Sentimientos A Flor De Piel

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Capítulo Treinta y Tres


Suspire despacio cuando vi las luces traseras del auto de Adam Blake alejarse poco a poco, hasta desaparecer por completo de mi vista. Mi corazón no había dejado de latir con fuerzas durante todo el trayecto. No sabía qué estábamos haciendo realmente con Adam, y cómo debíamos manejar esta casi relación que comenzábamos a formar, pero agradecí que me oyera cuando le dije que fuera a casa de sus padres para ver cómo estaban, o simplemente hablar con Liam para dejarlo ver que estaba bien.

Un peso escapó de mis hombros cuando Adam tomó mis manos y besó mis nudillos, prometiendo ir.

En ese momento una suave sonrisa y sin maldad alguna se dibujó sobre mis labios, un regocijo que me llenó por completo, comprendiendo el poder y buena influencia que yo podría llegar a tener sobre él.
Suspire y posé una mano a la altura de mi pecho. Por otro lado, estaba lo que había sucedido ésta mañana. No dejaba de pensar en la confesión que sus labios habían pronunciado antes de besarme.

«Te quiero».

Dos palabras.

Dos sencillas y hermosas palabras.

Adam Blake me quería, o eso era lo que había dicho, y al parecer, lo hacía en serio. Él comenzaba a quererme y yo creía que también lo empezaba a hacer, poco a poco. Y podía confundirme. Esta mañana había sido estupenda. Se había comportado como todo un caballero y para qué mencionar lo de anoche, cuando sus brazos me rodearon sin ninguna segunda intención y su cuerpo me entregó el calor que tanto necesitaba. Sus labios me dieron el aire y su profunda mirada el deseo de permanecer a su lado. Si Adam Blake sentía algo por mí... algo más fuerte que una simple atracción, había quedado claro cuando su orgullo, el que creía impenetrable, había caído durante la noche.

Me estaba ahogando con tantas ideas. Por un lado estaba mi cabeza, que me dejaba migajas de dudas que iba recogiendo como tal tonta, mientras mi corazón, me decía que me dejara llevar. Que equivocarse a esta edad no era malo. Que las decisiones tenían su costo, como todo en la vida. Que era joven y cada sonrisa y cada lágrima valdría siempre la pena en un futuro.

Debía crecer y madurar, y para eso, las marcas siempre serían la mejor de las enseñanzas.

El ruido de un claxón me hizo respingar, sacándome de los líos amorosos que cargaba en mente. Rasqué mi nuca y caminé lentamente la cuadra restante por llegar a casa, busqué las llaves con paciencia en mi cartera pensando si debía inventar alguna otra mentira o simplemente decir la verdad.

Opté porque lo mejor sería no contar nada. Y entonces en cuanto abrí la puerta...

-¿Dónde estabas? -fue lo primero que oí al cruzar el umbral.

Sorprendentemente la voz de mamá no sonó amargada ni autoritaria como antes solía serlo. Había perdido la firmeza que antes tenía para darme alguna orden o simplemente quejarse porque no le gustaba mi comportamiento. Cosa que me resultaba bastante hipócrita, porque prefería verla como antes solía ser que esa nueva faceta, en la que dejaba claro que había perdido su seguridad al ya no ser esa mujer intachable que tanto se jactaba. Había dejado de ser un caballo blanco, al que ahora le habían aparecido enormes manchas negras. Colgué mi cartera en la percha junto a la puerta y la vi, sentada en el sofá más largo de la sala y luego a Thomas, que estaba sentado en el comedor con sus cuadernos y varios libros apilados. Me vio y yo le sonreí. Me acerqué a él ignorando la mirada que mamá había puesto sobre mí.

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