Rebelde e insolente

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Al día siguiente Paula despertó, abrió los ojos, miró alrededor ubicándose donde se encontraba, reconoció la habitación de su casa.  La habitación tenía las persiana bajadas, las cortinas corridas, estaba apenas iluminada por la tenue luz que provenía del vestidor, el silencio que había le indicaba que estaba sola. Se incorporó sentándose en la cama y apoyando la espalda en el cabecero, encogió las piernas abrazándolas y soltando un suspiro cerró los ojos recordando lo sucedido la noche anterior.


Las amenazas de  Fernando, su actitud iracunda  y luego amorosa, vio un brillo extraño en sus ojos que le helaron la sangre.  Estaba dolida por como la había tratado, él no reconocía el sufrimiento que le había causado durante los diecisiete de casados, al exigirle e imponer su voluntad.  Paula no se fiaba de Fernando en absoluto, no creía en su promesa de fidelidad, estaba convencida que le sería infiel en cualquier momento.  Ella sabía que no podía funcionar un matrimonio donde no había la más mínima confianza, así como tampoco, ella podría seguir aguantando las infidelidades de Fernando durante más tiempo?»


Así estuvo durante minutos, cavilando, hasta que un rugido en el estómago la hizo recordar que no había cenado, decidió levantarse para darse un baño y bajar a comer algo. Supuso que seguramente Fernando se hubiese ido, se fijó en la hora del reloj que estaba sobre la mesilla de noche, eran las dos menos cuarto de la tarde. Encendió la lámpara, retiró el edredón a un lado y se puso de pie, mirando alrededor buscando la dormilona, al llegar al sofá vio el salto de cama y se lo puso caminando al baño para darse una ducha.


Cuando se fue a vestir se acercó a la ventana y subió la persiana para ver como estaba el tiempo, observó que una fuerte lluvia caía, imaginando que afuera hacía frío, volvió a bajar la persiana y caminó al vestidor, para escoger la ropa.  Escogió un vestido en tejido de punto en color ciruela, que le llegaba a medio muslo, botas bucaneras en color gris, una bufanda de estampado en colores gris y ciruela. El cabello lo dejó suelto, con unos ligeros rizos que se había hecho con el rizador. Ese día se había puesto ese vestido corto y ceñido al cuerpo como un desafío a Fernando.


Si él pensaba que ella le iba a hacer la vida fácil, estaba muy equivocado, ella iba a hacerle creer que la había doblegado y que ella haría su voluntad. Cuando dijera que quería comer pescado, ella ordenaría hicieran pasta, cuando él dijera blanco, ella diría negro. Haría todo lo contrario a lo que él había dicho. Esa tarde después de comer algo y saciar su estómago, iría sola al cementerio a visitar la tumba de su hermana. Si Fernando quería guerra, guerra iba a tener, ella no le iba a hacer la vida fácil.


Abrió la puerta de la habitación, al salir oyó una música y le extrañó, supuso que Fernando estaría en la casa, caminó por el pasillo al divisar la escalera vio el comienzo adornado con un lazo azul, ramas de abeto, bambalinas en color plata y azul metalizado.  A medida que comenzó a bajarla vio que estaba adornada hasta el final y al llegar a la mitad de la escalera, vio que el árbol navideño ya estaba  instalado con todos sus adornos. Terminó de bajar la escalera, en el último peldaño se detuvo, la casa lucía la decoración navideña, cada adorno en su lugar preciso, no eran los que habían usado la última navidad, los niños le habían mostrado las fotografías de como habían decorado la casa. Estos eran nuevos, eran como si ella los hubiese escogido, sencillos y elegantes.


Paula había pensado decorar la casa antes de que llegaran los niños para darles la sorpresa, emocionada al ver que la decoración estaba en el color de moda de ese año, parpadeó para no dejar que las lágrimas saliera de sus ojos. Sabía que era obra de Fernando, seguramente hizo que los empleados decoraran la casa para darle la sorpresa.  El día anterior cuando ella llegó, no había nada que hiciera alusión a que estaban cerca de celebrar la navidad.

Sirena del OcasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora