Llevaba diez días en el piso que Axel tan amablemente le había cedido, con todo ya distribuido por el lugar, cosa que hizo con calma y separando todo aquello de lo que quería deshacerse. Tres cajas grandes cargadas de ropa y calzado fueron llevadas a caritas, otras dos con artículos varios a la basura y una última, junto con una bolsa de rafia, fueron a parar al colegio de los niños pues eran juguetes y cosas de niño que ya nunca iba a necesitar pero, pensó, allí podían darles uso.
Meditó sobre cuántas cosas llegamos a acumular sin darnos cuenta y se alegró de haberse quitado cosas de encima.
Localizó también algunas pertenencias de Raúl, las cuales había dejado apartadas en una bolsa junto a la puerta, para dárselo cuando viniese a por su hijo, lo cual sucedería ese mismo día. Podía haberlo tirado y ahorrarse rollos, pero no era suyo y, además, lo enfocó como un fin de etapa. Al sacar aquello de su casa y devolvérselo, sentía que también lo sacaba a él. Eso sumado a que ya no dependía de él para tener dónde vivir y que tras la última conversación creía que había marcado un alto, se sentía, al fin, libre.
Y es que Mara, tristemente, no había sido plenamente consciente de cómo de ligada estaba a aquel hombre todavía, hasta que Axel apareció y dio la vuelta a su mundo. Resultaba curioso cuánto menos que, el día de la cafetería, fue cuando se percató de que Raúl ya no le provocaba nada más allá de un profundo disgusto.
Mientras terminaba de limpiar en casa de Axel, como hacía cada día desde la mudanza, recordó cómo se sonrojaba hacía relativamente poco con aquellos comentarios de su ex pareja. De eso, ya no quedaba nada. Misteriosamente, aquellos sentimientos encontrados se habían evaporado dejando en su lugar unos sentimientos nuevos y sin fisuras. Sentimientos que eran únicamente a causa del nuevo hombre que había en su vida.
Aún le costaba creer que había sido tan firme en su decisión de permanecer sola por lo que le quedaba de vida pero, todo aquello, desapareció de un plumazo con la aparición de Axel. <<Dichoso Axel>>, pensaba a veces medio en broma cuando cavilaba sobre los cambios que estaba habiendo en su vida.
Terminó sus tareas, cogió a Marcos y lo llevó con ella a su nuevo hogar, donde procedió a bañarlo y prepararlo para la llegada de Raúl. El chiquillo jugaba en el agua tibia de la bañera, con unos pingüinos con imanes que Axel le había regalado sin venir a cuento y un patito de goma ya gastado. Reía y le contagiaba su risa; aquella era, sin duda, lo mejor que había.
Un rato más tarde, sonó el timbre.
Ante ella, Raúl con una sonrisa en el rostro y una bolsa de papel en la mano, la observó en silencio. Finalmente dijo un escueto "hola" y ella lo invitó a entrar. El menor se sujetó de la pierna de su padre jugando y ella se dirigió a la cocina a coger el envase con la comida de aquel día, cruzó hasta el salón y metió en la bolsa lo poco que quedaba por guardar. Cuando se dio la vuelta, Raúl extendió el brazo y le acercó la bolsa.
— ¿Qué? —cuestionó extrañada.
— Para ti —respondió él sin más—. Es tu regalo de cumpleaños.
— Oh... Yo... No puedo aceptarlo.
— ¿Por qué? —preguntó con cierto disgusto.
— Porque no somos nada, no puedo aceptar un regalo tuyo, Raúl.
Esperaba que lo comprendiese, pero pareció no ser así. El hombre gruñó enfadado y se quejó, una vez más, de que ella no era su Mara, pues ella nunca le hubiese rechazado un presente.
— Tienes razón —concedió—, no soy tu Mara, y nunca más lo seré. Lo nuestro acabó y al fin yo estoy retomando mi vida, al fin puedo volver a respirar y, al fin, no me importa el daño que me hiciste. Mis heridas ya cerraron y no quiero nada tuyo que las vuelva a abrir, porque me merezco no volver a sufrir.
ESTÁS LEYENDO
✔️¡Ya era hora, Mara!
ChickLitMara, con dos hijos y una difícil situación sobre sus espaldas, se siente completamente sola. Siente que no ha vivido correctamente su vida, que ya es tarde y que jamás encontrará quien la quiera. ¡Menos a ella y sus dos hijos! Nuestra protagonista...