Mara alisó como pudo su cabello, liso y lacio de por sí pero con tendencia a tomar formas extrañas de la nada. Era de un castaño tan oscuro que pasaba por moreno, así como sus ojos, aparentemente negros sin llegar a serlo. La melena le llegaba a media espalda y, en días como aquél, con un molesto viento soplando por su calle, se le revolvía y acababa con un nido de pájaros formado sobre la cabeza en cuestión de segundos.
Tomó el carrito en el que iba montado su hijo pequeño y apuró al grande para que terminase lo que fuese que aún hacía siendo la hora que era. Quedaban diez minutos para la hora de entrada a la escuela y aún estaban dentro del pequeño bloque de pisos en que vivían. <<Mal, Mara. Muy mal>>, se dijo mientras regresaba por el pasillo, dejando el carrito en la entrada.
— Javi, ¡vamos! —Le urgió.
— No encuentro mis cromos, mamá —dijo él con simpleza mientras rebuscaba por todo el cuarto.
— ¿Tus cromos? ¿Me tienes esperando por tus cromos? —Bramó Mara, disgustada.
— Es que me hacen falta hoy, ¡quedé en cambiarlos!
— Javier Hernández Castillo; tienes diez segundos para estar de pie en la puerta de casa con tus cosas a cuestas. No me hagas repetirlo —ordenó con creciente enfado.
El niño, rubio y con cara de bicho, suspiró pesadamente y corrió al recibidor con la mochila a rastras, sin intentar siquiera discutir con su madre. Era muy consciente del estado en que ésta se encontraba, pues el <<Javier Hernández Castillo>> sólo significaba una cosa: problemas.
Él bajó por las escaleras y Mara en el ascensor con el carricoche, el cual dejaría de usar en breve. Marcos iba tranquilo reclinado en el vehículo, sin dejar de observar a su alrededor. Ella, una vez fuera, puso el turbo y manejó aquellas ruedas por el trayecto a la escuela con suma habilidad. Javier iba por la acera contraria, como todas las mañanas. Llegaron al colegio a las nueve y dos minutos, pero eso, aunque significaba llegar a tiempo pues la puerta quedaba abierta hasta y cinco, significaba también llegar tarde ya que resultaba imposible acceder al interior. Frente a las puertas se arremolinaban decenas y decenas de padres y madres que llenaban de besos a los alumnos de parvulario, quienes eran los últimos en entrar a las aulas dado que tardaban mucho en organizar las filas. Eso, debiera ser un avance, pero no resultaba así en el exterior, cosa que ahora mismo tocaba sufrir a Mara y sus hijos.
Hizo saber al mayor que le acompañaría al aula para excusarse con la maestra y él puso una mueca de desagrado, la cual ella ignoró por completo. Cuando fue posible entrar eran y seis minutos, el conserje trataba de cerrar aunque no hacían más que dificultarle la tarea y bufaba contrariado. Mara sintió cierta pena por él. Llegaron al aula de Javier, la 6B, cuando el reloj marcaba y diez. Diez minutos de retraso, cosa mala. Mara llamó a la puerta con los nudillos y aguardó a que la tutora atendiese su llamado, cosa que no tardó en suceder.
— ¿Sí? —Preguntó al abrir.
— Disculpe las molestias. Venía a traer a Javier y excusarme por el retraso. Era imposible entrar.
— Bien, gracias. Sé cómo se pone la entrada, no se preocupe. De todos modos, creí que no iba a venir.
— ¿Cómo? —Preguntó con notable confusión.
— Javier. Creí que no vendría, como últimamente falta tanto a clases...
— ¿Que falta? No entiendo.
— Bueno, contando hoy, ha venido dos días esta semana. Se ha ausentado tres, martes, miércoles y jueves; creí que estaba enfermo.
— No. No lo estaba —miró a Javier acusadoramente.
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✔️¡Ya era hora, Mara!
ChickLitMara, con dos hijos y una difícil situación sobre sus espaldas, se siente completamente sola. Siente que no ha vivido correctamente su vida, que ya es tarde y que jamás encontrará quien la quiera. ¡Menos a ella y sus dos hijos! Nuestra protagonista...