Capítulo 12.

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EMILY.

Miro mis manos, acostada en mi cama, mientras dejo mi celular entre mi hombro y mi oído. Ruedo los ojos al escuchar el largo suspiro de mi mejor amiga y sonrío escuchándola hablar sobre Ethan.

  Em, él es taaan lindo...

Soldado caído, repito, soldado caído.

  — Lo sé, Mack. Ya me los has dicho unas diez veces de los quince minutos de esta llamada.

  — Es que es en serio, nunca un chico me había gustado tanto. Y el beso fue...

  — Espera, espera, espera. ¿Beso? ¿Qué beso? — La interrumpe y me pongo de pie. — No me has hablado de ningún beso.

  — Por eso te he llamado. — Suelta una risita. — Ocurrió solo hace unas horas. Él fue a verme al instituto de artes, me vio ensayar, luego entro al salón, hablamos un poco y luego nos besamos. Bueno, técnicamente yo inicie el beso pero fue perfecto.

  — Oh Mack, eso suena tan lindo. Te escucho muy feliz.

  — Es que lo estoy. — Suelta otro suspiro. — ¿Crees que él va en serio conmigo? Es que, es amigo de Leo y tú ya sabes cómo es el. Lo siento Em, tengo que decirlo por más que sea tu hermanastro. Es un completo idiota.

  — No debes juzgar a un libro por su portada, Mackenzie. — La regaño. — Esa era una de tus frases favoritas, ¿La has olvidado? Que ambos sean amigos no certifica que sean iguales. — Desde la otra línea me da la razón. — Respecto a lo otro, tranquila yo también veo a Leo de ese modo. Llevamos más de dos semanas viviendo en la misma casa y no nos hemos dirigido más de tres palabras en un solo día. Está empecinando en odiar tanto a mi madre como a mí.

  — Deberías decirle lo que piensas, después de todo seguirá viviendo con ustedes, ¿no?

  — No creo que sea una buena idea, sabes lo que pasa cuando digo lo que pienso.

  — Claro que sí, pero a veces es bueno decir la verdad. Lo odias tanto como el a ti, a diferencia que él lo hace notar. ¿Sabe su padre y tú madre que a pesar de que tu padrastro le preste el auto, Leo no te lleva al colegio con él y tú vas a pie?

  — Aún no.

  — Deberías, no le cuesta nada llevarte hasta el colegio. ¡Ni siquiera es su auto!

  — Solo quiero vivir en paz, ya sabes mi vida es, o más bien era, prácticamente normal.

  — ¿Era?

Mierda, aún no es momento de decírselo. Aunque decirle "que" con exactitud es un poco complicado, ya que no sé qué es lo que verdaderamente me ocurre y no ha pasado de nuevo.

  — Antes de que aparezca él, claro. Ahora tengo a Michelle cada dos por tres en la cocina. — Trato de hablar sobre otra cosa aunque no miento del todo, solo omito lo mío. — Es horrible verla por casa.

  — Te compadezco, amiga mía. Ya suficiente tengo que verla en clase, no soportaría tenerla en casa.

  — Dímelo a mí.

  — Oye, Em. Debo colgar. Ya está lista la cena. ¿Hablamos luego?

  — Claro. — Cortamos la llamada al mismo tiempo.

Dejo mi celular en mi mesa de noche y bajo las escaleras hasta llegar a la cocina, hablar de comida me dio hambre, por más que nosotros ya cenamos.

Rebusco por las estanterías más altas en la cocina donde sé que mamá guarda las galletas. Me estiro lo más que puedo pero aun así no alcanzo, mi metro 68 no es suficiente para este tipo de altura, es por ello que mamá las guarda aquí donde ni ella puede alcanzar.

  — ¿Robando comida, Emilia? — La voz de Leo me sobresalta y casi pierdo el equilibrio. Él se acerca rápidamente a mí y me agarra de la cadera antes de que logre caerme. — Tengo buenos reflejos, ¿Verdad? Por eso me aceptaron en el equipo de soccer.

  — Engreído. — murmuro mientras quito sus manos de mí.

  — Pues este engreído puede alcanzar tus galletas. — Estira su brazo sin hacer mucho esfuerzo y baja un paquete que galletas con chispas de chocolate. Mis favoritas. — ¡Chispas! Amo este tipo de galletas.

Abre el paquete y se adueña de él.

  — Oye, eran para mí.

  — Pero yo las bajé.

  — Idiota. —digo entre dientes.

  — Tienen una habitación de invitados, ¿verdad?

  — No, por si no te has dado cuenta, más de cuatro personas no pueden vivir aquí.

Oh por Dios, que no invite a quién estoy pensando. Que no invite a Michelle por favor.

Cruzo los dedos detrás de mi espalda rogando a todos los Dioses que no sea ella y cierro mis ojos con fuerza.

  — De todos modos nada me detendrá invitar a...

¡No! Detente.

Espero impaciente escuchar el nombre de su invitado o invitada pero eso no pasa. Abro un ojo primero y luego el otro. Leo se ha quedado estático en su lugar, con el nombre a medias y la boca abierta.

¡Santa Mierda!

¿Está pasando de nuevo?

  — ¿Leo?

Paso mis manos sobre sus ojos pero nada ocurre.

Inhalo y exhalo con lentitud.

Tranquila Emily, todo estará bien, vas a saber cómo manejarlo. Solo lo hiciste una vez pero lograste que todo vuelva a la normalidad, esta vez no tiene porqué ser diferente.

A punto de llorar, intento calmar mi respiración y cerrar mis ojos deseando que todo vuelva a ser normal.

  —...Ethan. — Vuelvo a escuchar la voz de mi hermanastro. — Oh mierda, ¿Estás llorando? Pensé que se llevaban bien.

Mierda, si soy culpable de esto entonces.

¡¿Qué está ocurriendo conmigo?!

  — Y-yo...

  — Estás pálida.

  — No me siento muy bien. — Anuncio con la voz entrecortada. — Iré a mi habitación.

  — ¿Y las galletas?

  — Quédatelas, ya no las quiero.

Dejo la cocina con rapidez y me encierro en mi habitación.

Pensé que ya todo había pasado y volvía a ser una chica normal.

Pensé que ya había pasado por la tormenta y por fin encontraba mi arcoíris detrás de ella pero aún me mantengo en tempestad.

Emily (en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora