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Al menos, por una vez, no me despierto llorando. Estoy tumbada boca abajo en la cama y aún oigo el ruidito de brisa, pero ya sé lo que es. Giro la cabeza y lo veo arriba, en la pared. El aparato de aire acondicionado, soplando a tope y dándome directamente en la espalda cuando la jodida pestañita baja. Por eso tengo tanto frío. Y al lado, en la otra pared, veo el ventanal. Cerrado pero como siempre sólo con el cristal, sin las cortinas echadas. Está empezando a amanecer.

Un sueño. Era un sueño... pero esta vez no ha sido una pesadilla ¿Por qué? Y por un momento, al darme cuenta de la realidad, de que Olga, Eli y José siguen sin estar, siento ganas de llorar otra vez. Pero ahora no llego a hacerlo.

Oigo un ruido distinto al otro lado. Es un suave resoplido, como el inicio de un ronquido que no llega a serlo. Giro la cabeza y lo miro. Aquí. Aquí mismo, sólo tengo que moverme un poquito para tocar su cuerpo con el mío. David. Y al verlo, no puedo evitar sonreír.

Tumbado de lado y de cara a mí. Y completamente desnudo, igual que yo. Su brazo descansa recto sobre su cuerpo, con la mano apoyada sobre el muslo. Y el otro brazo, el de debajo, está doblado. Y tiene el codo hacia mí, casi tocándome la cara. Y la mano le queda sobre la almohada. La tiene abierta, con el pulgar estirado hacia sus labios, casi tocándolos. Y tiene la boca medio abierta y la cabeza inclinada hacia arriba, como buscando ese pulgar para chuparlo. Sí, un centímetro más y se lo estaría chupando. Realmente está muy gracioso.

Y mi tristeza sigue, pero ahora es distinta. Sé que ha sido un sueño, pero es como si mirar a David me animara a tener esa esperanza imposible. Otra vez la misma imposible idea que tuve en el ascensor de ese hospital. Él y yo sobrevivimos en el avión, y eso también era un milagro. ¿No habría una posibilidad, por remota que sea, de que Olga, Eli y José también se hayan salvado? Vuelvo a pensar que quizá los recogió algún otro barco, y los llevó a otro hospital, o a otra de las islas. Y quizá ahora también están tristes, pensando que soy yo la que ha muerto.

Es una locura. Sí, una esperanza imposible. Llevo tres días encendiendo de vez en cuando el móvil, para mirar si hay un correo sin enviar en esa cuenta del Hotmail. Y no. Pero aún no puedo renunciar a ella. No quiero.

Este aire tan frío en la espalda me está helando. Estamos los dos completamente destapados, y yo estoy al borde de la cama. Con mucho cuidado me pongo de lado hacia David, y le paso el brazo por encima, buscando la sábana detrás de él. Y cuando la encuentro y tiro de ella para taparme, él no se despierta pero se mueve adelantando su brazo y rodeándome con él. Me abraza. Y rápidamente me acerco, ahora sí, para apoyar mi cuerpo contra el suyo. Y me abraza más, y me aprieta contra él.

No es que sea muy cómodo... ¿Por qué me siento tan bien así?

Esta calma, esta seguridad... y ahora la sábana nos cubre a los dos ¡Este calorcito! No puedo evitarlo, muevo un poco la cabeza y le doy un beso en los labios. Y él ni se entera, sigue profundamente dormido. Bueno, es que lo de antes ha sido... Buff... ¿Cómo puede ser? ¿Por el tiempo que llevaba sin hacerlo? No. He tenido ganas demasiadas veces y sé que esta noche era... distinto. ¿Es por lo que dijo de su hija? Ostras, qué fuerte... ¿Lo he hecho para consolarle?

¿Pero así? ¿O es porque me he quedado sola? ¿Era yo la que necesitaba consuelo? Uf, no sé. Es que me sentía como si... Mira: Me ha pasado lo que me ha pasado pero soy lo que soy. Mejor no darle vueltas...

Muevo otro poco la cabeza hasta ponerla sobre la almohada. Ahora su brazo, aún doblado, se apoya sobre ella. Y noto el calor del otro en mi espalda. El frío ha desaparecido del todo.

¡Por Dios! ¡Qué bien se está así!

Cuando haces según qué cosas te acaban pasando otrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora