Un cambio muy amargo

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Paula en silencio reconocía que había sido muy imprudente al bajar las escaleras tan precipitadamente llevando tacones, no se detuvo a pensar en nada, cuando vio a Fernando hablando en voz alta y levantando la mano para abofetear a su hijo. 

El médico después de hacer las recomendaciones a seguir en las próximas horas  se despidió,  al quedarse solos Fernando la abrazó con mucha delicadeza temiendo causarle dolor, lamentaba lo que estaba pasando, se sentía culpable de su caída y sintió mucho miedo cuando la vio caer. Fernando se retiró un poco y le sujetó con los dedos la barbilla.

—¿Cómo te sientes? —preguntó apartando  un mechón de cabello que caía sobre su rostro.  

—Estoy  bien, ya no siento dolor, el analgésico ha hecho efecto. —esbozó una sonrisa y tratando de acomodarse en la camilla.

—Tuve tanto miedo... cuando te vi caer. Perdóname, es mi culpa,  perdóname, mi amor.   —se disculpó con voz baja, apoyando la frente en la cabeza de ella.

—No  es tu culpa, bajé las escaleras demasiado rápido, olvidé que llevaba tacones y que ya no estoy en edad, de correr como una  jovencita. No te preocupes, estoy bien, sólo lamento haber sido tan imprudente y haberlos asustado a todos.

—No me digas, que no me preocupe, lo que te ha pasado pudo tener consecuencias más graves. No digas, que no eres joven. Eres una mujer joven y muy bella, el nacimiento de nuestros hijos no han dejado huellas en tu cuerpo. Y en cuanto a los niños, ya hablaremos con ellos y le diremos que estás bien y que te quedarás unos días  hospitalizada. —expresó besándola en los labios con ternura.

A Paula la llevaron a la habitación, en la sala de espera doña Elvira, Junior y Antonio el chófer, aguardaban que Fernando viniera y les informara como se encontraba Paula. Mientras la enfermera  terminaba de hacer sus anotaciones en la historia clínica,  Fernando salió a avisarle a doña Elvira que ya podía pasar a ver a su hija,  al llegar a la sala de espera se sorprendió al ver a su hijo en un  lado de la abuela, se acercó y doña Elvira al verlo sujetó la mano de su nieto que se ponía de pie para ayudarla a levantarse de la  silla.

—Suegra,  ya puede pasar a ver a Paula, está en la habitación dieciséis, se va quedar hospitalizada, se ha fracturado la clavícula y tiene un esguince  en el tobillo, mañana le harán otros estudios, para asegurar no hayan más daño. —comentó, tratando de tranquilizarla.  Fernando se quedó mirando a su hijo, que estaba a un lado de su  abuela.

—¿Qué haces aquí Fernando? Deberías estar en casa, cuidando de tus  hermanas, como el hombre de la familia que eres, cuando yo no estoy. —Le dijo con voz firme y autoritaria.  Junior tomó la mano de la abuela y le dio un beso.

—Ve  con mamá, abuela. Yo voy después.  —sugirió sin apartar la mirada  de su padre. Doña Elvira asintió moviendo la cabeza, le sonrió, estrechándole la mano, que aún sostenía la de ella y caminó hacía la habitación.

Padre e hijo se quedaron mirándose, Junior apartó la mirada para ver que ya su abuela estaba lo suficientemente lejos de ellos, volvió la  mirada y la fijó en su padre.

—Sabes muy bien porqué estoy aquí. La mujer, que se cayó por las escaleras intentando detenerte, es mi madre, es la mujer, más importante en mi vida. Cuando vea que está  bien, le digo a Antonio me lleve a casa. 

Fernando lo miraba sorprendido por la vehemencia con que le había hablado. Junior no se dejó intimidar por su mirada penetrante. 

—Es mi madre, la mujer, que tu dices tanto amar y sin embargo... —cuestionó mirándolo a los ojos y pasando a su lado. Fernando giró a un lado y lo sujetó del brazo deteniéndolo.

Sirena del OcasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora