Capítulo ҉ 4

10.1K 882 217
                                    


La Residencia 41C era el sueño de cualquier joven emprendedor. Un apartamento espacioso, luminoso, moderno, con vistas y en medio de la destacada ciudad de Nueva York.

Desde el pasillo de la entrada pude ver el salón. Caminé hasta llegar a él y me percaté en un detalle curioso; no había puertas en los espacios comunes, el umbral estaba caracterizado por ser un ancho arco rectangular.

Al internarme más en la estancia observé el pulido parqué del suelo, daba ganas de descalzarse para notar su suave tacto.

El salón estaba dividido en dos por una estantería. En la primera parte había un kilométrico sofá de color hueso frente a una televisión de plasma. Los separaba, al nivel del suelo, una mesa central de pura piedra que me dejó atónita. ¿Cómo demonios la habían subido hasta allí? Debía pesar por lo menos una tonelada. A su izquierda, cerca de la puerta de la cocina, se encontraban en un pequeño rincón cuatro sillones individuales sobre una alfombra gris.

En la parte contraria había un comedor con una alargada mesa y sus correspondientes sillas en ambos laterales. En el medio de esta descansaba un jarrón de cristal vacío.

A pesar de la cantidad de luz que aportaban las ventanas cuadrangulares, toda la decoración era de tonalidades grises o negras, exceptuando las blancas paredes y el sofá. ¿Por qué no me sorprendían tan sombríos colores? También era verdad que tiraban más a lo masculino, pero no dejaban de reflejar el interior de Blake: oscuro.

Cautivada por las vistas, me aproximé hasta toparme con el banco de mármol de la ventana, la cual estaba orientada al sur de Manhattan. Aquel paisaje me dejó anonadada. Desde allí podía ver toda la isla y sus magníficos edificios, el Empire State Building y, más cercanamente, el Chrysler.

No me atreví a asomarme más de lo debido. Las alturas me provocaban cierto pánico, y más sabiendo que solo un cristal me separaba de una muerte segura.

-Pensé que no vendrías -dijo su voz a mis espaldas, la cual me sobrecogió siendo tan silenciosa su llegada.

-Abajo han sido muy amables conmigo -dije sin saber por qué, ya que lo más probable era que aquella información fuese irrelevante para él.

-Deberían haberlo sido. Es su trabajo.

-Tú... ¿vives aquí solo? -me atreví a preguntar, aún sin darme la vuelta.

Sentí como avanzaba por el salón.

-Sí.

Me giré para cruzarme con su mirada. Vestía informalmente, con unos pantalones de chándal negros y una camiseta gris que revelaba las marcadas venas en su blanquecina piel. Estaba de brazos cruzados, mirando a cualquier otro lugar que no fuese a mí. El cabello platino le volvía a caer sobre la frente, pero ahora se encontraba mojado, dejando que unas gotas se le escurrieran por sus sienes. Sus ojeras le volvían a delatar levemente y su aspecto fatigado abatía a una persona como yo.

-¿No es demasiado grande para ti?

-¿No eres demasiado entrometida?

Ya estaba cerrándome el paso. Franqueando la abertura de su cofre, cofre cuya llave no pensaba dejarme manejar.

-¿Siempre respondes a una pregunta con otra pregunta?

Abrió los labios y los volvió a cerrar, tal vez porque iba a contestar con una pregunta de nuevo.

-Estamos perdiendo el tiempo.

-No -negué-, en absoluto. Solo intento conocerte, pero... no te dejas.

100 Preguntas para BlakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora