El viernes, Mara acudió al psicólogo cuadernos en mano, decidida a aprovechar la consulta al máximo. Y así lo hizo, sacando todo lo que le dio tiempo en aquella sesión y escuchando atentamente al hombre mientras éste diseccionaba sus palabras para buscar la raíz en lo más profundo del asunto tratado.
Mientras ella, de vuelta en su hogar, se afanaba en terminar de preparar la comida, una mujer con bata de limpiadora terminaba de adecentar el piso de al lado. Axel había decidido habitar en la primera planta para disfrutar del patio y, siendo realistas, también de la cercanía de Mara. Aquella tarde le entregaban y montaban los muebles, por lo cual la vivienda debía estar completamente limpia. A las tres y media de la tarde, él se hallaba en el piso recibiendo el mobiliario y comenzando a colocar sus pertenencias, las cuales él mismo había llevado en cajas en varios viajes que había dado en los últimos días. Mientras los empleados de la tienda de muebles montaban el dormitorio principal, él colocaba las cosas del baño y de la cocina, dándole al lugar un cierto aire cálido, aunque no mucho. No estaba hecho para decorar, eso lo tenía claro; cualquiera lo tendría si se detuviese a mirar el resultado tras su paso por las estancias acabadas de amueblar. No pintó pues quería mudarse cuanto antes, no estaba dispuesto a perder un tiempo que le resultaba valioso dedicándose a cambiar el color de unas pocas paredes.
Mara, durmiendo junto a Marcos, no se enteró del ruido que provenía de la vivienda que había junto a la suya. Axel, allá sobre las cinco, tenía todo el lugar amueblado y la mitad de sus objetos ya dispuestos en su lugar. Miró a su alrededor y sonrió levemente, algo contento del avance que había conseguido casi sin percatarse. El trajín había desaparecido y quedaba tan solo la calma, así que iría colocando poco a poco, pero mejor en otro momento pues, un poco cansado, decidió tomar un descanso y se recostó sobre la cama recién alistada, planeando mentalmente el resto de la tarde.
En esa posición escuchó un teléfono sonar y por un momento se enderezó creyendo que era el suyo, hasta que cayó en la cuenta de que eso no era posible. Segundos después, una voz femenina llegó a sus oídos. Supo reconocer esa voz como la de la mujer que le había llamado la atención exageradamente desde el preciso instante en que sus ojos se cruzaron por primera vez. Se trataba de Mara, la cual estaba contestando a la llamada. Para su sorpresa, podía escuchar las palabras pronunciadas casi perfectamente aun habiendo un grueso muro entre ambos. De pronto, se descubrió a sí mismo prestándoles suma atención, cual vecina maruja y aburrida. Rio interiormente tras ese pensamiento, pero siguió enfrascado en enterarse de lo que ella hablaba. Sabía lo que le estaba sucediendo con ella, pero no se atrevía a abordarlo aún; era demasiado pronto y no se conocían apenas.
— ¡He dicho que no! —Exclamó la mujer enfadada—. Que no, tenemos planes y tienes que cumplir con tus turnos de visita —un silencio se estableció, Axel supuso que estaría escuchando a su interlocutor—. Me importa un bledo, Manuel. Javier es tu hijo, tienes responsabilidades con él que no cumples, ¿y encima tienes el morro de venir exigiendo cuando te da la gana? Pues lo siento —el volumen subía como la espuma y Axel solamente podía escuchar sorprendido por la rabia que desprendía ella al hablar—, pero me da igual lo que tengas que decir —un breve silencio esta vez, pero Axel siguió atento, aguardando a escucharla de nuevo—. Que me dan igual tu mujer y tu hija, tú sabrás lo que haces. ¿Vas a venir hoy a por Javier o no? —Nueva quietud—. Pues muy bien, no hay nada más que hablar. Adiós.
Axel estaba estático en la cama, preguntándose qué era lo que sucedía para que Mara se notase tan disgustada, hasta que escuchó a la mujer sollozando. <<¿Llora? ¿Qué le debe pasar?>>, se cuestionaba él, muriendo de las ganas de correr en su busca para consolarla. Sabía que no podía hacerlo, pues ella creería que la había espiado.
<<En cierto modo lo has hecho, Axel>>, le dijo una vocecilla en su cabeza, cosa que provocó que una mueca se dibujase en su rostro.
Ella, por su parte, estaba sobre el colchón, tratando de contenerse tanto como le fuese posible. Estaba que echaba humo por las muelas, por la nariz y por las orejas. Si tuviese a su ex enfrente lo despedazaba; ganas no le faltaban desde luego.
Axel se pasó una mano por el cabello, tan suave y sedoso como siempre, mientras suspiraba pesadamente. Quería verla, más que ninguna otra cosa en ese momento, pero le preocupaba que ella no estuviese dispuesta a ello y que, en el peor de los casos, se enfureciese con él por interrumpirla en semejante momento, pues lo más probable que podía suceder es que ella estallase cual bomba de relojería. Se debatió entre ir o no ir y, finalmente, optó por no hacerlo y pasar por su vivienda más tarde, como el que no quiere la cosa.
Mara, furiosa y dolida, descargaba su frustración llorando y golpeando un almohadón mientras, mentalmente, insultaba a Manuel.
<<Idiota. Otra cosa no, pero idiota lo es un rato. Después de todo aún tiene el valor de venir a tocarme las narices. ¡¿Será imbécil?!>>, pensaba mientras asestaba rápidos y repetidos golpes al cojín, imaginando que le daba a él en plena cara y éste se retorcía de dolor mientras ella se quedaba la mar de a gusto tras desahogarse contra semejante tipo. <<Un gilipollas casado y con hija, eso es. No con hijos, pues Javi le importa una soberana mierda>>. Nuevo golpe, y otro, y dos más. Insultaba y golpeaba y, al otro lado de la pared, un estupefacto Axel podía escuchar tenuemente los toques que le daba al almohadón, el cual ella estrellaba en ese momento una y otra vez contra la cabecera de la cama, manteniéndolo sujeto por una punta.
Con la mente llena de improperios y modos de matar que pasasen por accidentes, siguió durante un rato, ajena a que su nuevo vecino ya se había instalado y, no sólo eso, sino que además había sido algo así como testigo de su estallido de ira reprimida.
Recordó los cuadernos del psicólogo y le pareció buena idea ponerse a escribir, quizá así podría desquitarse un poco. Así lo hizo, tomó el teléfono y se dirigió a la cocina, bebió agua y encaminó al salón, donde colocó el aparato en su lugar y cogió, con las manos enrojecidas, los dos cuadernos que ya tenía comenzados para después sentarse en el sofá, en el rincón que tocaba la pared y se acomodó. Marcos aún dormía y Javier estaba por regresar, confiado en que su padre lo recogería en poco rato. Tendría que darle, nuevamente, la noticia de que no sería así. Pensarlo le arrancó un suspiro que, al salir de su boca, se llevó consigo los leves titubeos que la acechaban.
Comenzó por explicar el estado en que se hallaba en ese momento, después narró la llamada y lo que Manuel le había dicho, así como lo poco que le importaba a éste el hijo que tenían en común. Sus obligaciones y responsabilidades para con Javier no parecían significar nada para él y eso, más que a nadie, desgarraba a Mara por dentro aunque se contenía muy mucho de demostrarlo, al menos no con asiduidad. Javier aún era un niño, aunque crecía rápidamente, y no llegaba en aquellos momentos a comprender en su totalidad todo lo que involucraba a la rota familia que una vez fueron o fingieron ser.
Plasmó en el cuaderno cómo todo aquello la enervaba y cómo sentía que el conocer a aquel hombre, o intento de ello, había sido el mayor error de su vida y que, únicamente por su hijo, no podía arrepentirse de tal hecho. Desde ahí y con verdadera habilidad en lo que a escritura se refiere, se remontó al momento en que sus caminos se cruzaron y explicó todo lo que aconteció en aquel entonces, trece años atrás.
Poco a poco y entre lágrimas, rubricó con una intensa tinta azul —la cual ella equiparaba sobre el papel a su propia sangre dentro de sus venas— su desastrosa relación, llena de heridas mal cicatrizadas que aún se podían apreciar. Manuel la trató mal durante un tiempo y cometió infinidad de actos y errores que jamás quiso reconocer realmente, ella simplemente lo sobrellevó. Un ejemplo de éstos se remontaba a cuando nació Javier. Él se fue a una barbacoa, a pesar de que ella se opuso por completo, pues sabía la realidad de aquello que no era otra que una especie de orgía llena de personas que él había conocido en un chat con cámaras y que utilizaba la excusa de la barbacoa como tapadera. Otro ejemplo; cuando Mara proponía ir a ver a algún conocido que vivía fuera de su localidad él se negaba, alegando que ella no aportaba dinero alguno al monto económico familiar y él sí, por lo que podían ir cada fin de semana a ver a los padres de Manuel. Ella se enrabiaba porque no era cierto, pues a pesar de no tener un trabajo en esos momentos sí percibía un subsidio de desempleo y éste se empleaba íntegramente para los gastos de la vivienda. Además se sentía humillada por semejante actitud y cada vez sentía mayor disgusto cuando la trataba de tal modo, como si no fuese nada ni nadie en aquella casa, como si sus sentimientos no importasen y, lo peor de todo, como si simplemente le sirviese nada más que para cuidar de la casa y de su hijo, al cual no prestaba apenas atención ya que el tiempo que pasaba en la vivienda estaba frente al ordenador de "charla" con aquellos a los que se sumó en la supuesta barbacoa.
Mara cambió tras aquello y se negó a dejarse pisar por ese hombre de ahí en adelante, pero siguió con él. En esa época creía, como tantas otras mujeres en el mundo, que por el bien de su hijo no debía dejarlo, y lo creía erróneamente.
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✔️¡Ya era hora, Mara!
ChickLitMara, con dos hijos y una difícil situación sobre sus espaldas, se siente completamente sola. Siente que no ha vivido correctamente su vida, que ya es tarde y que jamás encontrará quien la quiera. ¡Menos a ella y sus dos hijos! Nuestra protagonista...