Acto VII

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Hace no mucho tiempo estaba sentado en este mismo sitio, aunque en otra ciudad. Esperando a una chica castaña, hermosa, de piel apiñonada, con los ojos color miel y con una sonrisa desdibujada. Hace un tiempo atrás estaba en la misma situación que ahora. A cientos de kilómetros de mi casa, en una estación del tren esperando la llegada de un tren grande que me trajera de casa a mi gran amiga.

Hoy eso ha cambiado. Estoy esperando el tren en esta ciudad tan distante de mi hogar, tratando de no llorar, haciendo lo que es mejor para todos. Que yo desaparezca. Me recuerda tanto cuando mi padre me llevó a Paysandú por primera vez... estaba seguro que nada sería igual y hoy de nuevo todo ese sentimiento me desborda.

De nuevo estoy aquí, en una estación, en un lugar distante, haciendo lo que es mejor para todos, tratando de soportar solo la pesada carga que es hacer las cosas bien y tratar de sufrir en silencio. Mi especialidad.

Mis ojos lagrimean, y mi actitud cansada aleja a los pasajeros de mí. Hay cosas que solo se pueden sufrir en soledad.

Y otras que no.

Subo al tren en cuanto este llega y coloco una maleta en la parte superior del compartimento. Me siento un momento y suspiro largamente. En cuanto bajan las persianas me quitó la camisa a cuadros color verde que traigo y también el gorro gris. Y se los doy a mi compañera.

Ella mira hacia ambos lados, tratando de evitar que la vean. Se desprende de su camiseta y su suéter y me los da. Le veo por última vez su abdomen, que se nota debajo de su blusa de tirantes blanca. Ella me regala un esbozo de sonrisa. La últia. Ambos nos vestimos de nuevo y le doy un tierno beso en la mejilla. El tren empieza a avanzar.

—Este es el adiós...

—Lo sé...—me clava su mirada, yo retiro la mía. También quito mi mano de la suya. Me paro frente a ella y me relamo los labios.

—Un placer haber coincidido en tu vida...

Ella sonríe y se quiebra. Empieza a llorar y se coloca en la ventana como habíamos apuntado. Se recoge el cabello y lo mete en el pequeño gorro.

—Buona fortuna —me dice sin voltear.

Un largo suspiro y un dolor en el pecho me invaden. El tren comienza a acelerar. Salgo corriendo hacia atrás de los vagones. Hasta que llego al último vagón. Saco mi celular, dos mensajes recibidos. Respiro profundo y salto del vehículo en movimiento; me lanzo contra los matorrales de un acantilado. Esto se acabó.

NARRADOR: Esto se acabó, Marito, vaya regreso del equipo de Paysandú

COMENTARISTA: Vaya remontada, a cargo de Ever Luis Betancur, hoy te has vuelto un héroe.

Lo cargan sus compañeros en los hombros. Lo alzan y lo llevan hasta donde están por entregar el trofeo. Nos dejan bajar al campo de juego a aplaudirles. A tomarnos fotos con los chicos y a levantar el trofeo.

La cara de felicidad de los chicos es indescriptible. Su medalla de metal pintado de oro se ve hermosa en sus cuellos. Ever tiene los ojos rojos, el gol de Max en el minuto 89 les dio el triunfo de 3-4 sobre un equipo argentino que no podía creerlo.

Muchos de ellos lloran, otros se abrazan. Varios de Pay van a felicitarlos. Se han esforzado lo suficiente. El portero fortachón recibe su medalla de segundo lugar y se marcha del lugar. Su molestia es evidente. Vladimir los abandonó... nos abandonó a todos.

Esta vez no había una razón oculta, solo se fue. Espero que encuentre lo que necesita para ser feliz.

Ever llega a mí, me besa, yo lo atrapo con mis brazos. Mi campeón.

Zenit II: Promesas/decepciones.Where stories live. Discover now