«Ya voy, Alek, ya llego».
«¿Por qué tardas tanto, Ela? —repetía su voz en mi cabeza—. ¿Dónde estás? Yo estoy esperándote, printsessa».
Abrí los ojos contemplando la decepcionante realidad. Seguía en el avión, sentada junto a la ventanilla y con mi matrioska entre los dedos. El último recuerdo de mi sueño todavía me embargaba, pasarían minutos hasta que lograse recomponerme.
Decidí pedir algo de comer cuando pasaron las azafatas con el carrito. Compré un timo de snak compuesto de toda variedad de frutos secos. Me lo comí inconscientemente mientras me perdía en la infinidad del cielo.
¿Cuánto había dormido? A penas media hora y me sentía llena de vida. Y eso que llevaba por lo menos una semana incapaz de dormir bien. La piel que formaba el contorno de mis ojos se había vuelto más oscura, más cárdena.
Todavía me quedaban cinco horas de vuelo. Más me valía intentar distraerme para no caer en los malos recuerdos. Como aquellos que componían la última conversación que habíamos mantenido Blake y yo.
Me puse una de mis canciones favoritas: I Still Havent Found What Im Looking For de U2. La letra estaba llena de ironía dada la situación. Yo sí que pensaba encontrar lo que quería, aunque tuviese que recorrerme los diecisiete mil kilómetros cuadrados que componían Rusia.
Terminé recurriendo a la app de aprender ruso por puro tedio y porque en realidad no tenía la maldita idea de decir absolutamente nada, y podía darse la situación de que ni el español ni el inglés me sacasen de un apuro. En menos de una hora aprendí a decir «de nada», «por favor», «manzana», «amigo» y mil tonterías más que tuve que memorizar o sino las olvidaría en cuestión de minutos.
Llegó un momento en el que perdí de vista el extenso océano Atlántico, volvíamos a sobrevolar la superficie terrestre, y eso solo podía significar que ya no quedaba mucho para llegar a nuestro destino.
Antes de que comunicasen el inminente descenso del avión, pasé por el baño. No porque lo requiriese, sino porque hacía seis años que no iba a uno de esos servicios y la niña que llevaba dentro tenía curiosidad, o mucho aburrimiento.
El descenso se me hizo más rápido. Aunque por una parte me daba un miedo horrible bajar y encontrarme en Moscú, porque sí, mi mente iba a tardar en procesarlo.
Recogí mi maleta y esperé impaciente a que se despejase el pasillo para abandonar la cabina del avión. Todo el servicio que me había atendido durante el vuelo se despidió de mí con sus cordiales sonrisas fingidas. Supuse que para ellos lamer el culo a los clientes era algo fundamental en su trabajo.
Una vez llegado al Aeropuerto Internacional de Moscú-Domodévo (que por cierto, no tenía idea que era eso de Domodévo) pregunté en información por un cajero. Me dieron una serie de direcciones que intenté seguir al pie de la letra, y que al final los carteles bilingües escritos en lengua rusa y en inglés me guiaron por sí solos.
Caminando por el aeropuerto me percaté de la cantidad de personas áreas que circulaban de un lado a otro, ¿todos los rusos eran rubios o qué? Blake era uno más entre ellos. En caso de que no estuviese en la dirección de Katerina, iba a ser muy fácil encontrarle.
Al terminar de retirar dinero, busqué el intercambiador de divisas. Mientras hacía cola saqué de nuevo la matrioska y le quité otra capa. Esta la dejé en uno de los innumerables bancos compuestos de asientos. Allí se quedó, solitaria y en busca de que alguna niña la amparase.
Después llegó la última etapa de buscar una salida de taxis. El lujoso aeropuerto disponía de varias opciones y yo escogí la más cercana. Mi sorpresa se agrandó al ver que los taxis en Rusia eran ¡amarillos! Como queriéndome decir: sigues en Nueva York, no has viajado hasta la otra punta del planeta para buscar a tu amor verdadero. Ojalá fuera cierto.
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100 Preguntas para Blake
Romantik1. Blake no es amable 2. Blake no quiere ser tu amigo 3. Blake tiene problemas (grandes problemas) 4. ¿Por qué sigues insistiendo en conocerle? 5. ¿Por qué él? Aunque intentó hacer caso a la parte más racional de mi cabeza, no puedo. Y quizás me hab...
