Una Verdad ||

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Capítulo Cuarenta y Nueve


Entramos a la inspección del señor Paul Conelli, todos en completo silencio. Adam me dio uno de los dos asientos frente al escritorio y yo lo acepté. Jared se sentó en el otro.

—No sé qué es lo que sucede entre ustedes jovencitos —soltó y luego un fuerte suspiro acompañó su mal semblante al cerrar la puerta.

Yo presioné mis manos a las costuras de mi falda.

El señor Conelli avanzó hasta el amplio estante de la sala y sacó de ahí el libro que indicaba nuestro curso.

Problemas.

Era la tercera vez que estaba sentada en esta sala, desde que había dejado a Adam entrar a mi vida. Me sentía tan mal. La tercera vez en un año.

El señor Conelli tomó asiento y dejó el libro de modo brusco sobre el escritorio.

—Nombres —pidió y presionó el puente de su nariz.

—Jared Ossandón.

—Vincent Millar.

—Angelina Raynols. —Dijimos y no hubo más respuestas.

El inspector levantó la mirada ante el silencio de Adam.

—Tu nombre.

Oí el sonido de la cínica y forzada sonrisa de Adam al estar de pie tras de mi asiento. Él no respondió.

El señor Conelli escribió por las suyas el nombre de Adam Blake.

—Los cité a todos aquí para tratar de comprender el escándalo que han armado allá afuera —habló el inspector y nadie respondió.

Bajé la mirada, el ambiente era tenso y no tenía el valor para soportarlo.

—Fue sólo un malentendido señor —respondió Vincent de repente.

—Un malentendido —repitió el inspector—. Por supuesto. Lo que de verdad quiero saber es qué los motivó para llegar a los golpes.

Nadie respondió.

—Al juzgar por los rostros y manos de Blake y Ossandón entiendo que no es algo que se tome a la ligera. —Continuó.

Casi podía sentir los fuertes latidos de mi corazón retumbar en mis oídos.

—¿Adam? —nombró el inspector.

Adam chasqueó su lengua.

—Sabes cómo soluciono las cosas Paul —lo llamó con confianza—. Me golpeó, le molí el rostro y eso es todo. Teníamos cuentas pendientes. —Adam respondió con demasiada ligereza.

El inspector respiró con pesadez.

—¿Jared?

—Teníamos cuentas pendientes.

—¿Vincent?

—Malentendidos.

—¿Señorita Raynols?

—Yo... lo siento mucho.

—¿Qué es lo que siente?

¡Cielos!

¿Por qué dije eso?

La mirada fija y analizadora del inspector me ponía tensa.

—Estar metida en estos líos —fue lo único que atiné a decir.

El señor Conelli se puso sus lentes y abrió el libro.

—Ya son jóvenes grandes, la mayoría mayores de edad y como tal, deben asumir que sus malos actos traerán consecuencias.

Las Tontas También AprendenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora