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Me quedo parada después de la puerta, ya en la acera de la calle. Y lo veo un poco a la derecha, de pie junto al bordillo. Es el portero que vi aquí abajo, al entrar. Tiene una pistola sujeta con las dos manos, los brazos estirados. Está apuntando al otro lado de la calle.

Y se me va la vista hacia allí. Pasan bastantes coches y bastante rápido, o es mi mente que está acelerada. Y enseguida lo veo a ese otro lado de la calle, arrodillado y un poco inclinado hacia delante, apoyándose en un coche aparcado. Tiene una mano sobre el pecho, un poco metida bajo la otra axila. Pero la veo. Esa mano tiene sangre.

Es David. Le han pegado un tiro. Y vuelvo a mirar a ese portero. Le está apuntando a él, tranquilo, como esperando a tener un espacio entre los coches que pasan, para volver a dispararle.

Y otra vez. Sin pensar.

Echo a correr hacia ese guardia, inclinando mi cuerpo hacia delante. Muy hacia adelante, casi hasta caer. Y al llegar le golpeo con el hombro en la espalda. Y llego a empujarlo hasta el asfalto, pero no soy yo quien lo derriba.

He oído el golpe, ha sonado muy fuerte. Y he gritado al oír el frenazo. Es una furgoneta gris y tenía que ir muy rápido, porque después de arrollar a ese portero no se ha detenido hasta bastante más abajo.

Y cruzo la calle. Corriendo, sin mirar. Y llego hasta David. Y le agarro de los hombros, y le ayudo a levantarse. Y con las piernas temblándome y lágrimas en los ojos, lo empujo calle abajo.  

Cuando haces según qué cosas te acaban pasando otrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora