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Hacía una semana del instante en que Mara había sucumbido finalmente a los sentimientos de aquel hombre que había aparecido en su vida para cambiarlo todo. No lo había puesto todo del revés, sino todo lo contrario.

— Vamos, nena —La llamó—. Hay que acabar de llevarlo todo.

— Sí, voy.

Al cruzar la puerta sintió un temblor en el pecho. Lo estaba dejando todo atrás.

Una mano sobre su hombro la llevó de vuelta a la realidad. Giró el rostro y lo observó en silencio, con una plácida sonrisa tirando de sus labios.

— ¿Estás bien? —Cuestionó él.

Ella respondió ampliando la sonrisa y moviendo la cabeza en un asentimiento, para después apoyar la frente sobre la de él. Estaba bien, mejor de lo que podría haber creído algún día que estaría. Estaba relajada a pesar del momento sin descanso en que se encontraba, a pesar de todo lo vivido desde hacía un buen tiempo o, más bien, lo vivido durante toda una vida.

— Lo estoy —Murmuró antes de mirarlo a los ojos y tomar su mano—. ¿Seguimos?

— ¡Seguimos! —Exclamó él con efusividad.

Llegaron hasta el último dormitorio, el único con cosas dentro todavía. Axel cargó dos cajas medianas y Mara varias bolsas de rafia llenas a rebosar.

— Sigo diciendo que puedo llevar cajas —Musitó con un toque quejumbroso.

— Y yo sigo diciendo que entonces mi presencia aquí sería innecesaria —Porfió él—. Diantres, si te dije que te iba a ayudar es que lo voy a hacer, y estando yo que puedo cargar este peso sin acabar cansado, ten por seguro que lo haré.

Mara presionó el botón en el ascensor al tiempo que sacudía la cabeza con resignación. Le daba la razón, pero se sentía mal por tenerlo trabajando innecesariamente. Las puertas del ascensor se abrieron y fue ella quien salió primera, con el hombre siguiéndola más que complacido. Entraron en la vivienda y ella, de camino a una de las estancias, volvió a hablar.

— Pero tampoco pasa nada si me canso, ¿sabes? —Indicó la fémina.

— Sí pasa —Retrucó Axel, dejando las cajas en un rincón—. Te quiero fresca cuando acabemos con esto.

— Estoy fresca —Comentó—. Aunque si me cansase sería normal, porque las mudanzas cansan, bonito.

Rio mientras se daba la vuelta para salir del cuarto y él comenzó a perseguirla, por lo que comenzó a correr a lo largo del pasillo. Él, dándole ventaja, finalmente la alcanzó en el recibidor, donde la puerta de entrada seguía abierta de par en par.

— Es normal cansarse en una mudanza, sí, lo que no entiendo es que tú estés fresca con el tute que llevas encima estos días —La envolvió entre sus brazos.

— Me has ayudado mucho, ¡no me has dejado cansarme!

Le dio un beso, el cuál él correspondió a pesar de estar perdido en sus pensamientos. No la había ayudado tanto, en realidad. La llevó a comprar pintura y los útiles necesarios para pintar tanto el piso que dejaba como el que iba a ocupar, pero ella sola había pintado sendas viviendas en cosa de cuatro días, sin parar más de lo necesario. Él había ayudado a mover los pocos muebles que se debían trasladar, pero ella había empaquetado y limpiado todo. Y, en aquella jornada, había cargado con cajas mientras ella llevaba cosas menos pesadas. Aún faltaba acomodar todo y terminar la limpieza final del que había sido su hogar por bastante tiempo; cosa que, ya había dejado clara, haría ella sola.

— No tanto. Lo que he hecho no es nada, Mara. Podría hacer mucho más si quisieras.

— Has hecho mucho por mí, Axel.

Era cierto, para ella él había hecho algo muy importante. En realidad, lo más importante que nadie podía haber hecho por ella en aquellos momentos: le había dado un nuevo techo.

Uno de los pisos que él tenía vacíos, pasaba a ser su nuevo hogar, donde podría estar con sus hijos sin preocuparse de que la echasen en cosa de días. Era cierto que, en el momento en que él se lo propuso, no lo tomó del todo bien, pero meditó sobre ello y supo que era su mejor opción. Viviría en el mismo edificio, sin alejarse de su terreno conocido, de su vecina, de él. Sus hijos notarían poco el cambio, cosa muy importante para ella. Además, se desvinculaba parcialmente de Raúl al no tener que depender de él para el pago del alquiler.

— He hecho lo lógico —Dijo él—. Lo que me nació hacer.

— Gracias.

Volvieron a besarse, antes de regresar dos plantas más abajo a por las pocas cosas que quedaban. Mara seguía haciendo repaso de la situación, aunque sin preocupaciones esta vez. Había hecho un trato con él, y eso la relajaba. No se metía de okupa en su casa, sino que mientras no tuviera empleo y no pudiera pagar la cantidad que habían acordado trabajaría para él. Se encargaría de la limpieza, la compra y la cocina de su casa, a diario, como una empleada doméstica más, pues aquello de vivir por la cara en ese piso sin nada a cambio la hizo pensar en sí misma de un modo muy negativo. <<No soy una puta que va a follar contigo a cambio de un techo, Axel>>, había dicho algo indignada. >>No follas conmigo, ¿cómo tengo que decírtelo? Si quieres que haya algo a cambio hasta que puedas pagar, por mí bien... Piensa en algo y ya me lo dirás. Ten claro que, para mí, distas mucho de verte como una puta. No quiero que tú te veas de ese modo, así que aceptaré cualquier cosa que se te ocurra si eso te hace sentir mejor>>, le respondió él.

Seguía agradecida, no podía ser de otro modo. Él había arrojado luz sobre su mundo inmerso en oscuridad de todos los modos posibles. Ahora, increíblemente, tenía ocasión de empezar de cero, con menos quebraderos de cabeza, con menos inquietudes. Estaba montando un nuevo hogar, seguiría buscando trabajo pero sin la angustia que la mantenía en plena depresión y, además, acababa de iniciar su relación de pareja con aquel hombre que estaba empeñado en poner un mundo nuevo bajo sus pies.

— Un mundo muy colorido —Murmuró sonriendo ampliamente.

Por primera vez en muchísimo tiempo, sintió que sonreía de verdad, desde el corazón. Su expresión se acentuó más ante aquel pensamiento.

— Preciosa sonrisa, nena —Comentó él al cruzarse con ella en el pasillo—. Así te quiero ver siempre.

Ella se sonrojó irremediablemente. Achicó los ojos y le sacó la lengua de un modo juguetón, siguió su camino hasta el dormitorio y cogió lo único que quedaba allí, que no era más que una caja no demasiado grande y un par de bolsas con cremallera que protegían dos rellenos nórdicos. Anduvo tranquila hasta la entrada, echó un ojo a lo que dejaba atrás y suspiró.

Tras la limpieza que haría al día siguiente nunca más pisaría aquel suelo o abriría aquellas ventanas. Lo dejaría atrás, pensó, y aquello se le hizo extraño.

<<Dejarás atrás una etapa de tu vida, Mara. Empezarás una etapa nueva, que seguramente irá mejor. Trabajarás duro, te esforzarás al máximo para conseguir que vaya mejor>>.

Con aquello danzando en su cabeza, cerró la puerta y se metió en el ascensor con una sola idea en mente: soltar aquello que llevaba en sus manos y sentarse en el nuevo sofá junto a su nuevo novio para disfrutar de su nueva calma.

— ¡Suena bien! —Exclamó contenta e ilusionada.

Cerró tras ella una puerta más y llevó a cabo su idea, sin dejar de sonreír. 

✔️¡Ya era hora, Mara!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora