Atormentado por mis fantasmas

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Fernando comenzó a bajar las escaleras, con rapidez deseaba escapar, dejar atrás esa petición de divorcio, el llanto de Paula, sus palabras acusándolo de matar a su hijo.  No quería recordarlas, ya que eran como puñales que se le clavaban en el pecho, provocando  un dolor que lo estaba matando. Mientras bajaba los peldaños de la escalera de dos en dos, deseando que sus pies tuvieran alas, los recuerdos del pasado se le mezclaban con los del presente. Recordaba el momento en que su madre le pidió el divorcio a aquel malnacido y lo que sucedió después. Quería dejar atrás en el pasado, esos recuerdos  que tanto daño le hacían, no quería que se unieran a todo lo que acababa de suceder.


Terminó de bajar la escalera, al salir a la calle, el aire frío golpeó su rostro, como una bofetada, inspiró profundamente para llenarse los pulmones de ese aire helado y así poder enfriar su cabeza y congelar sus recuerdos.  Empezó a caminar sentía que se ahogaba, que le faltaba el aire, decidió quitarse la corbata, aflojó el nudo con sus grandes manos, tirando de ella se la quitó, iba a tirarla y se miró la mano donde la tenía empuñada; se fijó que llevaba puesta  la corbata que Paula le había regalado junto al perfume, el día de San Valentín. No podía tirarla, no porque era una corbata de seda fina y de una prestigiosa firma, sino porque la noche en que se la regaló, fue una noche muy especial. Decidió guardarla en el bolsillo de la chaqueta, la sangre le bullía por sus venas, siguió caminando sin rumbo fijo, atormentado por el sufrimiento de Paula, su llanto retumbaba en su cabeza.


Sergey estaba sentado en una de las sillas de la sala de espera, los brazos apoyados en sus rodillas y con las manos sostenía su cabeza, tratando de asimilar la lucha interna que tenía. Evocando ese momento en que la tuvo en sus brazos, transmitiéndole el calor de su cuerpo, cuidándola, mimándola, al cantarle esa canción infantil, que su madre siempre les cantaba a sus hermanos, ese momento fue muy especial. Sentirla tan cerca de su corazón removió las cenizas que hacían años estaban apagadas, toda ella olía a flores de cerezo, un olor que lo incitaba a desear robarle un beso.


Si lograra besarle, sería como atizar esas cenizas,  revivir el fuego del amor en su corazón. Tenerla tan cerca, fue experimentar un sentimiento inexplicable, no era ese deseo, que pudiera sentir por una mujer, fue algo más intimo, más intenso, más puro.  No sabía como explicarlo, sólo  sabía, que hubiese dado cualquier cosa, porque ese momento hubiese sido eterno. Él era un hombre de valores y principios, no podía aprovecharse de la debilidad de una mujer y menos, si esa mujer era tan importante para él.  Ella estaba con el corazón destrozado, con el alma rota, indefensa, la acaban de sedar. El día que lograra tener la felicidad de besarle, era porque contaba con su aprobación, porque ella también lo deseaba. Él no se aprovechaba ni siquiera de las mujeres a las que le pagaba, siempre se preocupaba, porque ellas no se sintieran humilladas, ni denigradas a ser un cuerpo al cual le pagaba  para darle placer.


Él recibía, pero también daba, por eso siempre escogía a la misma chica, por ella conoció a Fernando, ella también era su preferida. Siempre que tenía que recurrir a ella, soñaba con encontrar a una mujer a quien amar con más intensidad, de cuando tenía veinte años y estaba perdidamente enamorado de Sasha. Soñaba con una mujer, que le despertara de nuevo esa ilusión, que reviviera,  rescatara,  su corazón y esos sentimientos, que él se había encargado de enterrar junto a su amada Sasha, en lo más profundo de la fría Siberia.


Se enderezó soltando un profundo suspiro, pasó la mano por la cabeza, frotándose el cabello, apoyó la cabeza en la pared, manteniendo los ojos cerrados. Dejó de pensar en él, sus sentimientos no eran importantes, ella si lo era y mucho, necesitaba controlarse, pensar y pensar fríamente como lo hacía siempre, para ver que podía hacer por ella.  Recordó las palabras que ella le había dicho a Fernando: «¡No era tu hijo! ¡Un padre...no mata su hijo...! ¡Tú mataste mi hijo...no era tu hijo...!», se preguntó: «¿Por qué se lo había gritado a Fernando? ¿Acaso él la había...? Con esas palabras mis sospechas se afirman, esas marcas...  ¿Cómo fue capaz Fernando de hacer semejante aberración?».  Respiró profundo, llenando sus pulmones de aire, necesitaba  pensar y lo primero que había pensado, lo iba a llevar a cabo, no podía permitir que Fernando volviera hacerle daño a Paula. La voz de Francesca lo sacó de sus cavilaciones.

Sirena del OcasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora