Lo hice por amor

73 11 12
                                    


―Paula Mendoza, mi Sireni, ¿aceptas casarte conmigo? ―pregunta abrazándome y mirándome a los ojos. Me he quedado sin palabras, no esperaba esta petición de matrimonio. Rafaello me mira sonreído, levantando las cejas e instándome a que le conteste.

»Eres mi amor... y quiero que seas mi esposa, mi amante......mi compañera de vida... ―susurró sobre sus labios.

Es una petición de matrimonio dicha con amor, con vehemencia, con veneración que me hacen estremecer y temblar de emoción. No me salen las palabras y sólo puedo abrazarlo y en un beso demostrarle todo mi amor.

―¿Eso...es un ¡Sí!?  ―pregunto acariciando con los dedos su mejilla.


―¡Sí! ¡Sí acepto casarme contigo! Pero, tenemos que esperar el Juez me otorgue el divorcio ―contesto acunando su rostro con mis manos. Rafaello me besa, me abraza y vuelve a besarme largo. Un beso que me anula las fuerzas, para impedirle que vuelva a hacerme el amor. 


No podía dejar de besarle, era como si se me fuera la vida si no la besaba, la oigo gemir, es cómo oír la más bella y sublime melodía. Me separo para mirarla, ella me devuelve la mirada acompañada de una sonrisa. Una sonrisa que refleja la felicidad que ella siente. Su felicidad es la melodía que pienso tararear, todos los días que me restan de vida.

Días después...

Paula se encontraba en la terraza con Fabiola, Carola y Alma, les leía un cuento ignorando que desde una de las ventanas del piso de de arriba, Rafaello se deleitaba mirándola e imaginando qué distinta hubiera sido la vida de ella y de él, si estuvieran casados y esas niñas fueran sus hijas.

―¡Hola Paula! ¡Hola mis amores! ―entra Francesca, saludando. Mira a las niñas y les lanza besos―. Vengo que no puedo con mi alma. Hace un calor en Santa Cruz horrible. ¡El aparcamiento parecía un horno! ―Francesca suelta un resoplido, con gesto de cansancio coloca el maletín ejecutivo y la cartera, sobre una de las butacas, luego se sienta en otra―. Ya he conseguido el permiso para Ju... ―Paula lleva la mano a la boca y disimuladamente le hace señas que no continúe hablando.

Francesca hace silencio, coge el abanico y comienza a abanicarse. El aire Sahariano que hacía ese día, y, el estar haciendo trámites en el Juzgado, luego en el Sanatorio, la tenía agotada. En la capital de la isla, se sentía más el bochorno y la humedad que ahí en Garachico. Paula respira aliviada, no quiere que sus hijas comiencen a hacer preguntas. Ella termina de leerles el cuento, mientras Francesca se sirve un vaso de limonada de la jarra que había sobre la mesa. Al terminar de leer el cuento, Paula le pide a Fabiola vaya con las niñas a la cocina, le pida a Gina les sirva helado, y se quedan allí comiéndolo, mientras ella habla con Francesca. Las niñas se levantan, Carola y Alma se cogen de la mano, y caminan hacia la cocina. Paula las ve irse, da unos pasos a la puerta, para asegurarse que ya pueden hablar con total tranquilidad.

―Esta terraza, es el paraíso. ―expresa Francesca, mientras se quita las sandalias de tacón y se da un ligero masaje en los pies―. Ya tengo el permiso para que Junior vea a Fernando. Me costó convencer al médico después de lo sucedido contigo. La Psicólogo no me puso trabas, estuvo de acuerdo que Junior vea a su padre, también dio su autorización, para que tú puedas verlo...Fernando pregunta mucho «¿Cuándo va a ver a su ángel?». Ella cree que tú y Junior pueden ayudarle a recuperarse.

―¿Cuándo...cuándo puedo llevar a Junior? ―pregunto en voz baja.

―El miércoles que es el día de visitas. Habla con Junior y dile el estado en que se encuentra Fernando. No quiero que mi ahijado sufra un shock al ver a su padre y, que no lo reconozca. Junior tiene a Fernando en un pedestal muy alto, verlo perdido, sin recuerdos, es ver caer su Dios, su modelo a seguir. Toda su vida ha visto un Fernando con mucho carácter, enérgico.

Sirena del OcasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora