Una Verdad

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Capítulo Cuarenta y Ocho


Las lágrimas caían sin control por mis mejillas, y no por estar arrepentida de lo que había pasado anoche; me dolía demasiado que cada cierto tiempo, cuando creo que todo es perfecto con Adam, algo pasa que me termina decepcionando. Ya sean sus mentiras o su temperamental mal comportamiento.

¿Cuándo aprendería?

Suspire despacio.

Él era así.

Y era triste.

Era agotador.

Cubrí mi descalzo pie con el otro, sin poder entender siquiera cómo había sido tan descuidada al atreverme salir así, impulsada por la rabia. Me sentí incómoda cuando conductor cada cierto tiempo me veía por el retrovisor.

—Las penas de amor son las peores señorita —soltó de repente el delgado hombre que aparentaba tener no más de cuarenta años.

—¿Perdón? —fruncí el ceño.

El hombre me volvió a ver por el espejo en el centro.

—Todos hemos sufrido por amor o decepción alguna vez, pero solo usted sabrá cuando sea suficiente. Cuando sea el momento de decir basta. —Aconsejó.

Observé por la ventanilla como el área en la que Adam vivía iba desapareciendo poco a poco.

—¿Y eso cuándo se puede saber?

El hombre me vio por una mínima fracción de segundos, cuando el semáforo cambió a verde.

—Cuando sienta que duela hasta no poder más. Con la herida abierta y el dolor latente..., ese es el mejor momento para tomar una decisión radical.

—¿Y si el dolor aún es soportable?

El hombre se encogió de hombros y dibujó una pequeña sonrisa sobre su rostro.

—Entonces eso significa que todavía estamos dispuestos a dar una batalla más, señorita.

Suspire y asentí en silencio, podía ser cierto.

Cinco minutos después y el hombre me dejó a las afueras de mi casa, cancele lo que marcaba el taxímetro y me despedí.

Mis pies estaban fríos y entré de inmediato cuando logré abrir la puerta, frunciendo el ceño al ver un par de amplias maletas a los pies de las escaleras que daban al segundo piso.

¿De quién serían?

—Pero Janett —mi corazón golpeó con fuerzas al reconocer la voz de papá.

—No, Joshua —dijo mamá y sus pasos comenzaron a sonar por las escaleras.

Mamá bajó y la vi con sus ojos demasiado rojos, y luego lo hizo papá tras ella; los ojos hinchados de papá eran la evidencia de un grave problema entre ellos.

—¿Qué es lo que está pasando? —pregunté y mamá abrió los labios para responder pero papá se le adelantó.

—Una simple discusión —contestó él.

—No parece una simple discusión —le dije.

—No lo es Angie —habló mamá.

Yo la vi, trague saliva y ella suspiró.

—Creí que llegarías temprano anoche —dijo ella.

—¿Dónde está Thomas? —quise saber.

—En su habitación.

—¿Qué está pasando entre ustedes? —pregunté otra vez.

Mamá me vio y luego miró a papá.

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