Mi cuerpo, mi mente y mi razón no respondían, se habían quedado perdidos en una especie de limbo, donde su existencia había dejado de tener importancia. Quise moverme y también hablar, pero había perdido por completo los sentidos, excepto el oído. Porque había escuchado abrirse la puerta y poco después su voz. Aquella voz que tantas veces había intentado recordar. Y cuando oí mi diminutivo proveniente de sus labios una oleada de recuerdos me abrumaron al mismo tiempo que un ligero calor me recorría el cuerpo entero, desde las manos hasta la nuca. Algo bombeaba con fuerza en mi interior, y estaba segura de que provenía de las cavidades de mi descompuesto corazón. Conseguí recuperar el aliento y movilidad de mis pies para poder dar una vuelta de ciento ochenta grados y plantarme a un par de escasos metros de su figura.
Al tenerlo allí, parado y mirándome pensé que estaba soñando, que eso no era real y que pronto me despertaría como quien se despierta de un bonito sueño en el mejor momento.
Me costó exactamente diez segundos hacerme a la idea de que era él, y no una alucinación. Era Blake, con sus mechones platinos más largos de lo normal, con su nariz puntiaguda y recta, con sus pómulos cadavéricos, con su mentón curvilíneo y con sus preciosos ojos azul oscuro. Tantos días rememorando su rostro y ahora lo tenía por fin al alcance visual.
Él también me observó, aunque no se detuvo demasiado a analizarme, pues solo faltó ver su semblante horrorizado para comprobar que mi aspecto no era de su agrado.
—Yo... —dije mordiéndome el labio y mirando hacia un lateral para desviarme de su inquisidora mirada—. Ya me iba.
Y así era, tenía que irme corriendo de allí, ahora lo veía más claro que nunca. ¿En qué estaba pensando? ¿En presentarme en su puerta como una damisela en apuros?
—¿Qué demonios te ha pasado? —quiso saber dando paso al frente y yo, a su vez, retrocedí otro.
—Nada.
—¿¿Nada??
Volví a mirarle mientras sentía como me goteaba la oreja manchando la alfombra del suelo. Me conocía, y si seguía allí acabaría llorando de nuevo.
—Tengo, tengo que irme, perdona que te moleste a estas horas, yo... no sé por qué he venido, ¡qué tontería! —sollocé.
Fui hasta el ascensor y pulsé el botón para llamarlo, pero antes de que este se abriese sentí sus grandes dedos apretando a mi codo. Tiró rápidamente de mí alejándome de la única salida y antes de que pudiese darme cuenta me había metido dentro del apartamento y había cerrado la puerta a mis espaldas. El pasillo estaba prácticamente a oscuras, una tenue luz procedente del salón fue la única que nos alumbró lo suficiente como para que pudiésemos vernos el uno al otro.
Ninguno dijo nada, fueron nuestras respiraciones las que hablaron: la suya casi muda y la mía redundante y sonora. Nos miramos fijamente, olvidándolo todo por unos breves instantes, fue como si no hubiese pasado nada, como si nunca me hubiese rechazado. Lo siguiente que sentí fueron sus labios adheridos a los míos, saciándose de mi dolor, de mis lágrimas, de la lluvia que aún encharcaba mi boca y de la sangre que me caía por una comisura hasta la mandíbula, donde me había pegado Emma. El beso se volvió profundo y entonces me empujó contra la madera blanca de la puerta. Tuve que ponerme de puntillas para alcanzarle, por mucho que él se agachara yo tenía la impresión de que el beso se me escapaba. Así que respiré el momento, incluso su aroma, ese que ya creía perdido. Comprendí que ya no me dolía nada, ni las piernas, ni a oreja, ni siquiera el corazón.
Cuando por fin nos separamos vi su mano apoderándose de mi cuello y rozándome con el pulgar el lóbulo izquierdo ensangrentado. Intenté, sin demasiado éxito, ocultar una mueca. Al ver mi expresión retiró la mano y vio cómo esta había quedado manchada de rojo.
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100 Preguntas para Blake
Romance1. Blake no es amable 2. Blake no quiere ser tu amigo 3. Blake tiene problemas (grandes problemas) 4. ¿Por qué sigues insistiendo en conocerle? 5. ¿Por qué él? Aunque intentó hacer caso a la parte más racional de mi cabeza, no puedo. Y quizás me hab...
