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Cuando la puerta se cerró y no se escuchó ni un sonido, Mara se dejó caer en el sofá, se hizo un ovillo y dejó que el sufrimiento la embargase y el llanto hablase por ella.

Cuánto tiempo transcurrió hasta que se quedó dormida, no lo supo decir al despertar. En algún momento de aquella llantera por rotura emocional cayó rendida, y cuando abrió los ojos era ya de noche. Se descubrió sola en aquella oscuridad, sin ánimo ni fuerzas, sin esperanzas. Odiaba que todavía le doliese lo sucedido con Raúl. Odiaba sentirse herida por no haber sido suficiente, odiaba desear haber sido más para qué él no hubiese necesitado buscar a otras. Odiaba haber sido el último plato, haber confiado en él a pesar de estar viendo las señales. Odiaba ser tan inútil. Se odiaba a sí misma, aunque sabía que la culpa no era suya. ¡Lo odiaba todo!

El cuerpo empezaba a dolerle. El psicólogo le dijo que era normal, pues se ponía en tensión, y sus músculos se resentían, así que no le dio mayor importancia y se levantó del sofá. Tenía mucha sed, pero nada de hambre; sentía el estómago del revés, seguramente a causa de los nervios.

Había querido tantísimo a ese hombre, que no podía aceptar que la hubiese dañado tanto. Todos los hombres eran iguales, destructores de sentimientos femeninos; al menos, todos los que habían entrado en su vida y su corazón.

<<Desde el primero hasta el último>>, se dijo, y sin más una imagen de Axel sonriendo se presentó en su mente. ¿Era él el último? Suponía que sí, ya estaba más adentro de lo que ella había querido. Axel le despertaba todos los sentimientos buenos posibles, a decir verdad, y no encajaba en la lista de hombres que la habían hecho sufrir. Aunque era pronto para saberlo, claro, pues había aprendido ya que el golpe nunca llega al inicio ni cuando estás en guardia.

Pero Axel parecía tan distinto que no podía imaginar cómo la heriría. Es más, no sabía ni qué puñetas había entre ellos, pero podía decir con seguridad que él no la dañaría. Quizá, pensó, algún día le daría una oportunidad, si se terciaba. Lo único que sabía seguro en aquel instante era que quería verlo, que necesitaba únicamente tres cosas: escuchar su voz, que sus brazos la reconfortasen en un abrazo, y verse reflejada en su mirada.

Tres cosillas simples, pero que en ese preciso momento lo significaban todo para ella.

Llevaban días sin verse. La última vez que habían estado juntos, en absoluta intimidad, habían acordado que si se volvían a ver sería únicamente cuando ella no tuviese a los niños. Desde aquella ocasión se habían cruzado una vez en las escaleras, donde se saludaron y charlaron levemente, antes de despedirse quedando ambos con la sensación de que algo les faltaba.

Axel no quería agobiarla y era consciente de que había sido demasiado insistente, así que pretendía espaciar sus encuentros para que ella, al menos, no se aburriese de él. Ella, por su parte, tenía muy claro que sus hijos eran su responsabilidad y no los iba a dejar para irse con un hombre. Debía aprovechar aquellos días en que estaba sola, no estaba dispuesta a otra cosa.

El día que se cruzaron, Mara quería besar sus labios y él ansiaba abrazarla. Algo simple que no pudo ser.

Y ahora, la mujer, se encontraba allí pensando en que necesitaba verlo y abrazarlo, sola en su salón. Era el momento perfecto, salvo por el detalle de que su vecino se hallaba trabajando.

<<No son ni las seis de la tarde>>, pensó. Suspiró apesadumbrada y se dejó caer en el sofá, apoyó la cabeza en el respaldo y se quedó allí tirada, sin más.

El tiempo transcurría muy despacio, el sofá empezaba a resultarle incómodo y la desazón insoportable. No podía hundirse así, lo sabía, pero no tenía ganas de nada en realidad.

✔️¡Ya era hora, Mara!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora