Con Los Nervios De Punta

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~ Capítulo Cuatro ~


El señor William Conelli dejó abierta la puerta de su despacho, seguro de que el abusivo de Adam Blake y yo iríamos inmediatamente tras él después de haber dado su orden en la cafetería. Mis pasos se volvieron más lentos conforme me acercaba al despacho del inspector, y aún me sentía tensa por el bochornosa escena a la hora del almuerzo. Observé el estrecho corredor que dirigía a la oficina del señor Conelli: las paredes eran de un color amarillo demasiado pálido, el cielo era de color blanco blanco y unas cuantas gruesas vigas de madera sobresalían de él. ¡Rayos! Nunca antes en mi vida había estado en este sector del colegio. Pero ahí estaba, víctima de mi distracción, pagando las consecuencias.

—Señor Conelli —nombré en voz tan baja que él ni siquiera volteó a verme.

¡Cielos! Esto va de mal en peor, y no solo porque esté en inspectoría; sino que..., no sé qué rayos sucederá al salir de aquí. ¿Qué hará Adam Blake? Me sentía demasiado nerviosa, ni siquiera podía imaginar lo que me esperaba. Me preocupaban cosas tan simples que hacía día a día, tales como: andar sola por los corredores, cómo iría nuevamente a la cafetería o simplemente me topara en el salón con Adam Blake. ¡Dios! ¿Por qué tuvo que pasar esto y justo a mí? Mis labios se presionan, al igual que los puños de mis manos.

Suspiré profundamente al posar mi vista una vez más sobre el señor Conelli, él sabía a la perfección el peso que tenía como autoridad en el establecimiento. Varios alumnos le temían por la estrictas medidas que tomaba como castigo, todos se avergonzaban. El señor Conelli no era de los típicos inspectores que daba suspensión para así deshacerse unos días del alumno problema, al contrario. Él creía que medidas tan baratas como esas, sólo premiaban al estudiante conflictivo con días de descanso. El señor William Conelli los castigaba por una semana completa, recogiendo salón por salón la basura de los papeleros de los cursos completos, a cada receso. También obligaba a recoger los papeles higiénicos del baño y limpiar los vidrios de las aulas. Cada uno de los castigos debían realizarce a la hora del descanso, pues él no permitía tareas en la jornada de estudio, consideraba que muchos alumnos solo flojearían el resto del tiempo al quedar desocupados. Sanciones de verdad, las llamaba él. Yo sólo deseaba que no me mandara a hacer algunas de esos castigos. Pues, con lo de la cafetería a plena hora del almuerzo, mi humillación ya era más que suficiente.

—Asiento Raynols —dijo cuando luché por armarme de valor al golpear dos veces la vieja puerta de madera.

Lo veo tomar asiento frente a mí, un par de segundos después de hacerlo yo. Todo está en silencio, a excepción del adorno metálico ubicado en una de las esquinas del escritorio; cuatro bolas metálicas pendiendo de delgadas líneas, chocando unas contra otras y así sucesivamente. Vi al señor Conelli abrir el cajón al costado derecho del escritorio que nos separaba, sacando de ahí unos lentes para posteriormente, acomodarlos sobre su nariz. Suspiró y volvió a ponerse de pie para dirigirse a un amplio estante pegado a una de las murallas junto a la ventana, vio un momento los libros perfectamente alineados y luego sacó uno con el curso que Adam Blake y yo compartimos.

Sentía un suave dolor de estómago, probablemente, producto de mis propios nervios.

Di un pequeño brinco sobre mi asiento, me mantenía alerta, y el señor Conelli sólo movió su mirada, más ni un solo centímetro del lugar que había permanecido de pie. El problemático Adam Blake había soltado su mochila de golpe junto a mi silla. Mis manos se presionaron contra la gruesa tela de mi falda escolar, rezando porque él no me mirara o dijera alguna cosa ofensiva. ¡Cielos! Mis pupilas permanecían disimuladamente pendiente a los movimientos de Adam Blake.

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