Jugando Sucio

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Capítulo Treinta y Dos


Adam Blake

La había visto toda la semana con el maldito perro rastrero del Millar siguiéndola a todas partes, sonriéndole como si nada hubiera pasado, como si jamás la hubiera dejado; dejado medio rota, con pequeñas grietas ante la patética ilusión de su primer inocente y limpio amor. Patéticas ilusiones, pero qué se podía decir de Angelina Raynols. El pobre venado la seguía a todas partes con semejantes cuernos del porte de una montaña. Daba lástima. Pedazo de imbécil. Me jodía verlo a su lado pero me emputecía aún más que ésta tonta de Raynols, la pobre ilusa, pareciera recibirlo con los brazos abiertos. Sentía tanta rabia con ella. Un jodido y puto coraje.

La había oído hablar con el maldito del Millar, aquel lunes luego del primer receso. Luego de escaparme de Gabe, que quería contarme una de sus más largas relaciones y parecía angustiado; cosa que me resultó realmente extraño de parte de él ya que era un enfermo sexual, y nada fiel como para tener problemas amorosos, como sea, le resté importancia y lo terminé dejando solo. Vi salir a Rosie y me escondí tras la puerta para que no me viera el marica de Jared, asomé un poco la cabeza y la observé, permaneciendo oculto, preparando mentalmente mis mejores artimañas para disculparme por lo del fin de semana pasado. Y ella ahí estaba, con sus manos unidas y tan inocente como una niña pequeña. Retrocedí dos grandes pasos en cuanto noté que el perro del Millar se acercaba con dos vasos calientes, y las ganas de pasar y chocarlo fingiendo desorientación se me pasaron por la cabeza. Entró al salón y ella le sonrió.

Me costó oír lo que hablaban, aunque lograba espiarlos bien por la pequeña rendija que me regalaban las bisagras. Casi no los oía, pero pude comprender, según sus gestos, que se disculpaba y rogaba por volver con ella. Mientras la muy idiota no hacía más que sonreírle, nerviosa o incómoda. Huevada que me resultaba frustrante.

¿Por qué no lo mandaba a la mierda y ya?

Había llegado ahí como un completo imbécil, sintiendo esas enormes y jodidas ganas de disculparme por haber sido un maldito, y decir esas palabras que ella no merecía. Mi orgullo caería y no me importaba. Lo que de verdad quería era que Angelina Raynols volviera a confiar, a creer en mí.

«Adam Blake lo único que sabe es hacer daño. Dañar. Dañar todo lo que se cruza por su camino».

La firmeza con la que pronunció esas palabras se me clavaron en el pecho como una daga. Yo, queriendo ir a disculparme por haberme comportado como un maldito canalla con ella, y ella, mostrándose con tal indiferencia que dolía.

Me alejé de ahí totalmente emputecido.

Los días siguientes comencé a andar detrás de cada chica que movía su hermoso culo para mí. Debía sacarme a Angelina Raynols de la cabeza. Debía sacarmela lo más pronto posible. En cuanto a ella, parecía llevarlo bastante bien al disfrutar de la compañía del Millar. El día viernes ya no asistí. Había estado las últimas dos noches de fiesta en fiesta, mi cuerpo ya no reaccionaba, estaba agotado y la mañana del viernes ya ni siquiera logré oír la alarma. Desperté y las ojeras a las tres de la tarde eran totalmente notables. El teléfono no dejaba de sonar y lo silencié cuando noté que eran llamadas de papá. Mañana Daniel cumpliría cinco años desde el accidente. El maldito accidente que le quitó la vida.

Responsabilidad enteramente mía.

La ironía de la vida. Él, frío, muerto y yo, disfrutando de la vida, a mi puta manera. Como si me estuviera matando de a poco.

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