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Por la mañana, Axel despertó al niño y le indicó que tenían que salir a hacer unas diligencias y que debería cambiarse de ropa y asearse. El chiquillo debía subir a su casa a buscar ropa limpia, así que fueron juntos y, mientras el menor buscaba en su habitación, él se quedó en el marco de la puerta de Mara, observándola dormir.

Estaba seguro de que debía haber pasado prácticamente toda la noche en vela, llorando y dejando que lo sucedido la torturase. La conocía poco todavía, pero sabía que era una persona con grandes sentimientos y problemas en el pasado y, por ello, las cosas le afectaban mucho.

Iba a estar a su lado, eso nadie lo podría evitar. Y mientras estuviese allí, iba a hacer lo imposible por sacarle preocupaciones de encima. Cualquiera podría pensar que tenía complejo de salvador, pero eso distaba mucho de la realidad pues, realmente, lo que le impulsaba a hacer cualquier cosa por ella era que quería hacerla feliz. Salvarla no era una opción, primero porque ella no era una damisela en apuros como las de los cuentos y, segundo, porque ella no permitiría que él se convirtiese en su salvador simplemente porque había aprendido que era malo estar en deuda con alguien. Por eso, Axel tenía claro que jamás sería el rescatador de aquella historia, sino un nuevo personaje en aquel cuento de desgracias que, esperaba, pronto llegase a su fin. De eso, no quedaba duda.

— Ya me he vestido —anunció el niño, sacándolo de sus cavilaciones.

— Bien, vamos.

Comenzó a caminar pero no tardó en darse cuenta de que el menor no le seguía. Al voltear lo descubrió mirando a su madre tendida en la cama. Se aproximó a él y le puso una mano en el hombro antes de indicarle que debían marchar o la despertarían.

Regresaron al piso del hombre, donde él se vistió mientras Javier se lavaba la cara y se peinaba. No demoraron en salir del edificio y Axel le llevó a una cafetería cercana a su trabajo. Por el camino, trató de charlar con él esperando que aquello no fuese demasiado incómodo.

— Vamos a ir a desayunar, ¿vale? Al lado de mi trabajo hay una cafetería que está bastante bien, voy en los descansos.

— Vale —aceptó el niño.

— Después tenemos que ir a entregar al trabajo unos papeles para que le den a tu madre permiso de ausentarse unos días, hasta que esté mejor.

— Es mi culpa —murmuró—. Está mal porque yo fui malo con ella.

— No, Javier. No es así, no debes pensar eso. Simplemente, a veces, a la gente buena le suceden cosas malas.

— ¿Por qué? Es injusto.

— Porque hay gente mala. Y los malos no suelen meterse con los malos, porque saben que se les volverán en contra. En cambio, la gente buena trata de comprender o justificar las cosas malas que hacen los otros creyendo que hay una razón tras sus actos, pero no siempre es así. A veces, simplemente son malos y disfrutan de hacer cosas para dañar a otros.

— ¿Como yo, que fui malo con ella? —Podía percibir aquella horrible culpa que lo asediaba y no le gustaba nada.

Se detuvo y lo hizo parar, se agachó frente a él y le habló con decisión y cuidado.

— No, Javier. Como tu padre. Una persona buena puede cometer errores y decir cosas de las que luego se arrepentirá, que es lo que tú hiciste, pero una persona mala hará cosas malas sin arrepentirse de nada e incluso disfrutando, como hizo tu padre.

El chiquillo agachó la cabeza, aquello le dolía.

— No te ofendas, no lo digo para atacar a tu padre, ¿vale? Trato de hacerte ver la diferencia y que comprendas que no eres culpable de lo que sucedió, porque no lo eres. ¿Lo entiendes?

✔️¡Ya era hora, Mara!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora