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Caminando en silencio llegaron a su calle. Al girar la esquina todo pareció cambiar, sin más.

Era como si la comodidad entre ellos hubiera desaparecido. Axel pensaba en cómo alargar el tiempo a su lado, ella se debatía entre intentar charlar un rato más con él o esconderse en la seguridad de su hogar para evitar que el rato se alargase.

¿A quién quería engañar? Estaba muy a gusto a su lado y él parecía querer compartir su tiempo con ella, ¿qué podía perder?

— Axel —lo llamó cuando estaban entrando en el portal—. Si te apetece...

Se detuvo de golpe, insegura. Él quería escucharla, pues lo que creía que iba a decirle podía no ser lo que realmente pronunciase, pero se percató de que no seguiría con la invitación. Se la veía dudar, retorcer los dedos de una mano y mirar a un lado. Debía hacer algo.

— Me encantaría estar contigo un rato más, Mara. Si tú quieres, claro —Dijo él.

— Sí. ¡Sí! —Atinó a responder mientras esbozaba una amplia sonrisa—. Por supuesto. ¿Quieres comer conmigo? Sólo son macarrones con tomate, pero...

— Estarán deliciosos —La cortó.

Ella sonrió afablemente y él sintió un profundo cosquilleo recorrer su cuerpo.

Entraron juntos y se dirigieron a la casa de la fémina, quien acomodó a su invitado y se dirigió a la cocina a poner agua a calentar. Sacó pan del congelador y lo colocó en la repisa de la ventana, sobre una rejilla, para que el sol hiciera su magia y lo descongelase.

Una vez en el salón, se sentó junto a Axel y estuvieron charlando en ambiente relajado y cómodo, únicamente roto por las idas y venidas de Mara a la cocina para vigilar el fuego.

La conversación fue fructífera. Ella descubrió que él disfrutaba de la adrenalina que le aportaban actividades de riesgo y que odiaba la salsa carbonara con toda su alma. Él rió al saber que ella sentía repulsión por las alcachofas, cosa que tenían en común. Prometió llevarla alguna vez a tirarse en paracaídas, o a escalar, o a hacer puenting. Ella le prometió cocinar para él un delicioso pollo con ciruelas y contarle más sobre su vida.
Decidió empezar en aquel momento, y le contó de su infancia, de sus familiares, de sus miedos y, por último, de sus fracasos sentimentales. Por encima, sin ahondar, pero dando suficiente información como para que él pudiera comprenderla.

— No todos los hombres son como ellos, Mara —Le dijo—. Yo jamás engañaría a mi pareja, menos aún si fuese alguien como tú.

— Eso nunca se sabe, Axel.

— Se sabe. Eso va con cada uno, unos son capaces de engañar, otros no. Yo nunca podría, no forma parte de mi personalidad. Lo mismo sucede con las mujeres. O acaso, ¿tú podrías engañar a tu pareja?

— No —Afirmó segura—. Me odiaría.

— Pues igual yo.

En aquel instante, mirándose a los ojos mientras hablaban, todo pareció detenerse. Se habían acercado hasta poder casi apoyarse uno en el otro, se deleitaba con el olor de su colonia y ella percibía el del desodorante, tan varonil que la estaba embriagando.

Axel sintió unas irrefrenables ganas de besarla, pero le preocupaba destruir todo si lo intentaba. Ella miró sus labios, después sus ojos y, nuevamente, sus labios. Tragó saliva, respiró entrecortadamente y se quedó de piedra ante sus propios pensamientos, hasta que él, a escasos centímetros de su rostro, habló.

— Mara... Si ahora mismo te beso, me golpearás seguramente, pero... —suspiró— ¡al diablo!

Tras aquella exclamación, sin darle tiempo a reaccionar, tomó posesión de sus labios de forma sedienta, como si fuese agua en el desierto. Ella estaba paralizada, él trataba de saborear aquella fruta jugosa que eran para él sus rojizos labios.

✔️¡Ya era hora, Mara!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora