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Al día siguiente, la mujer se encontraba en su dormitorio, relajada sobre la cama con un fresco camisón. Axel estaba en el trabajo —aunque faltaba poco para terminar su jornada— y ella estaría sola hasta que regresase. Su mirada vagaba por un punto inconcreto del techo mientras pensaba en las horas que había pasado con él. No sabía cómo definir aquello. ¿Era algo puramente sexual o había algo más? Si bien era cierto que él había insistido mucho desde que se mudó respecto a iniciar una relación con ella, aunque fuese más adelante, también era cierto que cuando estaban juntos el sexo era la estrella de la función. Además, aquello se había tornado algo mucho más lujurioso de lo que ella podía haber imaginado.

Recordó sus dedos acariciando sus mejillas, con dulzura, y luego esos mismos dedos clavándose con fuerza en sus caderas. Creyó sentir sus labios sobre los suyos, asaltándola con suavidad, y después cómo mordía sus muslos con desesperación, lo cual le provocó escalofríos. Igualmente, sus gemidos de placer al estar con ella eran casi hipnóticos, mientras que los gruñidos que profería la noche anterior al tomarla con extrema ansia la paralizaban. Recordar eso último le provocó cosquilleo en el vientre. Realmente había un gran contraste entre la primera vez y la última. No tenía idea de a qué era debido, tampoco estaba segura de si le agradaba, asustaba, o una mezcla de ambas cosas.

Debía ser sincera consigo mismo, había disfrutado como nunca en las últimas horas.

Recordó lo fría que percibió la superficie de la mesa mientras su cuerpo ardía, cuando todo aquello inició. El cariño que vio en sus ojos cuando se agachó frente a ella, antes de tomarla en sus brazos y poner rumbo al cuarto. El deseo dominando su rostro cuando la depositó sobre la cama y la observó, sujetándose el miembro, sin decir ni una palabra. Revivió cómo aquel deseo traspasó fronteras y llegó hasta ella, quien, inconscientemente, mordió su labio al mirar cómo él se tocaba. Aquello encendió una chispa que se convirtió en un fuego incontrolable, pues él se acercó peligrosamente a ella y solamente con colocar una rodilla sobre el colchón la mujer estiró sus brazos y tiró de él, obligándolo a soltar su parte íntima para sostenerse sobre su tembloroso cuerpo. Temblaba por el deseo, no por miedo. Él lo supo al verse reflejado en sus ojos, y dejó ser libre a sus necesidades.

Mara revivió el momento en que unió sus manos sujetándolas por las muñecas y las alzó sobre su cabeza, inmovilizando sus extremidades.

Inconscientemente, las alzó otra vez mientras el recuerdo la excitaba. Con los ojos cerrados, frotó sus muslos mientras sentía el tacto de la varonil mano al abrir sus piernas para meterse en medio. Abrió las piernas, gimió cuando la tela de la ropa interior rozó su intimidad y giró la cabeza tal cual había hecho la noche anterior, dejando el camino libre para que él enterrase su rostro en el ángulo entre su cuello y su hombro. Una de sus manos acarició ese lugar, tratando de sentir lo mismo que con los adictivos labios del hombre. A su mente regresó el momento en que los dientes de Axel mordieron el lugar, con fiereza, mientras su pene se enterraba en ella al fin. Gritó de placer, se sorprendió a sí misma incluso, él mordió un poco más arriba, con más fuerza.

El deseo se desbordaba de todas partes, de ambos, de cada rincón de sus cuerpos. Era contagioso incluso, nuevo para ella pues sus relaciones siempre habían sido bastante normalillas. Nunca antes había sentido aquella lujuria imposible de aplacar, hasta el punto de sentirse así otra vez estando sola.

Axel la sometió, literalmente, a él, a sus necesidades, pero ella disfrutó de un modo indescriptible. Quizá porque él lo sabía se permitió volverse loco, porque sabía que ella estaba igualmente enloquecida.

Sus dedos viajaron por su cuerpo, por encima del camisón. Se sentía febril y débil de un modo extraño; algo primitivo la movía a comportarse de aquel modo del que no acostumbraba a actuar. Por supuesto que se había masturbado antes, no era una mojigata, pero nunca se había sentido como estaba sintiéndose últimamente. <<¿Qué te está pasando, Mara?>>, se cuestionó mentalmente.

No podía detenerse. Siguió recordando.

Aquella ronda fue realmente excitante, y no fue la última. El hombre la llevó al cielo una y otra vez aquella noche, hasta que finalmente quedaron dormidos durante un descanso. Por la mañana, nada más abrir los ojos, ella se descubrió abrazada a él, con la cabeza apoyada en su pecho. Observó su torso desnudo, así como la sábana cubriendo de cadera para abajo, y no pudo evitar fantasear con aquello que cubría la tela. Sintió la excitación haciendo acto de presencia, lubricando sus partes íntimas. Se movió ligeramente, y al hacerlo sus pezones se endurecieron ante el roce con el varonil cuerpo junto a ella. Se relamió los labios, aproximó su lengua al pezón de su compañero y lo lamió suavemente. Él se removió ligeramente, ella estiró la mano y la coló bajo la sábana, directa a la entrepierna del varón, quien abrió lentamente los ojos y esbozó una trémula sonrisa ante las atenciones que le prodigaban. Y así, iniciaron otra nueva ronda ya con el sol en el cielo.

Mara, ardiendo, dejó que sus manos iniciaran un viaje por su propio cuerpo recordando todo. ¡Estaba al límite!

Ya que estaba en la intimidad de su dormitorio, sola en la vivienda, y sin nada que hacer, y contando con lo excitada que estaba, comenzó a tocar en su parte más íntima, dejando escapar suaves gemidos mientras jugueteaba consigo misma. Axel era tan adictivo que la enloquecía sin siquiera estar presente.

Era tal el placer que tenía nublada la mente. Solamente podía pensar en un hombre, su nombre se repetía sin pausa en su mente una y otra vez. Axel.

Deseaba verlo. Deseaba sentirlo.

Sus dedos jugaban con su intimidad sin detenerse, conduciendo sus movimientos la excitación y la necesidad. Gemidos escapaban de entre sus labios con cada toque, ante cada recuerdo. Introdujo dos de sus dedos en su interior y emitió un pequeño gritito ante el placer, movió su mano con celeridad, buscando gozar lo máximo posible. Aquel nombre se repetía en su mente sin descanso, recordándole quién le provocaba tal nivel de excitación. Únicamente él, nadie más.

Giró el rostro y, cuando sus labios rozaron su hombro, actuó sin pensar. Sacó la lengua y lamió su propia piel, embebida en lujuria, sin detener el movimiento de su extremidad.

Axel quería verla, no había podido eliminarla de sus pensamientos ni un segundo desde que se separó de ella. Se había adueñado de su mente, ¡tan rápido que no podía creerlo! Una vez que se duchase iría a verla, pues sabía que todavía estaba sola. Se descalzó al tiempo que retiraba la camiseta y, mientras desabotonaba su pantalón, se quedó petrificado. Muy bajito, pudo apreciar un gemido proveniente del otro lado de la pared del dormitorio. Agudizó el oído, sorprendido, y se acercó a la pared tratando de no hacer ruido. De nuevo, aquel erótico sonido llegó a sus oídos.

<<No puede ser>>, pensó. No podía creer que aquella mujer que lo traía de cabeza estuviese teniendo sexo con otro hombre. No, no después de haber sido suya aquella misma mañana. No, no sabiendo que habían acordado verse en la noche. No.

— Es mía —Sentenció.

Apretaba los puños con crispación, ¿qué podía hacer? Sentía que era suya porque era consciente de que ella, aunque se lo negase a sí misma, sentía tanto o más que él. Era consciente de que era mutuo, él era suyo por completo. Ella era suya. Aunque, en aquellos momentos, gemía y gritaba sin que fuese él quien la satisficiese.

— Ni hablar —Soltó mientras se ponía un pantalón cómodo—. Me niego, no vas a estar con otro mientras sientas algo por mí, nena —Dijo, a sabiendas de que ella no lo podía escuchar.

Llevado por los celos casi voló hasta llegar a la puerta de su vecina. Llamó al timbre dos veces, pero su ansiedad le impulsó a aporrear la superficie de madera. Estaba cegado, debía reconocerlo.

✔️¡Ya era hora, Mara!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora