Capítulo 4.

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LEO.

Sentado en el pórtico, tiro mi cabeza hacia atrás y abrazo mis piernas. El único consuelo que tengo es que el sol brilla de manera espectacular y no corre ni una mínima brisa de viento. A pesar de eso, los bichos me rodean y zumban en mi oído, mi celular se quedó sin batería minutos antes de bajar del avión, no pude avisarle a nadie el adelanto del vuelo y me encuentro en el patio de la casa de mi padre, según lo que me confirmaron los vecinos de al lado, mientras lo espero con paciencia, con la poca que me queda.

Maldigo el día en el que mi tía y mi padre conspiraron contra mí para traerme a Aspen. Solo he estado en este lugar unos meses y en mi corta estadía descubrí que, definitivamente, este no es mi lugar. No llevo ni una hora aquí y ya extraño Los Ángeles. 

En un intento en vano de mandar un mensaje, saco mi celular y suelto un bufido.

Ni siquiera se la dirección de Ethan. Él se mudó aquí hace ya unas semanas para pasar más tiempo con su familia y no recordó decirme su bendita dirección. No puedo culparlo, yo soy mucho más despistado que él y él es mucho más estudioso y aplicado que yo, es por eso que hoy prefirió ir a su primera clase en el nuevo instituto que ir a buscarme al aeropuerto. Está bien, él tenía razón al decir que no me moría por no verlo unos días, pero aún así, siendo mí mejor amigo, esperaba que me recibiera en este lugar con los brazos abiertos.

Odié el hecho de mudarme con mi padre, no porque lo odiara a él, o bueno, puede ser, pero también porque tengo que rehacer mi vida aquí. Buscar amigos no será difícil, ya tengo a Ethan y podré conseguir unos más, pero buscar el equipo de football perfecto... eso sí que costará.

En Los Ángeles tenía todo, una gran cantidad de conocidos, mi equipo de football, algunos familiares maternos, el instituto que asistía hace años... pero no, mi padre tuvo la asombrosa y brillante idea de que viva con él. Después de años vuelve a preocuparse por mí, ¿Qué ya no es feliz con su nueva familia?

Según él, viajar para verme ya no era suficiente, siente que estamos perdiendo nuestro lazo de padre- hijo, aun cuando ambos sabemos que eso lo perdimos hace demasiado tiempo. Desde que murió mi madre en mi parto, hace diecisiete años, él ha intentado que seamos solo él y yo contra el mundo. Íbamos bien con ese plan, hasta que conoció a Margaret y se enamoró perdidamente de ella. Yo era un niño de ocho años cuando llegó con esa mujer a casa y un año después, sin previo aviso, fuimos de emergencia a Colorado, en donde conocí a Emily Thompson, esa niña morena y llorona que siempre tenía hambre.

Oh, la misma niña malcriada que me dejó afuera hace más de media hora.

Un auto rojo se estaciona frente a mí y cuando él hombre alto y de ojos claros que reconozco como mi padre baja del auto junto a la señora morena y portadora de una gran sonrisa, me levanto de un salto. Sacudo mis manos y limpio mi pantalón, en las zonas específicas en donde estuve sentado.

  — ¡Leo! — Se acerca extendiendo sus brazos para rodearme en ellos. Un tanto incómodo, le devuelvo el abrazo y trato de sonreír lo más que puedo. — Meses sin verte, hijo mío. Te he extrañado.

  — Yo también. — Digo a duras penas por su fuerte agarre.

Se separa de mí y se agacha a tomar mis dos valijas. Saca las llaves del bolsillo izquierdo de su chaqueta y abre la puerta no sin antes aconsejar que lo siga para que me muestre la casa.

Saludo a Margaret con un asentimiento de cabeza y la espero a ella para entrar a la casa. El color amarillo de las paredes llama mi atención ni bien entramos y trato de no decir nada al respecto.

  — Lamento la confusión, creíamos que aun estabas en el aeropuerto. — Menciona ella acariciando uno de mis brazos. — Haz crecido tanto de la última vez en que te he visto.

Desde hace cuatro años exactos, la última vez que los dos fueron de vacaciones juntos, sin mi hermanastra gracias a todos los cielos.

  — Ya no eres un niño revoltoso, ¿Verdad? — Pregunta revolviendo mi cabello. Me río falsamente y niego con la cabeza.

  — Claro que no, mi muchacho ha madurado mucho en este tiempo. ¿A qué si? — Dice papá con una brillante sonrisa. — Tu tía me ha dicho muchas cosas buenas sobre ti, mencionó que aún sigues jugando al Football. Tu gran pasión, no quisiste mudarte a los ocho años aquí por eso, ¿Recuerdas? Siempre decidido a hacer lo que propones, en eso eres muy parecido a tu madre.

Aprieto los labios ante la mención de ella, siempre fue mi punto débil, supongo.

Rasco mi nuca y muevo la cabeza de manera afirmativa sin decir una sola palabra.

  — ¿Cómo está Michelle? Ahora la verás en el instituto y podrán pasar mucho más tiempo juntos que en Los Ángeles. — Sube y baja sus cejas. — Han sido novios a la distancia. — Le explica a su esposa. — Se conocieron en la playa una vez que ella se fue de vacaciones y no se han despegado desde ese entonces, bueno, no de manera literal ya que ella es de aquí, pero a pesar de todo su amor es fuerte.

Mi ojo empieza a titilar y aprieto mi mandíbula con fuerza para evitar soltar algo indebido. Mi "relación" con Michelle es y siempre fue complicada, mi padre lo sabía.

  — ¿Quieres algo de tomar o prefieres descansar? — Por suerte mi madrastra se da cuenta de mi incomodidad y prefiere cambiar de tema, cosa que agradezco.

  — Me gustaría descansar un poco. El vuelo no fue largo pero las horas de espera se hicieron interminables.

  — Es entendible, cariño. — Margaret toma una de las valijas de la mano de mi madre y se da vuelta para mirarme. — Sígueme, te mostraré tu cuarto.

Mi padre la sigue por detrás y no me queda otro remedio que hacer lo mismo. Los tres subimos los largos escalones de la escalera y, al llegar arriba, caminamos por el pasillo. Los dos se detienen casi al final, ya pasamos dos cuartos enfrentados y quedan dos más, los últimos. Abren la puerta de uno de ellos y me invitan a entrar primero. Los esquivo con cuidado y me meto a la habitación la cual es mucho más grande de lo que pensaba. La luz de la ventana acentúa mucho más el color azul oscuro de las paredes. Mi mirada cae de inmediato en la cama de una plaza y se mueve hasta el escritorio, arriba de él yace una gran pila de historietas. Levanto ambas cejas y mi padre me toma de los hombros.

  — Recordé cuanto te gustan las historietas de superhéroes. — Exclama él con alegría.

Claro, cuando tenía doce años.

  —  Gracias. — Murmuro.

Me siento en la cama y los observo a ambos.

  — El primer cuarto a la izquierda es el baño y el de la derecha es nuestra habitación. — Interviene Margaret para apaciguar el silencio. — Y el cuarto frente al tuyo es el de Emily, espero que la recuerdes.

  — Oh, la chica que me dejó afuera. — La morena abre los ojos. — Claro que la recuerdo.

  — Lamento mucho eso, es que ella estaba realmente apurada. De hecho, ella fue la que nos hizo volver, nos llamó antes de que estacionemos en el aeropuerto para decirnos que te había visto fuera de casa.

  — Todos cometemos errores, por lo menos hizo un buen acto después de su gran equivocación.

  — ¡Exacto! — La mujer aplaude contenta, sobresaltándome. — Seguramente se llevarán bien. Hoy es su cumpleaños, por cierto. Espero que puedas ayudarnos en algo...

Me comentan su pequeño plan que no dudo en aceptar, después de todo hoy tengo la tarde libre. Asiento mientras siguen hablando y, cuando por fin me dejan solo en el cuarto, casi grito de alegría.

Me dejo caer en la cama y cierro mis ojos para tratar de tomar una siesta, sin embargo las fuertes risas de mi padre y su esposa no me dejan dormir. Bufo cuando estas se intensifican pero, por suerte, a los minutos cesan. Me alegra que uno de los dos esté feliz. Nunca pude adaptarme a este intento de familia, lo intenté pero de inmediato me di cuenta que no encajo y lo mejor fue vivir con mi familia materna en Los Ángeles, la mejor decisión que pude haber tomado jamás.

Vuelvo a cerrar mis ojos, con mucha más fuerza como si de esta manera pudiera dormir más profundo. En vez de recibirme la oscuridad de siempre, esta vez el rostro de la chica de ojos negros y cabello oscuro me hacen sonreír de lado, distrayéndome completamente.

Emily Thompson, desde ya sé que serás un gran problema para mí.

Emily (en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora