─¡Oye! Tu eres la nieta de la Lucía ¿no?
Casi he pegado un bote al oírlo. Me he dado la vuelta y he visto a un anciano bastante gordo. Tenía un bastón en una mano, y la otra se la sujetaba una anciana que estaba junto a él. Una abuelita menuda y delgadísima, casi tan delgada como el bastón.
─Eee... No, yo...
─¡Mira, Tere! ¡Es la nieta de la...! ¡Ay!
Ni ha podido terminar. La anciana, tan pequeña como era, le ha soltado la mano y le ha pegado una colleja que casi me lo tumba, al pobre. Y ahí yo sí que he pegado el bote.
─¿Qué? ¿Ya estamos chocheando? ─Ha exclamado la vieja ─¡Que no es ésta, burro! ¡Y a ver si dejas de babear con todas las niñas que se te cruzan! ¡Viejo verde!
─Pero si es... ¡Ay! ─¡Zas! ¡Otra colleja!
─¡Anda! ¡Cállate ya y tira p'alante! ─Ha vuelto a exclamar ella. Le ha agarrado el brazo y literalmente lo ha arrastrado calle abajo ¡con lo delgada que estaba! Pero encima, cuando ya pasaba de largo, me ha dicho:
─Perdona Alba, que éste está que ya no toca... ¡Anda, tira!
Y así estoy otra vez. Con cara de besugo en la acera de una calle de pueblo. Y una vez más ruborizada. Porque he mirado al otro lado de la calle y David estaba ahí, en la acera de enfrente, mirándome con esa cara tan seria.
Y ahí sigue, junto a la puerta de la panadería. Una panadería que también es la recepción de la casa rural que está en las afueras, y donde él ha entrado a reservar habitación. Y me ha dicho que le esperara fuera, que no convenía que nos vieran juntos demasiado tiempo.
Pero esto es un pueblucho donde yo pasé mi infancia, y parece que todo Dios me está reconociendo.
Y al verle con esa cara, me siento como una cría a la que han pillado haciendo una travesura. Está así desde que he salido antes de la "oficina" de turismo. Primero me ha dicho que ya había localizado en su móvil el cortijo del tal Señor Santiago, y que habría que ir a ver si nos decían algo de la abuela.
─Está en la carretera del sur, a sólo tres o cuatro kilómetros del pueblo. Así que mejor vamos a pie. Éste pueblo es muy pequeño y no conviene coger prestado ningún coche...
─¿No es muy tarde para ir ahora?
─Sí. Quizá mejor buscamos un sitio donde pasar la noche y vamos mañana a primera hora...
Y ha sido cuando hemos empezado a andar hacia la panadería que nos había dicho la vieja de la oficina.
─Menuda charlatana la vieja... ¿Te ha dicho algo más de tu abuela? ─Me ha preguntado él.
─No, no. Sólo seguía con sus... chismes. ─Le he respondido yo.
Y él me ha mirado con su cara de "chica, no te creas que no sé que me estás mintiendo...". Y es que no sé porqué me he callado lo que me ha dicho esa vieja: que mi abuela me esperaba, pero "sólo a mí".
Y él, ya con esa expresión de enfado, venga con lo de que deberíamos ser discretos, que cuanta menos gente sepa que estoy aquí, mejor... Y ahora todo el jodido pueblo ya debe estar murmurando que ha aparecido la nieta de la Lucía, con un hombre con... bueno, con la planta que tiene David.
Pero sigo sin decírselo. ¿Por qué? ¿Porque él sólo me cuenta "lo que quiere que sepa"? ¿Porque hace ya un par de días, desde lo de su bromita en aquel bar, me siento incómoda, como fuera de lugar?
Estoy con un asesino, o un "espía con licencia para matar", o lo que sea. Que me mantiene viva para conseguir algo que tampoco sé lo que es, o para vengar la muerte de una tal "Clara" ¿Por qué estos últimos dos días me ha dado la impresión de estar de vacaciones con un amigo? La misma impresión que antes me hacía salir huyendo de los hombres. Y ahora...
Con lo tranquila que estaba yo cuando sólo los necesitaba para el sexo.
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Cuando haces según qué cosas te acaban pasando otras
Mystery / Thriller. Corro. Corro por el miedo. Y por ese estúpido impulso de huir, de sobrevivir. Y por no ser capaz de aceptar que ya está. Que ya lo he perdido todo. Ahora, una vez más, quieren matarme. Y ahora no sé ni quién ni porqué, y me lo han quitado t...