. 22 . Tenerife. Octubre 2014

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Me cuesta mucho comerme esta ensalada. No tengo hambre, pero estoy demasiado débil y me obligo a seguir. Y mastico sin ganas un pedazo de fruta cuando levanto la vista y lo veo. Es un joven de aspecto oriental, vestido con un extraño chándal negro, que está en una de las entradas. Enseguida me doy cuenta: me está mirando.

Y el corazón se me acelera otra vez. Ese oriental me mira, y luego mira hacia otra de las entradas, y la vista se me va hacia allí. En la otra puerta está... ¡uno de ellos! ¡uno de los dos del hospital! Y también me mira. Y de pronto veo que asiente. Vuelvo a mirar al oriental y veo cómo entra en el bar y viene hacia mí, caminando entre la gente, muy deprisa.

Y los latidos de mi corazón son ahora tan rápidos y fuertes que casi me duelen, porque también he visto lo que lleva ese oriental en una mano. Lo mantiene apretado contra el muslo, con el brazo estirado hacia abajo. Pero se lo he visto.

Una navaja. ¡Una navaja abierta! ¿Va a intentar matarme aquí? ¡Pero si esto está lleno de gente!

Al principio, viéndole venir tan directo, el terror me deja pegada a la silla. Pero cuando ya está tan cerca, rodeando una mesa que está junto a la mía, es como si el miedo me catapultara.

Me levanto y salgo disparada, pasando por el otro lado de esa otra mesa. Él se para en seco y se da la vuelta, pero está al otro lado y yo ya he puesto la directa. Corro hacia la puerta por donde ha entrado él y ni sé cómo no atropello a nadie. Llego y la cruzo a toda velocidad. Pero sólo cruzarla, alguien me agarra el brazo derecho. Fuerte.

¡No! ¡No te pares! Cojo impulso y me giro hacia quien me agarra, retirando el brazo de golpe. Y consigo soltarme. Es otro hombre, también con un chándal negro. Parece otro oriental, pero no tengo tiempo de verle bien la cara. Con el impulso que llevaba doy un traspié y estoy a punto de caer, pero consigo darme la vuelta y seguir corriendo.

Corre... ¡Corre!

No sé dónde voy. Como siempre sólo pienso en correr. Estoy cruzando la avenida del centro comercial y es demasiado grande ¿Dónde puedo esconderme? Y lo único que veo es un ascensor al otro lado. Está abierto y repleto de gente... ¡pero las puertas se están cerrando! Acelero y voy directa, sin ni pensarlo, y en el último momento tengo que ponerme de lado para pasar entre las puertas y colarme dentro del ascensor. Paso justo, justísimo, y tan lanzada que choco contra un hombre que estaba dentro. Suerte que el pobre está bastante gordo, porque casi lo tumbo.

─¡Niña! ¡¿Pero qué haces?!

─Perdone... lo siento... ─Digo jadeando. Y siento alivio al oír las puertas del ascensor acabando de cerrarse detrás de mí.

Pero el hombre gordo no me mira a mí, sino a las puertas.

─¡Joder! ¡Que ya está lleno! ─Grita muy cabreado.

Y me doy la vuelta. Alguien que está fuera ha puesto un brazo justo entre las puertas, y al tocarlo éstas se vuelven a abrir enseguida. ¡Oh, mierda! Es el oriental, el primero que ha entrado en el bar. Ahora es él quien entra en el ascensor, antes de que las puertas vuelvan a cerrarse.

El pánico me domina. Es un ascensor muy grande y está a tope de gente. Inconscientemente me deslizo hacia atrás, entre toda esa gente, hasta tocar con la espalda la pared del fondo. ¡Mierda! ¿Por qué me he metido aquí? Y lo veo. El señor gordo le está gritando al oriental, pero éste ni le mira. Y pasando de él, le rodea y viene hacia mí.

Y yo sólo miro la navaja que lleva en la mano, aún apoyada en su muslo. Por favor, esto también está lleno de gente... Por favor, no... Pero enseguida se me planta delante, y lo hace rápido. Muy rápido. Se me arrima y me rodea la espalda con el otro brazo, y yo bajo la vista. Oigo una niña gritar a nuestro lado, pero yo sólo veo cómo esa mano con la navaja se mueve. Muy rápido. Rapidísimo.

¡No! ¡¡Aún no!!

Me dejo caer de golpe, agachándome, y así consigo mover los brazos. Y con las dos manos le agarro la muñeca, justo por encima de la navaja. Él la mueve de golpe hacia atrás, tan fuerte que caigo hacia delante y quedo de rodillas en el suelo. Pero me aferro a esa muñeca con todas mis fuerzas. Forcejeamos, y me doy cuenta de que no podré aguantar mucho más. La niña sigue chillando fuerte, y oigo a otra gente gritando también. Y levanto un momento la vista. ¡Primer piso! ¡Las puertas se están abriendo! ¡Las puertas...! Y apoyo el hombro contra el vientre de ese oriental, y me levanto un poco. Y apoyo un pie en la pared que tengo detrás, y empujo. Con todas mis fuerzas.

Caemos. Los dos. Él de espaldas y yo encima suyo, aún con las dos manos agarrándole la muñeca. Pero no somos los únicos. Le he empujado contra el tumulto de gente, y con las puertas abiertas muchos han caído también. ¡Las puertas! ¡Sal! Me levanto soltándole y salgo otra vez disparada hacia las puertas, por encima de la otra gente. Pero al tocar por fin el suelo doy otra vez un traspié y cruzo las puertas a punto de caer, muy inclinada hacia delante.

Y otra puta vez. Alguien que está fuera me agarra por la muñeca y tira de mí hacia un lado. Es otro hombre. Y casi sin tocar el suelo, otra vez me veo girando como si fuera un péndulo. Y otra vez me suelta, pero ahora consigo no caer. Recorro unos cuantos metros dando traspiés hasta pararme, medio agachada. Y lo primero que veo son unos pies delante de mí. Me levanto enseguida.

Otro oriental también de negro. Tiene que ser el que me agarró saliendo del bar. Y me mira sonriendo, pero yo miro alrededor buscando hacia dónde huir. A mi derecha hay un gran escaparate con una puerta abierta en medio, pero el interior está oscuro: Es un local vacío. Y yo estoy tan acojonada que no puedo ni pensar. Debo tener la adrenalina por las nubes, y hago lo único que me sale. Me giro un poco y levanto un brazo en posición de defensa. No puede serle tan fácil. Yo soy buena con el kárate, ya tengo el...

Ni me entero.

En un microsegundo. Me ha agarrado un brazo, me ha puesto de cara a la entrada de ese local, y me ha empujado adentro. Y vuelvo a dar traspiés pero ahora sí: acabo de morros contra el suelo.

Mierda, ¡mierda! ¿Qué es este tío? ¿Un puto ninja? Y al darme la vuelta en el suelo los veo ante mí: El que estaba en la otra puerta del bar, el del hospital. Intento levantarme y él me deja hacerlo, pero cuando consigo estar de pie me empuja de golpe con las dos manos. Caigo otra vez de espaldas y mi cabeza golpea la pared detrás de mí. Siento ese ruido seco y un dolor fortísimo, como la primera vez que me desperté en el hospital, pero ahora resonándome dentro del cráneo. Y ya no puedo más. Me quedo así, tumbada en el suelo, con la cabeza medio apoyada en esa pared. Las lágrimas quieren salir, pero el dolor no les deja.

─¿Qué te has creído? ¿Que te ibas a escapar? ─Me dice.

Y vuelvo a levantar la vista. Ahora a su izquierda está el oriental del ascensor, y detrás de él aparece el otro, también con un chándal negro. Miro alrededor, y la cabeza me duele al hacerlo. Estamos dentro de ese local vacío, y a mi derecha veo la puerta aún abierta, y los escaparates de cristal, con algún letrero pegado. Y gente afuera, caminando frente la puerta y los escaparates. Pero nadie mira hacia aquí.

Y ni un policía. Y ni un puto guardia de seguridad. Y el local está a oscuras, y seguro que desde fuera no debe verse bien el interior. Pero la puerta sigue abierta y a estos tres parece que les dé igual. Sólo me miran a mí, como quien mira una cosa muy molesta.

─¿Quién es el que te ha ayudado en el hospital? ─Vuelve a preguntar. Pero yo me quedo callada. No me sale ni una palabra, y a él tampoco parece importarle. Mira al oriental de su derecha, y con toda la tranquilidad le dice:

─Venga, date prisa. 


Cuando haces según qué cosas te acaban pasando otrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora