El trabajo está hecho.

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[The Cure - Prayers for Rain]

POV: Vladimir.

Existe una intrínseca relación entre la rabia y la tristeza. La tristeza es querer y añorar a tus amigos y la rabia es no saber por qué... parece que ellos no te quieren ver de nuevo...

—Aquí es donde vas a vivir por ahora, hijo.

Le eché un vistazo a la calle y luego al edificio enorme que estaba enfrente de ella. Me devolví para ver un lindo parque, con un pequeño lago y muchos árboles. Mi padre notó esto.

—Para que no extrañes ni la ciudad ni el bosque.

Mi padre me extendió las llaves del departamento. El número 37 aparecía en él. Lo miré desconcertado. Y las acuñé fuertemente contra mi pecho.

—Tranquilo, hay un elevador...

Me ceñí furiosamente a mi acompañante metálica, y empecé a rodar hacia las escaleras de la puerta principal. Había una pequeña rampa a un costado. Chisteé los dientes e intenté subir por ella.

—¿Quieres que te ayude?

No hice caso a lo que me preguntó y volví a intentar, consiguiéndolo por fin. Tenía que acostumbrarme a esto.

Me volteé hacia él y le dedique una mirada fría e insípida.

—Tus cosas ya están en el departamento...

Volví a mirar hacia arriba. Él se puso a mi lado, en el taxi que lo esperaba en la acera estaba Silvia con su nueva hija. Solo había tenido un par de días para conocerla. Prácticamente todo se había tratado de mí, no es un buen comienzo para ella en la familia.

—Mira –se acercó lentamente mi padre y puso su mano en mi hombro—, sé que por ahora no puedes hacer muchas cosas... pero créeme, hemos acondicionado el sitio. Y no vas a estar así por mucho tiempo.

Su sonrisa me daba un poco de repulsión. Yo ni siquiera podía fingir una y él ya me había dado tres en una pequeña charla. Quité mi hombro, hice un ademán de entendimiento y me encaminé... bueno, rodé hacia el ascensor del edificio.

—Cuídate y bueno, tranquilo. Hay tiempo para todo. En la mesa están las direcciones y números del centro de rehabilitación y de la escuela. Y de algo más –agregó con voz diferente.

Lo miré alzando la ceja, sabiendo a que se refería. Subí al ascensor y me despedí de él con un ademán.

—Te veo en un mes –gritó antes de que el ascensor cerrara por completo.

Mis pulsaciones aumentaron en cuanto estuve en la caja. Apreté los mangos de cuero de mi silla de ruedas. Jamás me había sentido así antes; fue miedo. Miedo por no poder escapar de un lugar. Miedo de no poder salir corriendo de ahí. Miedo por lo que vendría cuando él se haya ido. La maldita soledad.

Subí hasta el tercer piso, las puertas del elevador se abrieron. Dejé salir de mí una bocanada de aire y observé el corredor, solo había un par de puertas y casi ninguna con número. Avancé hasta mi departamento, con el 37 bien remarcado. Obra de mi padre seguramente. Lo abrí y lo inspeccioné.

Solo había una pequeña rampa que llevaba de un corredor a una especie de sala que solo tenía un mueble alargado. Había un desayunador y una mesa pequeña de madera con un par de sillas. Una alacena blanca a la cual no iba a poder tener acceso a menos que me irguiera, a su lado había un refrigerador blanco también y pequeño. A un costado de él se encontraba una estufa, se veía que era nueva, tenía aún pedazos de plástico recubriéndola.

Zenit II: Promesas/decepciones.Where stories live. Discover now