Capitulo XII

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El lunes por la tarde, habían quedado con Nate para preparar su clase especial para Historia, y si bien los dos habían pensado que después de haber hablado el otro día, las cosas serian más sencillas, y ya no se sentirían incómodos, todo resultó al revés.

Nate estaba esperándola en su auto a la salida; cuando llegó, le abrió la puerta del acompañante para que subiera, y Lana le agradeció con la mejor sonrisa que pudo formar intentando parecer relajada y cómoda. Durante el trayecto ninguno dijo una palabra y la tensión del ambiente podía cortarse con un cuchillo.

Lana nunca había entrado en la habitación en la Nate, es más, nunca había ido a su casa, por eso estaba más incómoda de lo normal; aunque no debería estarlo. Es decir, sólo iban a hacer un trabajo, y ya.

«Al menos no hay nadie en casa» pensó.

«Esperen... ¿Eso es bueno o malo?»

Subieron a la habitación del muchacho, y la joven no había notado hasta entonces, la enorme estructura de la casa. Tenia dos pisos, y había llegado a contar cinco habitaciones hasta llegar a la de Nate. Estaba ubicada cerca de la costa, y tenía una vista espléndida de la playa. «Debió costar una fortuna. Eso explica el colgante»

Y hablando de Roma... lo primero que vio cuando entró en el cuarto, fue la cadenita con el signo infinito que le había obsequiado, y ella, muy descaradamente le había devuelto.

Un atisbo de melancolía le cruzó el rostro. Nate lo percibió, y dirigió la vista en la misma dirección. Tomó el colgante, y guardó dentro del cajón.

- Disculpa el desorden, olvidé limpiar - se excusó.

- Está bien, mi cuarto es igual - respondió Lana restándole importancia, y evadiendo el tema.

Tomaron asiento en el suelo de la habitación, y comenzaron a recopilar información para realizar el reporte sobre la Primera Guerra Mundial. Cada vez que alguno hacia una sugerencia, les era imposible no perderse en los ojos o en lo labios del otro, lo cual era muy evidente y estaba complicándolo todo.

Sin embargo, continuaron así hasta casi las cinco de la tarde, cuando ya estaban cansados, y hambrientos.

- ¿Qué dices si terminamos por hoy? - sugirió Nate - Hemos hecho bastante, sólo quedan detalles.

- Por mi está bien. Podemos reunirnos mañana y acabar con todo, ¿De acuerdo? - La muchacha había comenzado a recoger sus cosas y ordenarlas, deseando que el chico le dijera que no se fuera.

- Genial. ¿Te quedas y comemos algo? Hay pizza en el refrigerador - Nate definitivamente no quería que Lana se marchara.

- Absolutamente si, muero de hambre.

Ambos se sorprendieron de la capacidad que tenían para hacer de cuenta de que sólo eran dos amigos haciendo una tarea para la escuela, como si todo estuviera normal entre ellos. Cosa que seria imposible.

Lana estaba guardando sus últimos libros en la mochila, cuando Nate cerraba su laptop y se volteaba para guardarla, al tiempo que chocaba con la muchacha, haciendo que todos sus cuadernos se esparcieran por el piso.

- Oh, lo siento, no sabia que estabas tan cerca...

- Descuida, no pasa nada - respondió la chica, recogiendo nuevamente sus pertenencias. - Dejame ayudarte - Nate se agachó a su lado, juntando un par de libros, y cuando alzó rostro del suelo, notó que la distancia que los separaba era mínima.

Lo invadió la necesidad de juntar sus labios y besarla de tal manera que compensara todos los días que no se habían besado, o incluso hablado.

Lana apartó el rostro cuando sintió que el pulso se le aceleraba, tomó los libros de la mano del joven. Pero este fue más rápido, no los soltó, y la obligó a acercarse más, rozando la punta de su nariz con la de ella.

El Triángulo Amoroso de Lana Brooks. (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora