ocasionado un fuerte dolor en el tobillo.  Gian Franco observaba asombrado a su hermano, jamás le había levantado la mano, tampoco lo había visto reaccionar con tanta violencia, se llevó la mano a la mejilla y se frotó suavemente, el puñetazo fue dado con furia, pero más le dolían las palabras que le había dicho, lo vio darle la espalda y alejarse, caminando con dificultad, se le vía a simple vista qué le estaba doliendo el pie. Se puso de pie y se ajustó la americana, en ese momento, se escuchó un fuerte ruido que hizo estremecer la casa, haciendo crujir la madera del techo y las ventanas. Rafaello se asustó, al no saber que sucedía se giró a mirar a su hermano, que estaba igual que él de sorprendido, ambos se miraron y barrieron con la mirada la sala y no vieron a la niña.

Sirena del OcasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora