Capitulo 8

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Aunque la soledad a veces te produzca calosfríos y trates de evitarla, la vida te enseña desde su más pura esencia que debes tomarla, afrontarla, abrazarla y hacerla tuya cuando la realidad supera todos tus límites. Desde los 16 había tomado el control de mi vida, pero ¿Qué iba a saber una ilusa adolescente de la verdadera vida, de toda la maldad que existía en este mundo? Escogí el camino equivocado por caer en balurdas tentaciones, llevándome a la denigración, la destrucción, hasta llegar a la eventual nada. Si bien Charles Bukowski decía entre líneas que debíamos encontrar lo que nos mate, dejar que nos consuma y agobie hasta la muerte, pues era mucho mejor ser asesinado por un amante. Pero no era mi caso, me arriesgue a jugar con fuego y termine quemándome por completo, las drogas habían girado el rumbo de mi vida y radicalizado mi destino, llevándome a un sitio oscuro, donde se necesitaban agallas para sobrevivir.

-         Iremos por los senderos, así que tapate bien – anuncio Araroni

A lo que yo asentí y busque mi última bufanda. Si bien la vida no era fácil, mucho menos llevar una doble vida en la que una de ellas, básicamente se trata de apostar el todo por el nada, el llevar tus respiros a los últimos segundos y tentar a la muerte. Ahora que miraba atrás y recordaba las palabras de aquel chico que deje destrozado detrás del teléfono, se que estas eran las escrituras que Dios había puesto para mí.

-         ¿No te has preguntado si en realidad este era el verdadero plan de tu vida? – pregunto.

-         ¿Te refieras a Dios? – lo mire.

-         Si – afirmo.

-         No creo que Dios fuese capaz de darme una vida tan difícil y dura, el no puede ser tan cruel.

-         El no es cruel, pero le da sus peores batallas a sus mejores soldados, a lo mejor hoy no lo entiendas pero el día que cumplas con tu misión,  quizás te des cuenta que para llegar a ese punto, era necesario pasar años difíciles, todas las situaciones vividas te enseñan, te hacen crecer pero sobre todo te hacen más fuerte.

Lo mire curiosa.

-         Lo que no te mata, te hace fuerte – comente - No sabía que eras tan creyente – sonreí.

-         Es solo vivir con fe – respondió, encogiéndose de hombros.

Y creo que no se había equivocado, para llegar a este punto, que no era precisamente el final, tuve que pasar por todos esos años difíciles, viéndome obligada a crecer de una manera diferente al resto de los chicos de mi edad y creo que en cierto modo no me arrepentía de ello, mi perspectiva del mundo era distinta al resto, había luchado incansablemente por mi nación, en secreto pero nuestro objetivo era conquistar un mundo mejor al que yo tuve, donde no existiese la inocencia aprovechada, la infancia robada, donde los adolescentes no tuviesen acceso a caer en las drogas y arruinar sus vidas, donde las mujeres no fuesen asaltadas y obligadas a vender placer por dinero. Londres era un sitio peligroso para aquellas almas libres que en el fondo eran débiles y lograban ser usurpadas, así como lo fue una vez la mía. Termine de colocar mi bufanda sobre mi cabeza y tapar mi cabello.

-         ¿Vamos? – pregunto Araroni.

-         Vamos – respondí.

Llevaba 3 meses fuera de Londres, había visitado Praga, Paris, Madrid, La India y ahora me encontraba en Jerusalén con Araroni. La magia de este lugar era indescriptible, tierra santa y pura, pero muy a pesar de eso, se veían peleas, ataques, asesinatos y guerra entre los pueblos adyacentes. La eterna pelea de las comunidades por lo diferentes pensares que seguían distintas religiones. Salimos de la humilde casa donde nos hospedamos para caminar hacia el pueblo; en todo este viaje había visitado clanes aliados y desarrollado mis dones, me encontré con Araroni en la India y desde entonces había tenido un entrenamiento más avanzado. Era de noche e íbamos a un festín de comida, organizado por unos amigos Araroni, el sitio quedaba unos 15 minutos de camino. Había uno de los senderos que estaba repleto de mercados callejeros, lleno de gente a toda hora.

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