Inquieta.
Esa era la palabra que me describía en aquellos momentos tan desesperantes. ¿El por qué? Supongo que el hecho de pasar unos días sin ver a Blake me ponía enferma. ¿Desde cuándo había comenzado a ser tan jodidamente dependiente? Ni siquiera era capaz de soportar que se fuese un par de días a Rusia. Y ahí estaba yo, comiéndome las uñas en el sentido más literal de la palabra mientras el reloj iba comiendo minuto tras minuto, porque solo era cuestión de tiempo que mi Aleksandr apareciese por la puerta y yo me tirase a sus brazos.
Solo habíamos hablado una vez por teléfono desde su marcha, parecía preocupado, su tono delataba que algo no iba bien, pero ¿el qué? Sus viajes a Rusia eran demasiado sospechosos, estaba claro que Blake ocultaba un secreto y no parecía dispuesto a compartirlo conmigo.
Entonces ocurrió. El sonido del cerrojo, la pesada puerta de la Residencia 41C corriéndose, un tintineo de llaves y cuatro ruedas de una pequeña maleta deslizándose por el suelo del pasillo central.
—¡Alek! —grité.
—¿Ela? —gritó.
Cogiendo carrerilla en todo el recorrido que constaba del sofá a la entrada acabé estampándome contra su pecho. Su cuerpo se irguió y me abrazó con fuerza contenida.
—Alek —repetí en un susurro plagado de calma.
—Ela.
Pasamos varios minutos sin querer despegarnos el uno del otro, hasta que por fin él me cogió como una princesa para así poder intercambiar miradas. Como era de esperar, le inspeccioné, pues tenía un aspecto moribundo; con dos medias lunas purpureas bajo sus bonitos ojos zafiro, los parpados caídos, y varios rastros de ansiedad en cada poro de su piel.
—Oh, Blake, estás medio muerto.
—¿Tanto se nota? —dijo conduciéndonos a ambos hacia el salón, donde nos instaló sobre uno de los sillones individuales.
—Necesitas dormir —agregué mientras le frotaba con mis dedos la mandíbula cubierta de una inapreciable barba.
—Lo que ahora mismo necesito no es dormir, sino besarte.
Blake agachó su rostro hacia el mío y depositó un grato y ansiado beso en mi boca.
—Te-te he traído un regalo —dijo relamiéndose mi saliva de sus labios.
—¿Ah, sí? —me reincorporé y pasé un brazo por sus hombros.
—Sí, pero lo estás aplastando.
Fruncí el ceño algo asustada, ¿a qué demonios se refería?
—¿No estarás pensando...? —preguntó.
—No sé, ¿qué es lo que piensas que yo pienso?
—Está en mi bolsillo, malpensada.
—Oh —emití muerta de vergüenza.
Blake me apoyó sobre su otra rodilla para poder sacar del bolsillo de su abrigo un paquete envuelto con papel de regalo.
—Toma.
Lo cogí ensimismada y, como una niña en Navidad, lo desenvolví con ansias dando con una pintoresca muñeca de madera con forma cilíndrica.
—Es una matrioska —explicó arrebatándomela—. Es una muñeca típica rusa.
En un hábil movimiento de manos desenroscó la figurilla y dio paso a otra muñeca parecida pero más pequeña que se escondía en su interior. Y repitió la acción liberando a la siguiente estatuilla como quien destapa capas de una cebolla.
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100 Preguntas para Blake
Любовные романы1. Blake no es amable 2. Blake no quiere ser tu amigo 3. Blake tiene problemas (grandes problemas) 4. ¿Por qué sigues insistiendo en conocerle? 5. ¿Por qué él? Aunque intentó hacer caso a la parte más racional de mi cabeza, no puedo. Y quizás me hab...
