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Pasados unos días, las cosas seguían igual. En realidad, estaban peor.

Mara salió de la consulta del psicólogo con lágrimas en los ojos, con las heridas abiertas y el ánimo desequilibrado. Una ligera brisa le azotó el rostro y revolvió su cabello, lo cual pareció refrescarle las ideas.

Tenía que ir a recoger al pequeño de sus hijos antes de ir a casa a preparar la comida. Javier regresaría solo de la escuela, comerían y lo acompañaría a clases de nuevo. Desde que supo que se saltaba clases y falsificaba justificantes, había perdido la libertad de ir solo. El chiquillo estaba muy molesto y seguía empeñado en hacerlo todo por la vía difícil, cosa que a ella la estaba destrozando paulatinamente.

Lidiar con él, con sus múltiples rabietas diarias, insultos y reproches, además de cuidar del pequeño y volverse loca tratando de escapar de la bomba que estaba por caerle encima, resultaba muy duro.

Había hablado con el casero, quien le había concedido un mes habitando el inmueble sin contrato, ya que el titular era su ex pareja y rescindía el contrato. Su tía, como siempre, acudió en su ayuda y le prestó el dinero para pagar ese mes de alquiler. El último, sin posibilidades de alargarlo, pues el propietario ya había apalabrado el alquiler con otro inquilino. Así pues, debía buscar otro lugar, cosa que era francamente imposible al no tener empleo. Ya estaba empezando a empaquetar las pertenencias de su pequeña familia, sin siquiera saber a dónde iría a parar.

Había ido a servicios sociales, insegura y aterrada a decir verdad. No podía evitar hacerse preguntas como si sería posible que le quitasen a sus hijos al no poder darles un techo, lo que la hizo estar parada frente a la puerta de las oficinas durante mucho rato.

Finalmente, entró y expuso su necesidad. Le dieron cita para el día siguiente al tratarse de una situación de urgencia. La asistenta social le dijo que podía intentar pedir una ayuda para pagar el alquiler, pero el requisito indispensable era que el contrato estuviese a su nombre, cosa que no era así. Fue entonces cuando habló con el casero y logró ese mes extra sin contrato, pero nada más. Al día siguiente volvió a ver a Menchu, la asistenta social. Por desgracia, había una larga lista de espera para una vivienda de alquiler social. Sus opciones se reducían cada vez más.

Mara habló con Javier, para que empezase a guardar todo aquello que no utilizaba. El niño se indignó y, rabioso por un nuevo cambio en su vida, la culpó de todo una vez más.

Buscaba trabajo como loca, había conseguido que Chari se quedase con Marcos mientras ella salía a entregar un currículum tras otro o a realizar entrevistas. Todo iba demasiado lento y ella estaba desesperada.

Para rematar, volvió a pelear con Raúl cuando éste llevó de vuelta al hijo que tenían en común. Mara no alcanzaba a comprender cómo podía tener la cara dura de exigirle explicaciones de su relación con "el mierdas de al lado", como se había referido al nuevo vecino.

Axel. Era casi lo único bueno en toda aquella locura.

Si no fuese por Marcos que aún era muy chiquitín y daban ganas de comérselo, su tía que le salvaba el culo una y otra vez, y Axel que era como un oasis en el desierto, Mara se hubiese rendido por completo. Sentía deseos de morirse, era lo único de lo que tenía ganas. Necesitaba acabar con todo y si no había forma con todo el esfuerzo que invertía quizá sería acertado poner fin. Y, de pronto, esos tres puntos buenos en su vida traían de vuelta la sensatez que se le escapaba, con demasiada facilidad a decir verdad.

Su tía la llamó por teléfono para interesarse por su sesión con el terapeuta, y hablaron un rato mientras Mara caminaba tranquilamente por la calle. Al llegar, recogió al pequeño y se metió en casa. Lo dejó jugando en el salón y se dispuso a preparar la comida. No mucho después, entró Javier en la vivienda. En cuanto vio a su madre, puso cara de fastidio y se encerró en su cuarto. Mara, molesta, llamó a la puerta con los nudillos antes de hablar.

✔️¡Ya era hora, Mara!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora