─¿De verdad quieres saberlo todo de la "preciosa chica" que tienes delante?
Y él me miró. Y había que reconocerlo: era bien guapo. Y al menos no un gilipollas, como algún que otro abogado que había conocido.
─Reconocerás que no es muy normal lo que hiciste en esa playa. Y aun así estoy seguro de que hay mucho más en ti de lo que se...
─¡Vaya! ─Le interrumpí ─¿Y qué esperas? ¿Que te abra mi corazón y te cuente mi vida? ¿Que quiera que tú me cuentes la...?
Pero no seguí. Como siempre, acababa de darme cuenta de lo maleducada que estaba siendo.
Encima de lo amable que había sido él. De que me había llevado nada menos que al famoso "Sky Bar" de Los Ángeles, y de que estaba en aquella lujosa azotea tomándome un cóctel delicioso, y con una preciosa piscina a mi derecha, y una espectacular vista nocturna de la ciudad ahí mismo, justo tras el cristal en el que apoyaba mi hombro izquierdo. Suerte que hacía tiempo que habían dejado de excitarme las alturas...
─Podríamos simplemente conocernos un poco más. Y ya está ─Dijo él. Como si fuera lo más simple del mundo.
Y además inasequible al desaliento. Mira tú qué bien: un joven y guapo abogado con aspiraciones. Seguro que era de los que no aceptan un no como respuesta.
Le conocí aquel día en la playa, justo después de partirle los morros al cerdo que intentó desnudar a aquella niña. Porque resulta que la niña era hija de un congresista, nada menos. Y después de tumbar al cerdo aparecieron como de la nada... ¡un montón de guardaespaldas con americana y corbata! ¡corriendo por la arena! ¿Y dónde coño estaban cuando el cerdo se acercó a la niña y sus amigas?
Y él apareció con ellos. El brillante abogado que se había convertido en la mano derecha de todo un congresista. Y claro: me agradeció haber defendido a la hija de su jefe. Y que si necesitaba cualquier cosa que se lo dijera, y así, sin más, que aquella noche la tenía libre...
Y a mí que me gusta que no se anden con rodeos. Y él con ese palique, y tan guapo como era, y yo... sí: estaba un poco eufórica por lo del cerdo y... bueno...
─¿Pero por qué ahora? Si el mismo día que nos conocimos ya me llevaste a la cama...
─No soy de los que sólo buscan un polvo. Al menos que entiendas eso... ─Dijo con una sonrisa. Encantadora sonrisa, además.
─¿Se te ha ocurrido que quizá yo sí soy de las que sólo buscan un polvo?
─Serías la primera que conozco que sólo quiere eso. Y mira que he conocido a unas...
Y de pronto se calló. Y levantó mucho las cejas, y me puso una mueca tan divertida...
─Vaaale, vale. Cagada gorda ─Reconoció ─¿Podrías borrar esto último que he dicho?
Y no pude evitar reírme. Y bueno, tampoco había dicho ninguna estupidez. Y al menos me hizo reír, cosa que últimamente era toda una hazaña.
─Así que quieres conocerme un poco más.
─Eee... ¿Me creerías si te dijera que no suelen gustarme las chicas con las que salgo? Si me dejas quizá podría demostrarte que tú sí que...
─¿Puedo hacerte sólo una pregunta? ─Volví a interrumpirle. Y en serio que lo sentía.
─Por supuesto.
─¿Te gustaría salir con una ninfómana?
Y mientras regresaba en el taxi yo sola, me quedé mirando las palmeras de aquel bulevar. Fue Olga quien me animó a hacerlo, pero aún no entendía por qué, después de haberme metido en la cama con él, había aceptado una cita cuando aquel abogado me llamó. Por muy simpático e interesante que fuera.
Y es que Olga tenía razón: Me daba alergia cualquier relación con un hombre que no fuera estrictamente sexual. Ya había salido con alguno sin la intención de acostarme con él, pero en cuanto se tomaban más confianza de la debida ya tenía ganas de salir corriendo. No podía evitarlo, lo veía como una amenaza.
Y no: Mi problema no era que me gustara demasiado el sexo. Ni tampoco el miedo por las "malas experiencias" que había tenido. Porque además estaba viviendo con tres personas: Primero Olga, que era la demostración de que incluso una ninfómana podía salir con un hombre que le gustaba, y que encima estaba enamorado de ella sabiendo que era ninfómana.
Y después Eli y José. Con sólo dieciocho años casados, y enamoradísimos, y que estaban a punto de tener un hijo no por accidente, sino porque habían decidido tenerlo. Con dieciocho, y viviendo con dos ninfómanas. Y esa era la otra razón para hacer la terapia: Porque ellos insistían en compartir la "aventura" de criar un hijo conmigo y con Olga, porque nos querían a las dos tal como éramos. ¿Qué más podía yo necesitar?
No. Mi problema era precisamente que esas tres personas con las que vivía, mis únicos amigos, eran demasiado especiales. Mi problema era el miedo a tener que vivir con alguien normal.
Pero para no crear falsas expectativas: Ese abogado del Sky Bar, además de guapo, era algo reservado y misterioso, pero sólo un ejemplo más. Ya no le volví a ver. Y ni que hubiese sido un vampiro, como tanto le gustaba bromear a Eli. De otra aventura de película aún tenía menos ganas.
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Cuando haces según qué cosas te acaban pasando otras
Misteri / Thriller. Corro. Corro por el miedo. Y por ese estúpido impulso de huir, de sobrevivir. Y por no ser capaz de aceptar que ya está. Que ya lo he perdido todo. Ahora, una vez más, quieren matarme. Y ahora no sé ni quién ni porqué, y me lo han quitado t...