Habían pasado varios días desde que las pertenencias de la mujer y sus hijos habían cambiado de ubicación. Durante aquellos días, los niños habían estado con la tía de Mara, pues ella debía concentrarse el mayor tiempo posible en las tareas propias de la mudanza y no podría dedicar el tiempo necesario a los menores.
El mayor de los dos estaba más que molesto, cabía remarcar. Para él, su madre no hacía nada bien y solamente pensaba en sí misma, movida por intereses propios en relación al vecino, al cual no soportaba. No se debía a que, como podría pensarse, le estuviese quitando a su madre, sino a que era, para él, un simple sustituto de su padre que se metía en sus vidas sin razón alguna. Del padre de su hermano había pensado lo mismo, pero no había reaccionado de la horrible forma en que lo hacía respecto a Axel. Claro, era más pequeño entonces, pero seguía siéndolo para ella y no podía comprender el afán de odiar a Axel ni el mal comportamiento que tenía con ella. Ni siquiera habían pasado tiempo todos juntos, así que no le parecía lógica aquella inquina para con él si no lo había ni tratado.
El pequeño de los hermanos seguía ajeno a todo, pues era demasiado pequeño aún para comprender ciertas cosas. Mara había pedido a su padre que se lo quedase unos días mientras ella acarreaba con la mudanza, pero él no mostró predisposición alguna al respecto pues, en cuanto supo que se quedaba en el mismo edificio dedujo que el vecino tenía algo que ver.
— ¿Pero a dónde te mudas? —Preguntó entonces— Me alegra que hayas conseguido otro lugar.
— Me quedo en este edificio, hay varios pisos vacíos y me alquilan uno —respondió ella—. Sin trabajo, no tengo muchas más opciones.
— Pues menuda suerte, ¿no? Pero no entiendo, ¿cómo has logrado que el promotor te lo alquile? Creo recordar que solamente aceptaba venta —cuestionó con suspicacia.
— Porque no lo ha alquilado el promotor, se vendieron y me lo alquila el dueño. ¿Quieres que pida otra taza de café? —Se ofreció ella, queriendo cambiar de tema.
En aquel momento, ató cabos silenciosamente. Dudó de si pronunciar lo que pensaba, ella apreció aquella duda en su semblante. Resopló, cansada. Había tratado de mostrarse agradable, tranquila, positiva. Intentó olvidar las últimas discusiones, intensas a decir verdad. Puso lo máximo que pudo de su parte, pero, desgraciadamente, él parecía no darle valor a ese detalle.
— ¿Qué pasa? —Preguntó sin tapujos.
— Nada, mujer. Nada —Respondió tajante—. Y, ¿quién te lo alquila? ¿El nuevo vecinito?
— Oye... —Tomó aire antes de seguir hablando— Eso es cosa mía, de nadie más. Sea el nuevo vecino o no, a ti no te afecta en nada.
— ¿En serio, Mara? ¡No me jodas! —Profirió disgustado, explotando.
— ¿Qué cuernos te sucede ahora? —Replicó con enfado.
— No te hagas la tonta, no te queda —ella lo observó callada, atónita ante aquellas reacciones—. ¿En serio te crees que no tengo claro que estás con él? ¡Te estás vendiendo!
Ciertamente, ella no esperaba aquello. Por su mente cruzó el asombro, también la indignación y sintió urgencia por defenderse.
— ¿Pero quién coño te has creído tú que eres para hablarme de este modo? —Le retó mientras se ponía en pie. A aquellas alturas, media cafetería tenía la vista fija sobre ellos, por lo que se sintió avergonzada y su molestia subió de nivel—. Tú y yo ya no somos nada. No estamos juntos. Soy libre de hacer con mi vida lo que me se me dé la regalada gana. Tú, que eres un calenturiento que me engañó con otra y destruyó nuestra relación no eres nadie, ¿entiendes? No tienes derecho a insultarme de este modo solamente porque te dejo atrás, cuando fuiste tú solito quién se lo buscó. ¡Joder! Es que no tiene sentido ni que esté aclarando esto.
Mientras ella habló, él, atónito, se limitó a observarla con la boca entreabierta y los ojos de par en par. Aquella Mara era una auténtica sorpresa para él. Los cuchicheos de los demás clientes se percibieron a mayor volumen, y aquello pareció sacarlo del trance en que las palabras de su ex pareja lo habían sumido.
— ¿Qué cojones ha hecho contigo? —Musitó estupefacto.
— No sé. Quizá —comenzó a enumerar con los dedos—, ayudarme a darle un techo a mis hijos cuando estaba a dos días de quedarme con ellos en la calle. Ayudarme a respirar de nuevo, apoyarme cuando lo estaba pasando mal, ser el único amigo que he tenido en años, preocuparse por mí. O, quizá, devolverme la sonrisa. ¿A qué te refieres exactamente? —Él no respondió, por lo que ella, ya hastiada, tomó una decisión y, mientras cogía sus cosas, siguió hablando— ¿Sabes? Da igual, ya me apañaré para hacer la mudanza, limpieza y pintar sin que te quedes con nuestro hijo, me espabilaré sin ti, como siempre. Así no te atribuyes derechos que no tienes, ¿te parece?
Colgó su pequeño y ya gastado bolso de su hombro, dio el último sorbo que quedaba de su té y lo miró a los ojos, llameantes de coraje como los de ella en aquellos instantes.
— Sabes... Ha hecho algo más conmigo, la verdad. Sí, es mi pareja ahora —el hombre frunció el ceño con rabia—. Y me da el mejor sexo que me han dado en toda mi vida.
Tal cual dijo la última palabra, sonrió abiertamente y se dio la vuelta para marchar, dejando al tipo allí solo sin darle tiempo a responder. Cuando el aire azotó su rostro, se sintió libre, de un modo imposible de explicar en aquel momento pero que la hizo sentirse completamente satisfecha.
<<Venga, Mara, a casita. A currar para retomar tu vida de una puñetera vez y debes empezar por volver a darle un hogar a tus hijos, y luego, con calma, irá llegando todo poco a poco. De momento, ya sonríes. ¡Eso es mucho!>>, se dijo con ánimo mientras ponía rumbo a su edificio.
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✔️¡Ya era hora, Mara!
ChickLitMara, con dos hijos y una difícil situación sobre sus espaldas, se siente completamente sola. Siente que no ha vivido correctamente su vida, que ya es tarde y que jamás encontrará quien la quiera. ¡Menos a ella y sus dos hijos! Nuestra protagonista...