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Me muero de calor.

He subido a pie hasta la carretera, pero ya era más de mediodía cuando he llegado a arriba. Al poco de empezar a subir por el camino ha aparecido un coche de la policía, y un rato después dos coches más y una ambulancia. Me he pasado horas escondida tras unos arbustos esperando a que se fueran, y después aún he tardado en atreverme a volver al camino.

Y subía con mucha pendiente. Y no se acababa nunca, y hoy el sol pega que no veas. Y aunque iba por la sombra de los árboles, cuando he llegado a la carretera me sudaban hasta las uñas.

Y ahora en esta carretera no hay nada de sombra. Y me muero de calor, y tengo sed, y empiezo a preguntarme si me he equivocado de dirección. Al final del camino recordaba que la camioneta había girado a la izquierda para tomarlo, por lo tanto veníamos de la derecha. Y yo, sin dudarlo, al sentido opuesto: a la izquierda.

Pero ya no lo tengo nada claro. Llevo casi una hora andando por aquí, y la jodida carretera tampoco se acaba nunca. Y está desierta. A mi izquierda, a un par de metros del asfalto, empieza un precipicio altísimo que da al mar. La vista es increíble, pero este sol pega demasiado fuerte y me da miedo pillar una insolación. ¿Cuánto falta para el siguiente pueblo? ¿Y por qué no pasa ni un maldito coche, que pueda recogerme?

Y esta vez no es sólo al pensarlo: Después de un buen rato al fin oigo un coche acercarse por detrás. Me doy la vuelta enseguida. Aún no lo veo, pero lo oigo claramente acercándose a lo lejos. Y sé que debería ser prudente, esconderme para comprobar que no sea el David, o alguien que me busque para... Pero no: Estoy tan desesperada que sin esperar a que aparezca, me pongo en medio del asfalto y levanto bien alto la mano.

Pero en cuanto aparece, la bajo enseguida.


Cuando haces según qué cosas te acaban pasando otrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora