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─No... No, no, no... ¡Por favor! ¡¡Por favor!! ¡¡¡No!!!

Una vez más me incorporo. En otra cama desconocida de otra habitación desconocida, y llorando. Por la misma pesadilla. Pero esta vez ha sido peor.

Y esta vez, estando ya despierta, vuelvo a gritar. Porque la puerta de la habitación se ha abierto. Y he visto una sombra entrando. De golpe, una vez más demasiado rápido. Y el susto, al mezclarse con el llanto, me corta la respiración.

Hasta que se enciende la luz.

─¡¿Qué pasa?!

Es David. Está ahí, en la puerta, con un brazo estirado y la mano sobre el interruptor de la luz. Y en la otra mano tiene una pistola. Y yo me quedo mirándole y sollozando. Él entra del todo, cierra la puerta y viene hasta la cama, dejando la pistola sobre la mesita y sentándose a mi lado.

─Una pesadilla... ─Susurra. No me lo ha preguntado. Me lo ha dicho.

Y yo me inclino hacia él y le rodeo con mis brazos, presionando la cabeza contra su pecho. Y él me rodea con los suyos, pero muy suavemente, como si no se atreviera a abrazarme del todo.

─Ha caído... ─Digo, aún llorando ─El avión ha chocado contra el mar... y ellas estaban debajo...

─Ya está... ya ha pasado... ─Susurra él. Noto que me acaricia la espalda, pero tan débilmente... ¿Por qué no me aprieta más fuerte? ¿Por qué no me abraza de verdad?

Pero no. Permanece así un rato, y luego me pone las manos en los hombros y me separa, mirándome una vez más a los ojos.

─Alba, aguanta un poco más. Esto se acabará. Y cuando se acabe dejarás de tener esas pesadillas. Te lo prometo.

Y vuelvo a abrazarle, y él también. Pero otra vez casi sin tocarme, como si no supiera cómo darme consuelo. O no quisiera. Y aun así se lo pido.

─¿Puedes... quedarte aquí?

Y él me mira un rato más, y luego se levanta. Coge la pistola y va hasta la mesa que está al otro lado, junto a la ventana. Deja la pistola encima y se sienta en la silla. No se me había ocurrido que no estoy desnuda, pero tampoco vestida: Llevo sólo una camiseta y las bragas. Y aún menos que en la habitación sólo hay una cama.

─¿No vas a...? ─Pregunto, sin ni siquiera pensarlo.

─Tranquila. Yo no suelo dormir mucho ─Me contesta.


Y tumbada de lado en la cama, bien tapada con la sábana, no puedo evitar mirarle. La ventana da a la parte trasera del hotel y entra poca luz. Y él está mirando a fuera, quieto, con esa típica mirada suya.

Y aún siento esa profunda tristeza. Antes de meterme en la cama he encendido el móvil y he vuelto a mirar el correo, esperando ver otro mensaje de José. Y nada. Y he intentado engañarme a mí misma pero no lo he conseguido. David me ha dicho que estuve toda una semana en coma. Siete días. Y ellos son tres, y les conozco demasiado bien. Por muy mal que estuvieran me habrían dejado un mensaje, si ellos no...

Y he vuelto a dormirme llorando, con ese ahogo, intentando no volver a preguntarme qué me va a quedar. ¿La abuela?

¿Cómo voy a presentarme en su casa ahora? ¿Cómo voy a decirle que lo único bueno que he hecho en la vida ha sido querer a tres personas que ya no están? ¿Y que las han matado por algo que yo hice?

Y encima, mirando a ese hombre del que no sé nada, me doy cuenta: El jodido misterioso y guapo asesino ha conseguido arrancarme un miedo nuevo, como si no tuviera bastante. Y no es miedo a acabar sintiendo algo romántico por él, no soy tan estúpida para eso; sino a no saber qué voy a hacer cuando desaparezca de mi vida.

─¿Has estado en Andalucía? ─Le acabo preguntando.  

Cuando haces según qué cosas te acaban pasando otrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora