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El hombre gruñó y ella se abrazó aún más fuerte a él. Separaron sus bocas para tomar aire únicamente, se miraron y él, con un extraño destello en la mirada quiso poner distancia.

— Axel... —murmuró ella, desconcertada.

Como respuesta, él volvió a gruñir y bajó el rostro en un movimiento que denotaba nerviosismo. Ella dio un paso para acercarse a él nuevamente.

— Mara, no... —Pidió él, reculando.

— Axel, ¿qué...? —Dudó y tragó saliva— ¿Qué he hecho mal?

— ¡Nada! —Exclamó él, sorprendido por su pregunta—. Tú no...

— ¿Entonces? —Demandó ella, interrumpiendo— ¿Qué sucede?

El apuesto hombre anduvo en círculos unos instantes, tratando de encontrar palabras para responder. Finalmente, se rindió; sería claro.

— Cielo, no has hecho nada. Escúchame bien, ¿vale? Nada que haga que me aparte de ti —Aclaró, tomándola de las manos—. Quería simplemente pasar un rato tranquilo contigo, descansar a tu lado, mirarte, cenar. Estar contigo. Pero, ¡demonios! ¡Te deseo demasiado! No puedo estar a tu lado sin querer besarte y hacerte mía otra vez.

Mara lo observaba en silencio, con los labios entreabiertos y las mejillas sonrojadas. Él, viéndola así, la deseaba aún más.

— ¡Dios! No me mires así o... —Se detuvo, no debía seguir.

— O ¿qué? —Al escucharla la miró fijamente a aquellos ojos que eran dos pozos en los que ahogarse.

— No quieres saberlo —Respondió tratando de evitar aquello.

Se sentía arder, desde el mismo centro de su cuerpo. Ella seguía en el mismo lugar, de pie frente a él, con una expresión que él nunca le había visto.

— Sí, quiero —Arguyó la mujer.

— Mara... —Él dio una vuelta sobre sí mismo, llevándose una mano al cabello.

— Axel... Suéltalo —Demandó.

Verla tan decidida, exigiendo respuestas, aguardando por él, lo estaba matando lentamente. <<Al cuerno>>, pensó, <<de perdidos al río>>.

— Está bien, ¡te lo diré! —Se rindió— Pero no digas que no te lo advertí.

— De acuerdo —Aceptó ella, antes de volver a humedecer sus labios. Él no perdió detalle de aquello.

— Quiero hacerte mía. Una y otra vez más. Sin parar —Recalcó—. Pero es tan grande el deseo que siento que no podré hacerlo suavemente, Mara. No puedo controlarme y hacerte el amor con calma, joder.

Ella dejó de escuchar justo ahí, y se quedó analizando lo que él expresó. Hacerte el amor, había dicho, sin duda. ¿Eso era lo que sentía por ella? ¿Deseo y amor? Se relamió y la visión de la lengua recorriendo los rojos labios fue un detonante para él, que viendo que no decía nada, siguió hablando.

— Cada vez que haces eso —señaló sus labios—, imagino tu boca en un lugar muy concreto de mi anatomía. ¡Me vuelves loco!

— Bésame —Pidió ella, él no se movió—. ¡Vamos, bésame!

— Si te beso no podré parar, mujer —Siseó antes de ponerse frente a ella, llevar una mano a su mentón y alzarle el rostro para luego hablar muy cerca de su boca—. No podré besarte y punto. Muero por hacerte el amor, pero seré demandante, intenso, y seguramente brusco. Porque es lo que me provocas, deseo incontrolable y ansia, y si me pones así no puedo tener cuidado. Y yo, Cielo, no quiero hacerte daño.

Con aquellas palabras ella dejó de respirar. Él observó sus ojos y sus labios, sin moverse. La mujer alzó sus brazos y rodeó el cuello de su varonil acompañante, eliminó distancias y, sin esperar más, unió sus labios y lo besó con cariño. Él la apartó mínimamente, pero la fémina no lo iba a permitir.

— Podré con ello —Aseguró en voz baja pero firme—. Axel, puedo con ello. Si es contigo, puedo.

