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Narró en dicha libreta detalles sobre su adolescencia; cómo durante el instituto seguía cambiando de centro más de lo que le gustaría, cómo comenzó a salir con uno de sus compañeros la vez que más duró en un instituto, que fueron seis meses. Aquella fue su primera relación, algo sencillo a base de besos, tardes juntos y poco más. Ni ella estaba preparada ni él pidió algo más y, de todos modos, no es que durasen mucho tiempo ya que cuando el curso terminó y se trasladó le dijo adiós definitivamente. Descubrió, con el tiempo y gracias a una compañera con la que por aquel entonces mantenía contacto (un caso excepcional), que él la había engañado y había estado saliendo con ella y otra muchacha más al mismo tiempo. Así supo de la primera infidelidad que apareció en su vida amorosa, la primera vez que jugaron con ella a dos bandas.

Contó también que eso la predispuso a desconfiar de las personas en el sentido romántico, aunque no de forma intensa. No se permitía tener "relaciones de pareja" por un tiempo ya que, entre lo que descubrió y sus constantes cambios de domicilio, no lo veía factible ni conveniente. Siguió de mudanza en mudanza con la que era realmente su familia, la que le dio el amor que requería, sus tíos y sus primos; así fue hasta que, con diecisiete años, algo la hizo tomar una decisión.

No cursó más estudios que los obligatorios; debido a los traslados no era capaz de centrarse como debiera y cada centro al que iba a parar era un mundo nuevo al que adaptarse en el que el nivel de estudios era infinitamente dispar, cosa que no favorecía el avanzar. No estudió, pero buscó empleos temporales, pues debía ocupar su tiempo en algo. En uno de ellos, su jefa le propuso formar parte de la plantilla fija de la empresa y ella, sorprendida y cansada de tanta mudanza, terminó aceptando. Narró en el cuaderno el gran esfuerzo que le costó convencer a sus familiares de que le permitiesen quedarse allí ya que no le faltaba mucho para cumplir la mayoría de edad y quería dejar el culo quieto de uno vez. Finalmente lo logró y ahí terminaron sus andanzas por el país. Su aprensión a los traslados llegó a tal punto que, justo donde decidió plantarse, seguía en la actualidad. No en la misma vivienda, pues habían transcurrido demasiados años y hubo demasiados desastres en su vida como para que así fuese, pero sí permanecía en la misma localidad. Aquello le había permitido trabar amistad con sus conciudadanos, aunque no con demasiados ni de extrema intensidad.

Suspiró mientras pensaba en ello, se alegraba de haber logrado echar raíces en algún lugar. Odiaba tanto cambio aunque ahora, tras tanto dolor, era consciente de que el detener sus viajes era lo que había llevado a tener tiempo de tener novios y, por ende, pasarlo mal gracias a ellos.

Escuchó a Marcos que se despertaba y acudió a por él al dormitorio. No volvió a tomar el bolígrafo entre sus dedos en lo que quedaba de día y, de todos modos, ya había avanzado suficiente como para abarcar las sesiones de un mes, sino de dos. Sentía curiosidad por éstas, por ver si le funcionaban como lo hicieron en su momento aquellas a las que asistió de pequeña, antes de comenzar con las constantes idas y venidas.

Durante un rato, sorprendiéndose a sí misma, no pudo evitar pensar en su nuevo vecino. Sentía sus hermosos ojos aguamarina clavados sobre ella, y había podido notar que su olor se había quedado impregnado en el sofá. Le agradaba aquella fragancia, quisiera olerla siempre pero, al mismo tiempo, esperaba que desapareciese pronto para que no acabase por acostumbrarse a ella. <<¿Y por qué pienso en él, en sus ojos o en su olor? ¡Maldición!>>, se quejaba mentalmente. Le daba demasiadas vueltas en la cabeza y ella no quería, no estaba dispuesta a que se alojase en su mente de ese modo. Era como si un intruso se metiese en su casa sin ella invitarlo, incómodo y extraño.

Tras su habitual proceder de la noche con los niños, se dio un breve baño y se recostó en su cama. Fijó sus ojos marrones en el techo y lo observó un largo rato, con la cabellera sobre la almohada convertida en un remolino desordenado de color oscuro que contrastaba con el color crema de la funda. Se sentía relajada físicamente, pero emocionalmente estaba hecha un caos. Los sentimientos que no quería dejar entrar de nuevo en su vida amenazaban con llegar y revolver el vacío que reinaba su mundo, encontrándose con una recóndita parte de sí misma que aún, tras tanto dolor y a pesar de ello, ansiaba y soñaba con ser feliz y tener al fin alguien que la quisiera aunque fuese un poco. <<Delirios de mi apocada ilusión>>, se decía, <<no tienen cabida en mi vida>>.

