Capítulo ҉ 36

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—¿Gabi?

—Sí, soy yo. Jared, ¿ha llegado algo a casa? Una caja, un repartidor…

—Eh, no.

Entonces escuché el timbre al otro lado de la línea.

—Espera, igual sí. ¿Qué ocurre?

—Nada, tú ábrele, ya voy para casa.

—Gabi…

Y le colgué. Solté aire dejándome caer contra la pared del ascensor. Enseguida se abrieron las compuertas y salí disparada al exterior despidiéndome de Anthony y Rupert. Fui hasta donde había dejado la moto de Jared y me marché pitando hacia el 255 de Broome Street. Si Blake había mandado enviar todas mis cosas entre ellas se encontraría mi única vía para seguirle la pista. Porque sí, me había propuesto adentrarme en, como yo lo había llamado, «la búsqueda del chico de mis sueños».

Nada más llegar al apartamento corrí a mi habitación, donde Jared me había dicho que se encontraban varias cajas. Desencadené un desorden en torno al cubículo de mi cuarto, buscando como una posesa mis botas, las que me puse la noche que fui a conocer a la familia de Blake. Antes de encontrarlas, di con la matrioska, me quedé mirándola absorta. Y de repente recordé:

  «—No hay nada.

  —Eso es lo que tú ves; nada, pero en realidad está llena de cosas, Ela.

  —No te entiendo.

  —He metido dentro de ella todo lo que siento por ti, oculto bajo todas estas capas para que perdure, para que jamás se desvanezca en los momentos difíciles. Porque desde que te pedí que volvieses a mi lado me he dado cuenta de que debo proteger mis sentimientos para que estos no cambien al igual que mi personalidad. Necesito saber que, pase lo que pase, ellos no te fallaran, aunque yo sí lo haga» decían sus palabras en mis recuerdos, de una forma tan nítida que me entraron ganas de llorar.

  «Sigo teniendo tus sentimientos, Alek, y no pienso devolvértelos».

  Al dar con mis botas revisé sus plantas y hallé la tarjeta de Federick Blake que me había dado por cualquier emergencia. Y aquello era una emergencia.

Saqué mi iPhone, bueno, su iPhone, y marqué su número sin vacilar. Al segundo una voz femenina me atendió:

—Despacho de Frederick Blake Dwaight.

—Hola, eh, soy una amiga de Frederick, Gabrielle, salgo con su hijo.

O salía…

—No tengo ninguna constancia de ello.

Maldita sea.

—Entonces pregúntele a Frederick.

—Bien, espere un momento, por favor. El señor Blake se encuentra en una reunión en estos momentos. Le llamaré más tarde.

—Vale.

Y me colgó.

  Me dejé caer contra la cama mirando hacia el techo. No soportaba estar sin hacer nada cuando el tiempo corría, y podía él encontrarse en algún aeropuerto con su pequeña maleta de viaje.

  Me puse de costado y vi sobre el suelo la matrioska, me miraba como diciendo: ¿sabes que si la cosa no funciona tendrás que abrirme? Pero me negaba a creerlo. Blake no había entrado en mi vida como para terminar saliendo por una puerta sin cerradura. Si creía que podía hacer borrón y cuenta nueva, en otro país, hogar, lugar, se equivocaba. Yo no pensaba dejar que me echase de su mundo.

Pasaron horas. La maldita secretaria no llamaba, ella fue la principal causante de que devorase el setenta por ciento de la nevera. Fue ya a la noche cuando mi móvil rompió a sonar y yo me abalancé sobre él ferozmente.

100 Preguntas para BlakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora