Defensas y Peleas

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Capítulo Treinta y Cuatro


Adam se detuvo en una calle bastante amplia, de dos pistas, por ambos lados; aunque una era ocupada en su totalidad por autos estacionados. Había conducido casi veinticinco minutos para llegar ahí, ya era un poco más de medianoche. Las calles estaban desoladas y había un par de hombres que vestían chalecos reflectores y ayudaban a los conductores a estacionar sus autos, luego se ofrecían a cuidarlo por unas pocas monedas, claro, a conciencia.

El ruido de la puerta al abrirse me sacó de mis pensamientos, alzé la mirada y vi a Adam de pie junto a la puerta de copiloto. Ni siquiera me había percatado cuando bajó del auto. Extendió su mano para ayudarme a bajar y yo disfruté del vago roce de nuestros dedos.

—¿Qué te tiene tan distraída?

—Solo veía a esos hombres. Hace demasiado frío y... —conté.

Adam movió la mirada hasta ellos y ellos le preguntaron si cuidaban su auto. Adam alzó su dedo pulgar en aprobación y ellos asintieron felices.

—No tienes que sentir pena por ellos Angelina, son personas que tratan de ganarse la vida al costo que pueden.

Bajé la mirada y esperé a que Adam asegurara el auto. Tenía razón. Cada quien se ganaba la vida de la forma en la que podía. Aunque me llamaba bastante la atención la forma tan fría de decirlo.

Los dedos de Adam se entrelazaron con los míos en un acto íntimo, besó mis labios fugazmente y me guió con él, deteniéndose fuera de un llamativo recinto de estructura gruesa, color marfil, y con luces de colores a sus afueras. Me sorprendió ver tanta gente a las afueras, enseñando sus identificaciones a los guardias de seguridad que estaban de pie frente a cada lado de las anchas puertas.

King and Queen.

—¿Es una disco?

Adam asintió.

—Pero no tengo edad para entrar. —Fruncí el ceño—. ¿Debo recordartelo?

Él negó.

—No hay nada que unos cuántos billetes no puedan solucionar —dijo y tomó mi mano para llevarme con él hasta la fila que poco a poco disminuía.

El nerviosismo se asomó en mi rostro cuando Adam me pidió mi identificación y yo, con cierta inseguridad, se la dí. Adam unió nuestras identificaciones y en medio de ambas puso unos cuántos billetes gordos. Entonces, sin desearlo, recordé lo que Jared me había dicho esta tarde.

«Blake solo trae problemas».

Moví mi cabeza en desaprobación. No, yo no podía dudar de Adam. Por algo estaba ahí. Porque yo lo había decidido así.

Llegamos al final de la fila y Adam le entregó con sospechosas maniobras nuestras identificaciones al guardia de seguridad. El corpulento hombre, de aspecto peligroso, alzó una de sus cejas sin quitarle de encima la mirada a Adam, quien lució impenetrable. El hombre sacó con cuidado los billetes y abrió la gruesa cinta roja para dejarnos entrar. Adam tomó mi mano, uniendo nuestros dedos, con fuerzas. Suspiré con alivio cuando por fin entramos al recinto, y mis ojos tanto como mis labios se abrieron ligeramente sorprendidos ante semejante tamaño del interior del lugar. Lo primero que llamó mi atención fue la pista inmensa que llenaba la parte inferior de la disco, era como si estuviera enterrada; ya que había que bajar casi una docena de escalones para llegar a ella. Al fondo de la pista y con una iluminación diferente, se veía una gran barra de vidrio, llena de botellas que se transparentaban. A la altura de la entrada, en donde Adam y yo estábamos de pie, habían varias mesas perfectamente alineadas a los costados, tanto al derecho como el izquierdo. Las luces de colores parpadeaban con insistencia y la música golpeaba fuertemente, provocando sentir una suave vibración bajo mis pies.

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