Y sin más que decir, él la volvió a apretar contra su cuerpo y la besó sin control. Ella estaba sorprendida pero segura, pues quería también estar íntimamente con él y confiaba en él. Extrañamente, tras todo lo que había vivido, confiaba en otro hombre.

El chico alzó a Mara y ella enroscó las piernas en sus caderas, la llevó hasta la mesa, que no quedaba muy lejos de donde se encontraban y la sentó encima sin mirar siquiera. Sus bocas bailaban una danza de deseo, juntas, acaloradamente, y con sus lenguas entrelazándose una y otra vez. Un fino reguero de saliva caía entre sus barbillas mientras sus respiraciones eran inestables. Mara agarraba como podía el corto cabello del hombre, y él moría por tenerla por completo.

No mucho después, él separó sus bocas, apoyó su frente sobre la de ella y, en un susurro, la avisó de lo que venía. Con un diestro movimiento le quitó los pantalones y la ropa interior, dejándola caer las prendas al suelo justo antes de darle un leve beso y recostarla en el mueble. Se agachó frente a ella y, sin dudar un segundo, comenzó a paladear la entrepierna de su amante. Su lengua exploró el exterior, jugueteó con los labios vaginales y se metió en el interior tanto como pudo.

Ella gemía por el placer y él sentía su miembro a punto de explotar.
Llevó una mano a aquella zona e introdujo un par de dedos mientras su boca se centraba en el clítoris, ella gimió intensamente, casi gritando, y él, incapaz de controlarse, sacó su pene con la mano libre y la enroscó alrededor, comenzando a masturbarse.

Mara sujetaba la cabeza del hombre, extasiada. Nunca la había devorado con aquella ansia y se sentía a punto de perder la cordura. En un momento determinado, él metió otro dedo más y profundizó el toque, acariciando las paredes de su vagina sin descanso, sobre todo la parte superior, mientras aún succionaba el clítoris, llevándola a un orgasmo increíble. Gritó desmesuradamente y tembló sobre la mesa mientras él la sujetaba contra la superficie con una mano en el vientre y bajando su boca un poco más para deleitarse con aquel torrente de fluidos que ella había liberado y que chorreaba cayendo sobre el pene del hombre, quien todavía estaba tocándose. Nunca, jamás, había sentido un placer como aquél.

Dado por terminado el orgasmo, quedó desconcertada, tratando de respirar en condiciones. Axel, sobre excitado, ya de pie ante la mesa, tiró de ella y la bajó del mueble. Debido al placer, sentía aún el cuerpo flojo y no se pudo sostener en pie, por lo que cayó de rodillas ante el hombre. Él la miró con cierta preocupación pero, al ver que estaba bien y le sonreía, pudo más el deseo que otra cosa. Llevo la mano libre a su mejilla y la acarició levemente, sus dedos se deslizaron hasta la boca entreabierta de la mujer y ella, instintivamente, los rozó con su cálida lengua. En un movimiento, rápido e inesperado, él llevó su miembro hasta la boca de la fémina y ella la abrió, para darle acceso. Lo que no esperaba era que él empujase de golpe, haciendo que ella se sobresaltase y su erecto pene golpease su garganta. Se movió frente a ella mientras la sujetaba del cabello, queriendo mucho más pero sabiendo que ella no estaba acostumbrada a la rudeza que estaba empleando.
Se retiró de su boca, dejando que ella cogiese aire tras aquel asalto, se volvió a masturbar gozando de la saliva de la mujer en su piel y después, embebido en deseo, se agachó frente a ella, le dio breves besos en las mejillas y la frente, finalizando con un ósculo en su boca y murmuró sin apartarse: <<lo siento, amor mío, te dije que no podría controlarme y sería brusco. ¿Estás bien?>>.

Ella asintió con la cabeza, sin pronunciar palabra. Axel sonrió, la rodeó entre sus brazos, la levantó y, sin más, se adentró en el pasillo con un único objetivo: hacerle el amor salvajemente a su mujer.

Porque no tenía dudas, Mara era suya. 

✔️¡Ya era hora, Mara!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora