Capítulo ҉ 40

10.8K 853 188
                                        

 —No me puedo creer que me acabes de comprar un abrigo —dije palpando esa nueva vestimenta que me envolvía.

—Ahora no estás en Nueva York, Gabrielle, esto es Moscú.

—¿Puedo preguntar cuánto te ha costado?

—Sí.

—¿Sí? —repetí alzando una ceja.

—No —sonrió.

Pues claro que no.

—¿Algo más que quieras comprarme sin consultarme?

—Sí —me tendió una mano—. Vamos, quiero enseñarte la ciudad.

—¿Vas a ser mi guía turístico?

—Algo por estilo.

Acepté su mano y este tiró rápidamente de mí por el pasillo del hospital. Los médicos me habían dado de alta enseguida al haberse recuperado mi sistema. No era lo único que se había recuperado, parecía que tanto el corazón de mi Aleksandr como el mío volvían a latir igual o más que antes.

Annia no había vuelto a aparecer y ahora que sabía quién era tenía mil ganas más de volver de verla.

—Annia no puede venir, ¿verdad? —le pregunté ya cuando nos internamos en un gran todoterreno negro con chofer incluido.

Blake dijo unas instrucciones al conductor en ruso y después me respondió:

—Ann se encuentra ahora mejor que antes, se ha restablecido, aunque en dos semanas la volverán a operar. ¿Por qué? ¿Quieres que venga?

—Me gustaría conocerla mejor. Es una niña encantadora.

—Yo... llamaré a su médico, para que la dejen salir un rato.

—¿Lo harías? —quise saber muerta de emoción.

—Sí, por qué no.

No parecía demasiado entusiasta con la idea, pero yo veía que se esforzaba enormemente por complacerme, y eso se agradecía.

—Gracias.

Blake me dedicó una sonrisa de verdad al mismo tiempo que se hacía con mi mano y la apretaba fuertemente.

—Aún sigo sin creerme que estés aquí, en Rusia. ¿En qué demonios estabas pensando? ¿Cómo me encontraste?

Retiré la mirada hacia mis piernas, de manera que vio lo avergonzaba que estaba.

—Primero llamé a tu padre.

—¿Le llamaste? ¿Cómo tenías su número?

—¡Eh! La ronda de preguntas para después del comunicado, por favor.

—Vale —gruñó.

—Como iba diciendo, llamé a Frederik, me dio la dirección de Katerina, y ahí va lo mejor, me colé en su casa haciéndome pasar por Svetlana y antes de que me echase por la puerta vio cómo perdía mi dignidad con el objetivo de que me dijese dónde diablos estabas. Sorprendentemente, la chica fue razonable y me dio la dirección de la casa. Cogí el primer vuelo y cuando llegué a Moscú pillé un taxi de un tío bastante amable con los americanos, que por cierto, me recomendó ver Doctor Zhivago.

—¿Doctor Zhivago?

—Sí, tenemos que verla, él dijo que era buenísima.

—Por Dios, Ela, ¿no podré huir de ti jamás?

Negué con la cabeza.

—Así están las cosas.

Rió y se acercó a mí para robarme un beso, el cual interrumpió un ligero bache que nos hizo separarnos.

100 Preguntas para BlakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora