6

312 15 2
                                    

Cuando el mayor llegó de clases, comieron todos juntos y acostó a Marcos para la siesta. Mientras éste dormía plácidamente, ella dejó la cocina recogida y se sentó a leer lo que había escrito en esos dos días. Estaba ensimismada en la lectura, sintiéndose la mar de extraña, como si no fuese su vida y cosas que la dañaban lo que leía sino invenciones de un escritor que no era ella. ¿Tan rebuscadas eran sus experiencias para que así le pareciese? Suspiró ante la idea y continuó con la lectura, hasta que el timbre la llevó de vuelta al presente. Cerró el bloc y lo dejó sobre el sofá para después ir a atender la puerta.

De todas las personas que hubiera podido imaginar encontrar al otro lado, ésta no era ni la última de la lista; simplemente no estaba en su mente. Se sorprendió al verlo, obviamente, pero algo más la molestó. Nervios. ¿Por qué se sentía nerviosa?

— Hola, Axel. ¿Qué tal? —Preguntó con amabilidad.

— Bien, bien —él le sonrió.

— Esto... ¿quieres pasar? Sugirió, insegura y sorprendida por su propia propuesta.

— Si no molesto...

Ella negó con la cabeza y se hizo a un lado, abriendo con ello la puerta por completo. Axel, sonriente, accedió al interior de la vivienda sin dudarlo un momento. Ambos se dirigieron al salón después de que Mara así lo indicase mientras cerraba la puerta. Iba tras él y no pudo evitar fijarse en su espalda, fuerte pero no ancha en exceso, escondida bajo una simple camiseta negra que marcaba lo que había debajo. Verlo así, desde detrás, y pensar en el aspecto del hombre no le causó gracia. No al menos cuando se dio cuenta de en qué modo lo veía. Sacudió la cabeza, en un intento de centrarse, y se acomodó en el sofá junto al varón, dejando una distancia prudencial entre ambos.

— ¿Y tus hijos? —Preguntó él. A ella, esa pregunta la descolocó, no por la pregunta en sí, sino por el cómo se sintió tras oírla.

— Em —balbuceó nerviosamente—. Javier haciendo los deberes y Marcos durmiendo.

— Ya veo —él movió las manos y, sin proponérselo, éstas captaron la atención de Mara.

— ¿Quieres agua? —Ofreció, deseando escapar del salón para pegarse a sí misma por pava.

— Sí, gracias. Aunque... si quieres, podríamos ir a dar una vuelta y tomamos algo por ahí, así conozco un poco esto —sugirió él animadamente.

— Oh, no puedo... Lo siento —respondió ella, disgustada por no poder permitírselo.

— No pasa nada, otra vez será —le sonrió y la cegó con su sonrisa, la cual se le hizo francamente hermosa y le agradaba.

— Claro —mintió, sabía que no podría ser.

— Vine a ver los tres pisos y no sé cuál escoger para vivir, la verdad. Pensé que podrías aconsejarme, ya que vives aquí —dijo Axel cambiando de tema hábilmente, puesto que notó cierto cambio en la fémina.

— Por supuesto, no me importaría —su nerviosismo crecía por momentos, cosa que no le gustaba ni un ápice—. Dime, ¿vivirás solo? Lo digo porque el más grande es el de esta planta, y el ático el más pequeño. Si tienes mascotas o hijos te vendrá bien un patio.

— Ni hijos ni mascotas, estoy solo —imprimió más fuerza a la última palabra, sin dejar de observar la reacción de la mujer, la cual le hizo sonreír interiormente—. Pero un patio para tomar el sol y comer o cenar al fresco sí que me gustaría...

— Entonces —comenzó a responder sin dejar de pensar en el hecho de que viviría solo—, el segundo queda descartado. Tiene nada más el balcón y es minúsculo.

✔️¡Ya era hora, Mara!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora