Prólogo

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Mi mirada se fija sin ni una sola interrupción en Vincent Millar, para mí, él era el chico perfecto. Amable, responsable y muy inteligente. A veces me quedaba interminables minutos observándolo, admirando su amabilidad y sencillez.

Siempre fui de las chicas que pasaban desapercibidas. Disfruto del silencio y amo tener mi propio espacio. Me paso el tiempo leyendo algún libro romántico, una vieja costumbre, mientras dejo que mi mente imagine la llegada del chico correcto. Y de pronto, cada vez que lo leía, soñaba con que Vincent Millar se convirtiera en el protagonista de cada uno de mis libros. Lástima que esos deseos sólo se quedaban ahí, durante mucho tiempo, en sueños imaginarios que a mi mente le encanta dejar volar cada vez que estoy sola en mi habitación, tirada sobre la cama, mirando algún punto infinito de mi dormitorio. 

De golpe regrese a la realidad ,cuando sentía que Vincent no me hacía caso, al menos, no de la manera en la que yo de verdad comenzaba a desear. Entonces, una noche acepté que él era más que una simple atracción. Él me gustaba. Me gustaba de verdad. Había pasado la mayor parte de la adolescencia oculta, y de pronto, sentía la necesidad de ser notada por él.

Y me notaría, toda la escuela lo haría, pero no de la mejor manera.

Y fue ese día, precisamente ese fatídico día en el que me había tomado la libertad la noche anterior, de formular una especie de plan para poder llamar la atención Vincent Millar.

Mi pesadilla comenzaría.

Fue en la cafetería, donde todas y cada una de las mesas están prácticamente clasificadas por el grupo de personas que se sientan a almorzar en ellas. Se encuentran las mesas de: los inadaptados. La de los guapos. Atléticos. Los feos. Los que tienen una especie de "retraso mental" (como algunos idiotas intentan ofender). Pero no tienen idea de que estos chicos, apodados ofensivamente así, son mucho más fuertes por el hecho de no dejarse afectar. También está la mesa de los inteligentes; en esa mesa se encuentra Vincent. Y por último, la mesa de los "otros". A ésta mesa pertenecemos Rosie, mi fiel mejor amiga y yo, entre otros chicos, los cuales, aún no nos definimos. ¡Ah! Casi lo olvidaba, me falta una mesa, una llena de arrogancia y superioridad. La mesa de los típicos populares; y cabe resaltar que cada una de las mesas están clasificadas con esos apodos por este último grupito de idiotas.

Y entonces, cuando el timbre tocó anunciando la hora del almuerzo, pasó lo que realmente sí se pudo haber evitado.

Me di por muerta súbita..., socialmente hablando.

Jamás creí ser el centro de atención; no de la manera en la que estaba a punto de serlo. Y es que fue ahí, precisamente en la cafetería, con todo el mundo presente, que me ocurrió lo peor que le pudo haber sucedido a cualquier persona que la mayor parte del tiempo intentó pasar desapercibida, y falló. 

Me sentí vulnerable. Me sentí ridiculizada. Humillada.

Pesqué mi bandeja con el almuerzo en ella. Ese día había espaguetis acompañado de albóndigas y salsa de tomate. No era mi almuerzo favorito, pero tampoco le hacía asco. Una deliciosa ensalada de acompañamiento y un refrescante vaso con jugo de naranja y dos cubos de hielo en su interior.

—Ahí está tu príncipe azul —oí decir a Rosie con un movimiento de cabeza. Ella estaba al tanto de lo que sentía por Vincent, no teníamos secretos.

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