Con la firmeza y rotundidad ante la idea de no consentir que aquel sentimiento la invadiera, terminó por quedarse dormida, sin siquiera cubrirse con las sábanas. Durante la noche, tuvo sueños inesperados y desconcertantes, haciéndola removerse en la cama incesantemente.

Despertó dolorida por no haber parado quieta en toda la velada. Intentó asumir sus sueños mientras remoloneaba sobre el colchón, pero le resultaba una tarea difícil. Se debatía interiormente, con el brazo cruzado sobre sus ojos y la respiración agitada. <<¿Qué te pasa con Axel, loca? ¿Por qué permites que se cuele en tus sueños? No seas tonta, no lo consientas. No tiene cabida en tu vida, no más allá de una amistad y eso, Mara, no es lo que has soñado hoy...>>, se recriminaba, consiguiendo únicamente sentirse aún más desconcertada y perdida. Ella, aunque se negaba a dar a nadie acceso a su corazón, como toda mujer soñaba con tener alguien a su lado. Mínimamente, pero lo hacía. ¿Qué podía hacer entonces? ¿Cómo olvidar el sueño que la había acompañado durante la noche? En él, Axel ya no era únicamente un nuevo vecino, sino que se hallaban en el punto inicial de algún tipo de relación. No tenía claro si en el sueño eran pareja, pero mantenían relaciones y eso daba pie a su preocupación.

Mientras se ponía en pie pensaba en ello, en lo que en su fantasía sentía al besarlo y saborear sus labios, en cómo eran las cosas entre ellos y cuánto le gustaba eso a ella, quien vivía complacida gracias a las muestras de afecto que el hombre le brindaba. ¿Cómo sería sentir en la realidad sus manos sobre su cuerpo de mujer? Suspiró ante la sola idea, ruborizada. Entonces, algo estalló en su mente, golpeándola con fiereza y dejándola anonadada: ella quería descubrirlo.

Mara jamás había sido el tipo de mujer que se liaba con desconocidos a la primera de cambio; es más, en su vida había tenido tres parejas solamente y ninguna de esas relaciones había funcionado. Ella no sabía, a la contra que el resto de mujeres de su edad, lo que era salir de fiesta por las noches, beber, ligar y demás. No lo había hecho nunca, aunque no por falta de ganas. Simplemente no se había dado así, y ahora ya era tarde para ello o, al menos, así lo veía ella. El caso era que la idea de tener un encuentro casual, sin llegar a nada más, con Axel, se le antojaba más imposible que interesante. Tanto como salir por ahí a hacer lo que no hizo cuando tuvo edad. Claro que tenía curiosidad por saber cómo sería vivir el sueño de esa noche, sentir su piel, sus labios o su olor, pero, siendo sincera consigo misma, le aterraba. ¿Por qué? Simple y llanamente porque no sabía cómo lograr ese único encuentro sin acabar colada por él, viéndose después sumida en sus propias tinieblas.

Atendió sus obligaciones durante el día, tanto en lo que a dentro como fuera de casa se refiere, y así evitó seguir devanándose los sesos innecesariamente. El martes y el miércoles transcurrieron tranquilamente, sin más sueños que sorprendieran en las noches a Mara. Se sentía triste, como de costumbre, pero eso se acrecentó el jueves cuando, sorpresivamente, el padre de Javier la llamó. Lo hizo exigiendo un cambio, referente al fin de semana en que le tocaba tener a su hijo. En un principio, según lo establecido, el niño iba con él un fin de semana sí y uno no, pero eso es algo que el padre no cumplía y se saltaba la mayoría de las veces que le tocaba. Raúl se llevaba a Marcos siempre que era su turno, a diferencia de Manuel y coincidiendo por pura casualidad con la ausencia de Javier, lo que conllevaba que Mara quedase sola esos días. Ella organizaba las cosas en base a eso, por lo que pedía solamente que si se necesitaba algún cambio se le avisase con una semana de antelación al menos. Por ese motivo, cuando Manuel le exigió el cambio el día antes de ir a recogerlo, Mara se disgustó mucho y se negó en redondo ya que, para rematar, quería llevárselo justo cuando se celebraba el cumpleaños de su tía. Le dijo que no y cuando vio que empezaba a ponérsele chulo decidió finalizar la llamada. Aquello le jorobó el día, pues debía decirle a Javier que, de nuevo, no iría a por él al día siguiente, cosa que odiaba tener que hacer. Le encogía el corazón ver la cara de decepción que ponía su hijo en momentos como aquél, no lo soportaba.

✔️¡Ya era hora, Mara!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora