Capítulo ҉ 39

7.6K 772 112
                                        

Ese pitido continuo e intolerante. Él me hizo despertar de mi maravilloso sueño. Blake y yo, juntos, como había sido desde que descubrimos aquel especial vínculo que se había enlazado entre nuestras almas.  Él me repetía que no pasaba nada, que todo iba a ir bien, para siempre. Y yo le creía, suspiraba de perpetuo gozo. Todo volvía a encajar, como las capas de una matrioska.

   El resplandor inundó mis ojos y me hizo pestañear. ¿Por qué era todo tan blanco? Daba la impresión de que estaba en el cielo, porque se sentía bien, muy bien. Menos por ese constante... PI, PI, PI, PI. Y un ángel apareció, pero no hizo cesar el sonido. Una mujer de cabello caoba y ojos verdosos circundados por unas profesionales gafas se asomó en mi campo de visión rompiendo la nívea realidad. Sus finos labios se movieron articulando algo que simplemente no entendí. La mujer no volvió a repetirlo y desapareció.

  Hice un amago de levantar la cabeza, sin embargo, sentí que pesaba una barbaridad. Así que la moví hacia mi derecha ligeramente, ampliando mi perspectiva. Había una ancha ventana sin separaciones que mostraba una inhóspita nevada. Pero al mismo nivel de mi mirada se encontraba una mesilla de hospital, sin flores, sin tarjetas, desierta a excepción de una figurilla diminuta reconocible entre miles. Y separada. La última capa de mi matrioska dividida, dejando escapar los sentimientos de Blake. 

  Las lágrimas descendieron veloces hasta el límite de mi mandíbula.

Solo un sueño. Eso es lo único que ha sido. «Confundiste la realidad con tus malditas fantasías, Gabriela Ferrer. ¿A caso no nos pasa a todos? Estúpida».

—¡Alek! —emitió mi garganta en un ahogado susurro que debido a su debilidad apenas alcanzó a un grito.

Intenté moverme, en cambio sacudí la camilla donde me habían instalado, y donde él me había dejado. Maldito cobarde, aprovechando que yo ya estaba fuera de peligro, había huido una vez más. Ya no tenía más ases sobre a manga ni fuerzas para seguirle. Mi corazón se había caído desde muy alto, quedándose paralítico.

—¡Alek! ¡ALEK!

Un grupo de enfermería me socorrió empleando palabras inteligibles que me asustaron más de lo que ya estaba. Prepararon una inyección delante de mis ojos e hicieron falta dos personas para sujetarme ambos brazos. Hasta que sentí una leve punzada seguida de unas ganas incesables de abrazar a Morfeo.

  Creí que no volvería a despertarme jamás, que mi cuerpo al final había dejado de latir de una vez por todas. Cuán equivocada estaba, pues no tenía ni idea de que pronto recibiría mis ansiadas respuestas.

  La siguiente vez que me desperté la recibí de una forma muy distinta. Fue como volver a respirar. Mi mente no había sido capaz de asimilar todos los acontecimientos; nuestra pelea, mi viaje a Rusia, nuestro encuentro, la terrorífica experiencia bajo las aguas del estanque de su infancia, nuestra supuesta reconciliación, mi solitario despertar en un hospital ruso, nuestra matrioska separada, y el ahora…

—Oh, ya te has despertado —dijo una vocecita en un inglés lo suficientemente bueno como para que lo entendiese.

Fruncí las cejas. ¿Quién me estaba hablando?

—Tranquila, Irina es muy buena doctora, ella se ha hecho cargo de ti mientras dormías, estoy segura.

Confundida, miré hacia mi lateral izquierdo y levanté ligeramente la cabeza. Había una niña, una preciosa niña de ojitos azules, mejillas pálidas pero al mismo tiempo rosadas y todo su pequeño cráneo liso, sin señales de cabello. Estaba enferma.

—¿Quién eres? ¿Te conozco?

—Me llamo Annhuska, pero todos aquí me llaman Annia.

—Yo soy Ela… Gabrielle Ferrer, soy americana, en realidad no tengo ni idea de dónde estoy —miré la triste habitación que me habían asignado.

100 Preguntas para BlakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora