Sólo Ella

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Adam Blake


—¡Mierda!

Grité emputecido y le dí dos fuertes golpes al volante, presionando mis manos contra éste mientras conducía. Estaba tan furioso. Tenía tanta rabia.

¡Joder!

La música, las risas... ¿alguna vez la había oído reír de esa manera?

Presione los dientes.

Recordar que había estado bastante tiempo oyendo a Angelina y al maldito oportunista del Millar me jodía todavía más. Y tocar la puerta una y veinte veces sin obtener respuesta del interior no ayudaban en nada. Angelina estaba ahí, adentro, y no me oía, pendiente de quizás qué cosa.

Había ido a la escuela a buscarla luego de que su padre me llamara y dijera que se iría de viaje por unos días. Que tenía asuntos personales que solucionar con su mujer y estaría fuera de la ciudad. Me contó haberle dicho a Angelina que me llamara para que no estuviera sola en casa, y ella lo había aceptado. Ambos nos llevamos tremenda sorpresa. Él por creer que me llamaría y yo; dolido de que ella no lo hubiera hecho. En cuanto la llamada se cortó me metí al baño para darme una buena ducha. Apestaba.

Había llegado hasta la escuela esperando encontrarla, y a la vez, sintiéndome como un idiota por no poder pisar esos terrenos. Sí, había sido expulsado. Lo tenía bien presente.

Esperé como un idiota a las afueras para verla salir de la escuela, pero no la divisé. Miré la hora en el teléfono y rodé los ojos al recordar que hoy era viernes y toda la escuela salía a la una de la tarde. Me acerqué a un par de chicos del salón vecino, esperanzado, y mis manos se empuñaron cuando me dijeron que la habían visto salir hace un buen rato acompañada por el bastardo de Vincent Millar.

Fruncí el ceño.

Conduje hasta el café, creyendo que todo era un error de esos chicos, esperando verla trabajar, pero tampoco estaba. Apagué el motor del auto y entré para poder hablar con su amigo Tim, quien dijo que Angelina hoy tenía el día libre.

La sangre en mí se calentó.

Le pregunté por lo menos tres veces si estaba seguro de lo que me decía. Y él asintió.

La cabeza me jugaba en contra.

—Me vas a terminar matando —presiono el puente de mi nariz cuando el semáforo encendió el color rojo.

Suspiro y echo la cabeza hacía atrás, felicitándome por haber dado lo mejor de mí y no haber echado la puerta abajo.

Cierro los ojos.

Recordar ver al Millar con la camisa abierta y a ambos con el pelo mojado era una maldita tortura psicológica; más aún porque yo no tenía una mente muy limpia. Tuve que irme lo más rápido que pude porque no estaba seguro de cómo iba a reaccionar si seguía ahí. La confusión mezclada con la furia que sentía no me iban a dejar razonar. Me conocía. Y para ser honesto, ya la había hecho pasar por mucho en menos de una semana... No quería volver a hacerlo.

Suspiro cuando el auto tras de mí me apresura con el sonido de su bocina al cambiar el color del semáforo.

Debo razonar. Enfriar la cabeza.

Me quedo pensando un buen rato en el mirador y recuerdo con paciencia cómo fue que todo comenzó, no la quiero perder, así que subo al auto. Pienso una y otra vez qué decirle, de buscar la manera más sana y clara de aclarar y responder lo que ella quiera.

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